El 31 de diciembre de 2019 se identificó un nuevo virus que empezaba a brotar en la ciudad china de Wuhan a 11.646 kilómetros de distancia de Canarias. La sociedad isleña echó una ojeada impasible a una noticia que ya parecía recurrente en oriente. Hace 300 días, el coronavirus SARS-CoV-2 era una pandemia mundial que obligaría a los gobiernos de todo el mundo a tomar una dura decisión sin precedentes: confinar a la población en sus hogares. 

El SARS-CoV-2 llegó a España el 31 de enero de 2020. Lo hizo a través de un grupo de alemanes que había decidido pasar las vacaciones en la remota isla de La Gomera y que días antes habían estado en una mediática reunión de trabajo en la que una ciudadana china llegada desde Wuhan, les había contagiado. Canarias se convirtió así en la primera región española en enfrentarse a la nueva enfermedad que, apenas unos días atrás, había sido nombrada por los expertos de todo el mundo como Covid-19.

Canarias se detuvo para enfocar todas las cámaras hacia el patógeno desconocido. Fotografías de políticos y científicos unidos en el exterior de los hospitales, ruedas de prensa diarias en la sede de Presidencia informando sobre las actuaciones del Gobierno y el estado del único alemán contagiado del grupo se convirtieron en la tónica habitual de los siguientes 14 días. La, para aquel entonces, consejera de Sanidad, Teresa Cruz Oval, cogió el testigo de la crisis sanitaria, a pesar de las duras críticas que hacían peligrar su cargo. Viajó con el jefe de epidemiología, Domingo Núñez, a La Gomera, realizó ruedas de prensa diarias y asumió la gestión del primer caso de coronavirus de España que tan solo mostró el lado positivo de la enfermedad: el 80% de los casos son asintomáticos o de síntomas leves. El 15 de febrero se dio el alta al ciudadano que volvía feliz a su país de origen tras haber pasado la cuarentena obligatoria. El evento se quedó en un pequeño sobresalto del que Canarias salió ilesa. La vida continuó, y con ella los carnavales, la temática que pronto volvió a ocupar todas las portadas de periódicos e informativos. Pero lo hizo por poco tiempo.

Un hotel en cuarentena

Así viven los turistas en cuarentena en el hotel de Tenerife

Así viven los turistas en cuarentena en el hotel de Tenerife LP / DLP

El virus continuó expandiéndose por el país de manera silenciosa y el 23 de febrero fue de nuevo el Archipiélago quien dio la voz de alarma. Una vez más, su posición en el mercado turístico lo hizo vulnerable a la llegada de casos importados que, por aquel entonces, era el único modo de que el SARS-CoV-2 consiguiera llegar a unas aisladas islas en medio del Atlántico. El segundo positivo en Canarias –y el tercero de España– fue el de un médico italiano recién llegado de la región de Lombardía, donde en aquel entonces empezaba a estallar una importante crisis de coronavirus. El ciudadano había viajado en un grupo de 10 amigos y se había hospedado en un hotel en el sur de Tenerife. La respuesta de la comunidad autónoma consistió en poner en cuarentena a 1.000 personas –entre huéspedes y trabajadores– del Hotel H10 Costa Adeje Palace. “Fue una experiencia piloto en Europa”, recuerda el jefe de la sección de epidemiología del Gobierno de Canarias, Amós García Rojas. Ambas experiencias, como señala por su parte el virólogo de la Universidad de La Laguna (ULL) Agustín Valenzuela, “dejaron patente que el virus se mueve rápidamente con el turismo de masas, de una punta a otra del planeta, con infectados asintomáticos”, algo que “a día de hoy sigue sin reconocerse que es la raíz del problema de la transmisión comunitaria”.

Los días posteriores, el avance del SARS-CoV-2 por las Islas y el resto de España, creció de manera exponencial. Sanidad empezaba a localizar pequeños fuegos que poco a poco se las ingeniaron para empezar a incendiar el Archipiélago. Apenas hicieron falta 15 días más para que el escenario, a priori controlado, diera un giro dramático y empezara a acumular víctimas mortales en todo el país. El 14 de marzo, Canarias registró su primer fallecimiento, el de una mujer de avanzada edad en Gran Canaria. España decidió decretar por primera vez en democracia el estado de alarma para confinar a la población en sus casas, bajo una sola premisa: aplanar la curva. El 15 de marzo de 2020, las calles de Canarias se quedaron vacías cuando la Consejería de Sanidad contabilizaba solo 148 casos nuevos.

A pesar del miedo y la incertidumbre creciente, la población canaria demostró una magnífica capacidad de resiliencia y colaboración. Durante los dos meses que duró el encierro, los restaurantes de las Islas decidieron contribuir a la causa regalando comida gratuita, se crearon redes de colaboración voluntaria para ayudar a los mayores que estaban solos en casa y cada día, a las siete de la tarde, las calles se alegraban con el sonido de los aplausos de agradecimiento y ánimo para aquellos que nos cuidaban, llenaban nuestras neveras o trataban de buscar respuestas.

