Los obispos ya no creen en los milagros. Algunos de ellos se han apresurado a ponerse la vacuna antes, incluso, que muchos de sus feligreses a quienes por decisión gubernativa les tocaba por delante de ellos: sanitarios y médicos de primera línea, ancianos y trabajadores de residencias y población de riesgo en general. Que Dios los coja confesados. Días atrás supimos de la vacunación anticipada del obispo de Mallorca, Sebastià Taltavull, que vive en palacio y no en la casa sacerdotal, como intentó hacernos creer cuando el pueblo llano comenzó a repartir hostias. Figuradamente. "Para dar ejemplo", adujo. Y en esa labor ejemplarizante incluyó a sus dos sacristanes. Faltaron el monaguillo y esa pareja beata que no se pierde una misa del pare Sebastià. Ocurre, sin embargo, que la tal pareja, en caso de existir, parece acumular más dignidad y honradez que nuestro inmune prelado.

A renglón seguido conocimos que no ha sido el único de su gremio en este viejo ardid del apártate tú que yo voy primero. Su homólogo en la diócesis de Orihuela-Alicante, Jesús Murgui, se vacunó el 8 de enero junto a otros sacerdotes. La Generalitat Valenciana está investigando si le tocaba por orden seglar o fue decisión divina, aunque ya les anticipo que obtendrá el perdón con un par de avemarías y aquí paz y después gloria.

Los obispos han debido de llegar a la conclusión que lo de la inmunidad de rebaño consiste en que el pastor sea el primero en vacunarse. Algo hemos avanzado. En otro tiempo, ese abrazo a la ciencia antes que a la voluntad del cielo les habría llevado inevitablemente a un tribunal eclesiástico, cuando no a la hoguera. Y pese al avance, la visión de conjunto me transporta a la España de la picaresca, esa en que en mitad de una pandemia, pongamos la peste, los curas, los caciques, la gente de leyes y el alto mando de la soldadesca iban primero y la chusma detrás, suplicando por un hueso de vaca y las mondas de una mandarina.

Vean si no: dos obispos (de momento) y buena parte de su corte sacerdotal; alcaldes, consejeros regionales y concejales -algunos de ellos distinguidos en sus territorios por tener a la democracia por una mera acepción que viene del griego-; el fiscal jefe de Castellón, José Luis Cuesta; o el ya exjefe del Estado Mayor de la Defensa (Jemad), Miguel Ángel Villarroya. Varios de ellos con una excusa cada cual más disparatada, peor inventada y malamente expuesta: que si yo no quería vacunarme, que si me lo dijeron mis superiores, que si fui médico un rato, hace años, que si pensé, creí y entendí, argumentos todos ellos de los que aprendí en mi infancia y adolescencia de colegio de franciscanos que son hijos de la ignorancia y el tiempo perdido. Da la sensación de que para algunas cosas de cierta relevancia, total, una nadería, salvar la vida, verbigracia, hemos cambiado bien poco.

En algunos casos, por ser justos, el coladero de la vacuna anticovid se ha pagado con la dimisión de los pícaros, entre ellos, algunos cargos públicos, el fiscal de Castellón o el exjefe del Estado Mayor. Respecto a los obispos, me pregunto si habrá algún modo de que la curia abrace los preceptos de la edad moderna desde un sentido más amplio, como el de dejar a la ciencia que actúe y si luego hay milagro, miel sobre hojuelas. Dimitir sería un buen comienzo para entrar definitivamente en la modernidad. Pero, claro, ¿ante quién dimite un obispo? Ante el Papa, ante Dios, imagino. Pero ese sería el verdadero milagro. Jesusito de mi vida, eres niño como yo...