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Crisis del coronavirus | La primera vacunada en Gran Canaria

“Me han matado varias veces, pero yo tenía mucho que hacer en este mundo”

María del Carmen Déniz, la primera mujer en recibir la vacuna contra la Covid-19 en

Gran Canaria, relata su historia personal y los retos a los que ha tenido que plantar cara

Maria del Carmen Déniz, de 72 años, la primera persona vacunada contra el covid en Gran Canaria

Maria del Carmen Déniz, de 72 años, la primera persona vacunada contra el covid en Gran Canaria La Provincia

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Maria del Carmen Déniz, de 72 años, la primera persona vacunada contra el covid en Gran Canaria Isabel Durán

Que María del Carmen Déniz haya sido la primera persona en recibir la vacuna contra la Covid-19 en Gran Canaria quizá sea casualidad o cuestión de fe. Con una vida marcada por una salud frágil desde los ocho años, la mujer, ahora septuagenaria, no iba a concederle al virus la necrológica que tantas veces ha borrado de su extenso historial sanitario por la artritis reumatoide. Una enfermedad que le impediría alcanzar la pubertad, según advirtió a su madre uno de los primeros médicos que la trató de niña para que no gastara más dinero en tratamientos. Esas palabras se abalanzaron como puñales hacia la puerta de la consulta, tras la que escuchaba escondida. Pero no iba a ceder a aquel primer envite de su destino. “Me han matado varias veces, pero yo tenía mucho que hacer en este mundo”, asevera sentada en su silla de ruedas, en la zona habilitada para recibir visitas del Centro Sociosanitario El Pino, en Las Palmas de Gran Canaria, en el que reside desde hace años.

“Recorría los pasillos de la planta imaginando que paseaba entre escaparates de la calle Triana”

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Natural de Arucas, especialmente conversadora, ingeniosa y de risa fácil, ya con la tranquilidad de haber recibido la primera dosis del antídoto contra el coronavirus, María del Carmen se permite recrear con jocosidad tanto las vicisitudes a las que se ha enfrentado por su enfermedad como el último año marcado por la pandemia y un duro confinamiento que, en su caso, supera ya los nueve meses. Con una fuerza mental y una voluntad encomiable “cada día pedía ser la primera en vacunarme para poder salir cuanto antes a la calle” y retomar los paseos hasta el mar o disfrutar de conciertos en el parque Doramas. Ante la imposibilidad de salir al exterior como medida de prevención, recurre a la imaginación para transformar los pasillos de la residencia en aquellos lugares por los que le gustaría transitar según el día. “A veces recorría la planta pensando que paseaba por la calle Triana e iba mirando a un lado y a otro como si estuviera paseando entre escaparates”, rememora y, entre risas, apunta que “todo estaba cerrado”.

“Me cortaron las alas”

Cuando se decretó el estado de alarma, el pasado 14 de marzo, la mujer había planeado salir a la calle como cualquier otro día, pero los sanitarios de la residencia le explicaron que había comenzado un confinamiento a causa del virus. “Nunca pensé vivir una situación así, fue como si me cortaran las alas”, lamenta. No en vano, la pandemia ha supuesto una reclusión inflexible para los usuarios de los centros sociosanitarios e, incluso, la salud de muchos de ellos ha empeorado debido al aislamiento. “Había días que creía que se me iba la cabeza, pero trataba de tranquilizarme por las noches y me decía que tenía que seguir adelante, porque la cabeza es lo único que tengo”, recuerda con angustia la mujer, mientras realiza un gesto súbito para impulsar el brazo derecho hasta la cara y colocarse la mascarilla. Tras la pared de plástico que la protege de un posible contagio procedente del exterior, María del Carmen reconoce que “el día más feliz de los últimos nueve meses fue el que llegó la vacuna”; un fármaco cargado de esperanza y que ella misma define como “la llave para salir del túnel”.

“Había días que pensaba que se me iba la cabeza, pero tenía que seguir; la cabeza que es lo único que tengo”

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Todavía incrédula ante el “escándalo que se ha formado” por ser la primera en ser vacunada en la Isla y sorprendida por el interés que ha despertado en los medios de comunicación, la aruquense defiende a ultranza la idea de que “hay que confiar en los científicos”. Como ejemplo, cita la fe que los pasajeros depositan en los pilotos de los aviones, en los chóferes de las guaguas o en los cocineros de los restaurantes. “Ellos son los que saben”, apostilla. Lo primero que dijo cuando le inocularon el antídoto fue que no le dolió nada y a lo largo de la semana no ha notado ningún efecto secundario del fármaco. “Es importante que nos vacunemos todos, por el bien propio y por el del otro”, reivindica.