El pico de la ola

Como vaticinaron los expertos, el pico de la ola llegó dos semanas más tarde, entre finales de marzo y principios de abril, tras dos semanas de estricto encierro domiciliario. El 30 de marzo los casos ascendían a 1.262 en toda Canarias y los hospitales soportaban una presión asistencial de más de 500 pacientes que, por el momento, no ha vuelto a ocurrir. En medio de la incertidumbre, la acumulación de casos en los hospitales canarios y el constante estado de alerta, los sanitarios decidieron alzar la voz. Los aplausos de las 7 de la tarde les llenaban el alma, pero no garantizaban su protección. Necesitaban equipos de protección individual que no llegaban y cuando lo hacían, eran defectuosos. El agotamiento se hacía más palpable por cada una de las 162 muertes que se produjeron hasta el final de la primera ola.

En junio la curva estaba aplanada en todo el país, con lo que se había cumplido el objetivo y empezaba el momento más delicado de la pandemia: empezar la nueva normalidad. Los niños fueron los primeros en probar la libertad, y paulatinamente, las calles se fueron abriendo para volver acoger el ruido de la humanidad. La política española en general adoptó una posición triunfalista en la que se llegó a argumentar que la batalla se había ganado y el virus ya “no estaba en las calles”, desoyendo a los expertos que pedían prudencia sin suerte. Unas laxas normas de convivencia y el desconocimiento generalizado de las vías de transmisión del virus, unidas a un escaso control de las fronteras, pasaron factura tan solo unas semanas más tarde. “No entendíamos cómo es este virus, cómo se transmite, como infecta, como es su dinámica en el organismo, la importancia de los asintomáticos en mantener por tiempo una tasa basal de transmisión del virus comunitaria”, incide Valenzuela, que hace hincapié en que un sistema de ciencia fuerte es el que puede facilitar todas esas respuestas.

Vanagloriándose de ser una comunidad con riesgo cero de Covid-19, Canarias empezó a trabajar para recuperar su motor económico más preciado, el turismo. Tras acatar las 3 fases de la “desescalada”, Canarias volvió a una normalidad que se asemejaba más a la etapa en la que no existía el peligro de un virus desconocido. Acumulando apenas una decena de casos al día durante todo julio – excepto en los días en los que la llegada de migrantes empezaba a fraguar lo que se convertiría en una nueva crisis– los datos favorables de las Islas contribuyeron a crear una falsa burbuja de seguridad que se rompió estrepitosamente a principios de agosto. El contagio masivo ocurrido en tres discotecas de Gran Canaria provocó que las cifras de Canarias se dispararan. En tan solo un mes, Gran Canaria, que había permanecido casi ajena al virus, se consolidaba como la isla con más transmisión comunitaria de las Islas y su capital, como una de las ciudades más afectadas de España. A finales de septiembre la isla contaba con 4.871 casos activos y casi 200 personas ingresadas por Covid-19. Unas estrictas medidas sustentadas en la figura del “semáforo” para acabar con la transmisión comunitaria conllevaron al cierre total del ocio nocturno en las Islas, a la prohibición de fumar por las calles y a la obligatoriedad de llevar mascarilla en todo momento.

Medidas tardías

Como indica Valenzuela, “el imponer, tras el verano, medidas de salud pública como la obligatoriedad de portar las mascarillas, el concienciar de la importancia del control de aforo, al ser un virus que se transmite principalmente por el aire en forma de aerosol, y la higiene han sido medidas acertadas”, sin embargo, han sido tomadas “con mucho retraso”. “Canarias ha estado lastrada por las mismas lentitudes que todo occidente, Europa y España”, remarca el epidemiólogo, Lucas González. Se pecó en lentitud para reconocer el papel de los aerosoles, faltó decisión a la hora de lanzar estrategia de eliminación del virus y se ha producido una “falsa disyuntiva entre economía y salud”.

Las restricciones funcionaron y Canarias se marcó otro tanto en la buena gestión de la pandemia. Sin embargo, de forma más silenciosa, la segunda ola empezaba a crecer lentamente en Tenerife. El 23 de septiembre esta isla entró también en semáforo en rojo. No obstante, Tenerife sería la única que no dejaría de estarlo. Ya entrado noviembre, la isla empezaba a acumular datos tan negativos, especialmente en su zona metropolitana, que se hacía necesario tomar medidas más drásticas, que llegaron el 12 de noviembre.

Sin embargo, tras una leve caída, diciembre volvió a demostrar que las medidas eran insuficientes. La transmisión comunitaria era tal que el virus se coló en las residencias de Tenerife. La transmisión comunitaria obligó a establecer el primer toque de queda de Canarias y las luces interiores de los bares se apagaron. “Aún queda mucho por luchar”, remarca Valenzuela, que recuerda que “este virus respiratorio emergente viaja con nosotros”. Por tanto, “cada vez que bajemos la guardia, brotará en focos nuevos y se diseminará rápidamente”. Ahora Gran Canaria crece mientras Tenerife se estabiliza. Porque, aunque la tan esperada vacuna llegase a finales de año, en una carrera científica sin precedentes, aún queda camino por recorrer. Con unas 2.000 personas vacunadas en las Islas, el 2021 se configura como una transición de la incertidumbre hacia la libertad. El 2021 viene cargado de esperanza, pero conviene no bajar la guardia porque, como apunta García Rojas, “esto solo es el principio del adiós”.