Son las 10 de la mañana y, a través de la pantalla de la aplicación de videoconferencia, se la ve ligeramente ladeada y cubierta con un pañuelo de seda. Su voz desprende cierta desconfianza y en sus manos humea el tradicional café turco, capaz de activar las papilas solo con verlo. Se presenta como Hiranur (seguramente no es su verdadero nombre) y llegó a Barcelona hace casi dos años desde Estambul, a donde ya había huido de una familia apegada a la tradición y que ahogó todas sus expectativas (trabajó duro desde muy joven al ser la mayor de los hermanos, y no pudo asistir regularmente a centros educativos). De allí a Barcelona, en un periplo que no desea recordar. Nada ha sido como soñó. 

“Quería empezar en Europa y en concreto en Barcelona con una pequeña idea de negocio, pero las dificultades me resultaron insuperables a pesar de la ayuda de otras compatriotas y de algunas asociaciones locales. No superé la burocracia, y el idioma fue una gran barrera al principio”. 

En realidad, la huida hacia Europa alivia, pero no soluciona los problemas a los que se enfrentan las mujeres migrantes, según un informe de Naciones Unidas: "Las mujeres sobreviven bajo condiciones de desigualdad en todos los países de planeta, en situaciones que rara vez se aprecian, porque nunca están a la vista". En España, donde los colectivos de trabajadoras denuncian reiteradamente que se cobra menos en el mismo trabajo por ser mujer, Hiranur afirma que no ha salido todavía "de la última posición donde están los últimos de los últimos". "Limpio escaleras cuando me llaman, sin contrato y sin seguro, por lo que es difícil hallar un lugar más digno en el que vivir y poder seguir el ritmo vital de otras mujeres de mi edad. En ocasiones es complicado pagar la factura de las tiendas, mucho más ahora con el tema del virus. Nadie quiere extraños en su casa y menos extranjeros". 

Si de lo que se viene huyendo es de la presión cultural, tampoco se tiene mucho éxito en las sociedades desarrolladas: “Sigo llevando mi pañuelo porque el colectivo turco se conoce entre ellos y vigila, y margina a quienes muestran actitudes más occidentales. Una mujer es mal vista si enseña demasiado su cuerpo. Hay pequeñas excepciones, en Estambul, yo he observado mujeres cubiertas con el turbante o pañuelo islámico mezclándose con otras vestidas muy al estilo europeo, pero en general los cuerpos femeninos se tapan hasta dejar ver solo los ojos en la mayoría de ocasiones. Y en el campo, donde vive casi la mitad de los habitantes de Turquía, apenas se puede elegir”.

Es en el campo donde se quedó todo, sus hermanos pequeños, su padre y su madre, una mujer ya vieja y cansada “que sabe mucho de discriminación, de la mentalidad patriarcal que la permite y de violencia familiar. En mi pueblo, aunque pequeño, hemos visto asesinatos por honor y suicidios inducidos en nombre de una anticuada idea de honra familiar”. No ha regresado a Turquía desde que se marchó, las comunicaciones son difíciles, sabe poco, muy poco, de su familia y “no sé si algún día podré volver a verlos”.

Espejismos

En nuestro país son cada vez más populares las series turcas, guiones con un inmenso despliegue de pasión, guapos protagonistas y vidas llenas de atractivo. ¿Podrían ser reales? “No, nada más falso que las imágenes de la gran mayoría de estas series que salen en las pantallas de la tele. Nada que ver, al menos, para el 90% de la población de nuestra Turquía actual”. 

En las periferias urbanas, abarrotadas de inmigrantes campesinos, la vida de las mujeres tiene poco que ver con los guiones cinematográficos y mucho con el sometimiento femenino a las estrictas normas de los hombres de la familia. La realidad habla de pobreza, conservadurismo y una presión cada vez más fuerte del 'namus', la honra familiar cuya defensa recae en las mujeres. Mancillarla añade, a la dureza de la propia existencia, un plus de ansiedad y angustia “de límites difíciles de comprender para vosotros los occidentales”. La religión y la familia, la tradición y la cultura, presionan con mucha más fuerza a mujeres que a hombres, por eso, “cuando consigues salir de esa situación, te queda la soledad, que es aún peor”.

Sin alternativa

Según un informe que puede leerse en el portal Datos Mundiales sobre la Migración, cada vez son más las mujeres que salen de su país de forma independiente para trabajar, recibir educación o como cabezas de familia. A pesar de los avances, se observa que las féminas siguen sufriendo una mayor discriminación, y son más vulnerables a los malos tratos, experimentando una doble exclusión en el país de destino, en comparación con los hombres, por ser mujeres y migrantes. 

Hiranur ha encontrado en el Ajuntament de Barcelona una pequeña ayuda, una mano a la que se aferra. Bajo el influjo institucional, de tarde en tarde, se atreve a quitarse su pañuelo de seda y asegura que algún día se atreverá también a contar como fueron sus noches de frío en un portal, la humillante negociación sobre su sueldo con empresarios sin escrúpulos, y el paso por el 'club', que así denominan algunas mujeres a la última solución cuando tienen que dedicarse a la prostitución para seguir adelante. “Aquellos días no pase miedo ni asco, solo pensaba en mi madre. Y tenía ganas de llorar”.

El café ha debido quedarse frío. Son las 11,30 de la mañana y tiene que desconectar, no está en su casa. La red es cara, demasiado cara para una muchacha que limpia escaleras en el Eixample, cuando la llaman.