“Mis padres bailaban muy bien, siempre me fijaba en sus piernas y me daban algo de envidia”

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Y María del Carmen sabe, y mucho, lo que significa tener confianza. Ha puesto su vida en las manos de los médicos hasta en 24 ocasiones. Ya a los ocho años la enfermedad comenzó a mermarle la libertad y los dolores no le permitían si quiera acudir al colegio, por lo que tuvo que formarse a través de los cursos que ofrecía Radio Ecca. Sus padres gastaban todo el dinero que ahorraban en llevarla a diferentes facultativos, quienes nunca supieron dar con el tratamiento adecuado para frenar el avance galopante de la artritis reumatoide. El Hospital Puerta de Hierro, en Madrid, sembró cierta esperanza en aquella joven de 14 años que, al ver en televisión la inauguración del centro, expresó su deseo de acudir allí casi con la misma insistencia y fortaleza con la que ha deseado ser la primera en vacunarse de la Covid-19. En menos de nueve meses su familia preparó la expedición y el padre, con ella cogida “como un saco de papas”, viajó por primera vez en su vida a la capital con el anhelo de que los especialistas pudieran hacer algo por la salud de la mayor de sus cuatro hijos.

“Mi médico me enseñó a luchar, a valorarme, a quererme y a querer a la enfermedad”

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 Allí dieron con el doctor Antonio Larrea Gafare, nombre que no ha olvidado ni olvidará nunca María del Carmen. Era el jefe del Servicio de Reumatología del hospital madrileño en aquel entonces y quien, tras mostrar asombro por cómo se encontraba la adolescente, pidió al padre que la dejara en el hospital y que regresara a Gran Canaria, pues no sabía cuánto tiempo podía llevarle tratar de recuperarla. Efectivamente, el tratamiento fue largo. Permaneció hospitalizada durante siete años, tiempo en el que fue intervenida en 22 operaciones. “Mi padre se fue con lágrimas en los ojos, pero tenía que regresar a la Isla para mantener a mis tres hermanos”, revive con algo de pesar, ya que en aquella época la única vía de contacto a la que podía recurrir para comunicarse con su familia eran las cartas. “No había dinero para aviones y mis padres solo pudieron venir a verme en cuatro ocasiones”, detalla. Sin embargo, el recuerdo que mantiene de aquellos años que pasó en la cama de un hospital es alegre. “Estaba con otros siete jóvenes en la habitación que también luchaban por sobrevivir y, junto a los sanitarios, formamos una familia”, señala.

Feliz y realizada

Su estancia en el Puerta de Hierro fue como acudir a la universidad. En el centro hospitalario aprendió “a no tener complejo por nada y a entender que valía lo mismo que los demás”, asegura. Además, “mi médico me enseñó a luchar, a valorarme, a quererme y a querer a la enfermedad”, subraya María del Carmen, quien también relata que salió del hospital con ganas de vivir. “A pesar de la discapacidad y de los dolores diarios, me siento feliz y realizada y vivo la vida a tope”, asegura con unos ojos rasgados que evidencian una amplia sonrisa bajo la mascarilla. Solo reconoce una pena: no haber podido bailar nunca. Con los pies en el suelo, pues con la imaginación a buen seguro que ha recorrido todas las plantas de El Pino al ritmo de las canciones de Víctor Manuel, Joan Manuel Serrat o Alberto Cortez, sus artistas favoritos. “Mis padres bailaban muy bien, siempre me fijaba en sus piernas y me daban algo de envidia”, evoca con melancolía.

“Es importante que nos vacunemos todos contra la Covid-19, por el bien propio y por el del otro”

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Desde hace más de cuatro décadas, la mujer forma parte de la Fraternidad Cristina de Enfermos y Discapacitados (Frater), “un movimiento de lucha y superación”. Y durante cuatro años ella lideró a nivel nacional este colectivo, por lo que cada mes viajaba dos y tres veces para recorrer la Península; es otra de sus pasiones y guarda muy buenos recuerdos de la infinidad de lugares y personas que ha conocido. A través de este grupo, abanderó iniciativas para mejorar la calidad de vida de las personas con alguna discapacidad física y luchó para que las instituciones se implicaran en la eliminación de las barreras arquitectónicas o hicieran accesible el transporte público. “He vivido a tope y ahora vivo de los recuerdos, pero sé que no he perdido el tiempo”, concluye.

“A pesar de la discapacidad y de los dolores diarios me siento feliz y realizada. Vivo la vida a tope”

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 María del Carmen cuenta ahora los días que le restan para recibir la segunda dosis de la vacuna. Consciente de que siete días después de esa nueva inyección ya tendrá la tan ansiada inmunidad ante la Covid-19 y que, previsiblemente, los sanitarios le permitirán recuperar parte de las costumbres que le robó la pandemia. Tiene claro que el océano Atlántico la espera desde hace nueve meses y será el primero al que vaya a ver cuando le devuelvan la libertad.

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