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Vinagre contra la peste

Correos ha empleado a lo largo de la historia diferentes técnicas para evitar la transmisión de los contagios durante las pandemias

Carta empapada en vinagre. | | LP/DLP

Ni la covid es la primera pandemia que afronta la humanidad, ni el miedo atávico que causa no saber por dónde puede llegar el contagio es nuevo para nuestra cultura. En el pasado hubo otras plagas de dimensiones bíblicas y al igual que ha pasado ahora con el coronavirus, la población ya entonces miró con aprensión al vecino de enfrente y a todo objeto cuyo origen desconociera.

En el inventario maldito de candidatos a transmisores de enfermedades, el correo postal ha solido ocupar un lugar privilegiado. Sin embargo, esta sospecha no ha impedido a los servicios de correos continuar operando en tiempos de pandemia, aunque tuvieran que adaptar su actividad a esos difíciles escenarios para combatir el temor de estar facilitando los contagios de forma involuntaria.

En la historia de las comunicaciones, las cuarentenas, leproserías y restricciones de movilidad a las que fueron sometidas por cautela las embarcaciones llegadas de tierras lejanas, que venían cargadas de materias primas y también de correspondencia, son tan habituales como las epidemias que ha conocido la humanidad en el transcurso de las últimas centurias.

También fueron muchas las medidas de profilaxis aplicadas para garantizar que las cartas, aparte de mensajes y buenos deseos, no transportaran la peste. “Desde las primeras epidemias de la era moderna, el temor a que las miasmas de la enfermedad impregnaran el papel de las cartas ha obsesionado a los servicios de correos”, reconoce Esteve Domènech, experto en historia postal y coautor del libro De la Gran Peste de Marsella al Covid-19. Notas sobre el Correo Desinfectado en España, publicado por la Federación Española de Sociedades Filatélicas, donde pasa revista a las diferentes técnicas empleadas por el servicio postal español para hacer frente a todas las pandemias que han golpeado a Europa en las últimas cinco centurias.

La más llamativa, al menos desde la mirada de 2020, tiene que ver con el uso de vinagre como agente antiséptico. “Lo habitual era hacer varias hendiduras a los sobres y sumergirlos en el líquido para que penetrara en el interior y pudiera actuar, pero con cuidado de no afectar a la tinta de la escritura”, explica Domènech.

Esta técnica, que en ocasiones fue sustituida por el empleo de sulfuros gaseosos y otras sustancias sólidas como la sal de timol o los cristales de silicio, empezó a aplicarse a la correspondencia llegada de ultramar durante la peste de Marsella, que azotó la cuenca mediterránea entre 1720 y 1722, y volvió a utilizarse con motivo de la peste amarilla de 1800 y de las cuatro grandes epidemias de cólera que hubo en España a lo largo del siglo XIX.

La primera de ellas se extendió entre 1833 y 1835 y dejó a su paso 102.511 muertos y 449.264 afectados. No hay registros sobre el número de contagios que pudo causar la correspondencia ni los que el vinagre logró evitar, pero aquel recurso sirvió para que el servicio postal, con más superstición que certeza científica, pudiera seguir funcionando en medio de una pandemia.

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