A la pequeña Valeria Benítez Sastre todavía le da miedo caminar sola, pero aun así, se las apaña para agarrarse del dedo de alguno de sus padres y llevarles hasta la puerta de casa. Un gesto que, como ya sabe toda su familia, viene a significar que lo que realmente quiere es salir a la calle. “Es que fijo quiere estar fuera”, asegura divertida su madre, Covadonga Sastre Peña, quien recuerda a la perfección cómo fue la primera vez que su bebé pudo pasear más allá de los muros de la vivienda. “Miraba sorprendida todo lo que había a su alrededor, como diciendo: ¿de dónde ha salido esto?”, cuenta de aquellos no tan lejanos días de desescalada después de casi dos largos duros meses de confinamiento que, además, fueron los primeros de la vida de Valeria. Y es que la niña nació en Gran Canaria tan solo dos horas después de que entrase en vigor el estado de alarma en España, tal día como mañana, hace justamente un año.

Sobre aquel 15 de marzo de 2020, Sastre Peña tiene sentimientos enfrentados que nada tienen que ver con la felicidad de tener a su hija en brazos. “Ingresé el día 13 en el Materno-Infantil para que me provocasen el parto, pero al final fue la madrugada del 15”, explica la joven de 26 años que, en un principio, estaba acompañada de su pareja, Kioma Benítez Negrín; de sus padres, Natalia Peña y Francisco José Sastre, y de su suegra, Ana Rosa Benítez. Antes de dar a luz a la pequeña, la posibilidad de decretar el encierro sobrevolaba ya el ambiente, al igual que las consecuencias que podía traer esta medida. “Me preocupaba el tema del trabajo y aunque tenía muchas ganas de que llegara la niña, sentía que no lo iba a hacer en el mejor momento”.

A esta madre primeriza, la noticia del estado de alarma le llegó en medio de los nervios y los dolores del parto, sumado al temor de la existencia de un virus del que poco se sabía por aquel entonces. “Yo estaba muy asustada porque sabía que había personas contagiadas ingresadas en el mismo hospital y me daba tanto miedo que no salía de la habitación”, rememora. Ante esto, el papel de los profesionales del Materno fue crucial para que dominara la calma. “Los médicos y enfermeros nos tranquilizaban todo el rato”, asegura sobre la labor que llevó a cabo el personal del Servicio de Obstetricia y Ginecología del centro que tuvo que lidiar con los avatares de una situación desconocida, sin que el nerviosismo generalizado imperante se apoderase de las pacientes a las que, como en el caso de Covadonga, se les permitió estar acompañadas de una persona durante el alumbramiento. Un doble esfuerzo por parte de los sanitarios gracias al que Valeria nació en perfectas condiciones a las dos de la mañana, convirtiéndose en la primera niña grancanaria en llegar al mundo un hospital público en pleno confinamiento. Un momento feliz que, sin embargo, se alejaba de cómo sus padres habían imaginado inicialmente que sería por culpa del Covid-19.

“Te esperas el día de tu parto como algo muy bonito, con tu familia, con globos y flores, y al final estuvimos solo mi pareja y yo porque mis padres y mi suegra, después de ver a la niña, tuvieron que marcharse a casa porque ya estábamos confinados”, apunta la teldense, que recibió el alta al día siguiente, sin ser consciente de lo que se iba a encontrar. “Para empezar, íbamos con mi padre en el coche asustados por si nos paraban, porque no se podía ir más de dos personas y nosotros éramos tres, más la niña”, recuerda. No obstante, lo que más le llamó la atención a la joven fue ver la carretera vacía. “Fue algo impactante”, asevera Covadonga.

La bebé se divierte junto a su madre en un columpio. | | JOSÉ CARLOS GUERRA

La bebé se divierte junto a su madre en un columpio. | | JOSÉ CARLOS GUERRA

Aquello fue tan solo un adelanto de lo que estaba por venir. La pareja había decidido mudarse a casa de los padres de Sastre, por ser primerizos y sentirse algo perdidos, pero también por no tener trabajo. “En ese sentido, fue muy duro porque nosotros estábamos y seguimos en paro y a mi padre le mandaron a un ERTE”, señala. No poder salir también agravó el agobio y, en ciertos momentos, la tristeza por no poder compartir con todos los seres queridos el crecimiento de la pequeña. “Yo tengo que decir que el primer mes de mi hija lo disfruté muchísimo porque estaba totalmente volcada en ella al no poder salir, pero mi suegra, por ejemplo, no pudo verla hasta que nos dejaron salir y eso sí era muy triste”.

Una pena aliviada por el teléfono móvil al que recuerda pasarse las 24 horas pegada. “Colgábamos una videollamada con uno y nos llamaba otro, y así todo el día”, cuenta. La distancia no fue lo único duro a lo que se enfrentaron. “Tuve que ir a la revisión de los 15 días, a las vacunas y a cualquier cosa del pediatra completamente sola esos meses y para mí era algo difícil”, explica la joven, quien apostilla divertida que le daba tanto miedo que se contagiase la niña que la llevaba completamente tapada. “No se le veía ni una piernecita”.

En el centro, la pequeña Valeria Benítez Sastre, agarrada de la mano de sus padres, Covadonga Sastre y Kioma Benítez, en el parque San Juan de Telde. | | JOSÉ CARLOS GUERRA

Este pánico tampoco se fue cuando empezó la desescalada en mayo. “Cuando empezamos a salir, llevábamos mascarillas aunque no eran obligatorias y manteníamos la distancia de seguridad. Yo no dejaba que nadie se acercara a la niña y tan solo la cogía mi suegra, porque el resto de la familia salía para ir a trabajar y nos daba mucho miedo”, asegura Sastre. Poco a poco, cuenta que se fueron relajando, pero su temor se hizo realidad en septiembre cuando, a la semana de que Valeria hubiese tenido que ir al pediatra porque estaba malita, la niña volvió a enfermar. “No sabemos dónde ni cómo, pero cogió el virus y nos lo pegó. Gracias a Dios ella solo tuvo tos y nosotros lo pasamos asintomáticos, así que por esa parte estamos contentos de que no fuera a más, pero cuando me enteré, me pasé dos horas llorando”, comenta la progenitora.

Todo aquello quedó ya atrás: los días de encierro en los que a la pequeña tan solo le podía dar el sol por la ventana, lo que le provocó varias visitas al Materno-Infantil “porque se ponía amarillita” a causa de una ictericia, hasta tal punto que su madre llegó a saltarse un día las restricciones de movilidad de la Isla en busca de cualquier rayito que le bajase la bilirrubina y evitar un ingreso hospitalario. También quedaron atrás las 24 horas de videollamadas como única vía para ver crecer a la niña o las tardes sin poder ir al parque. Ahora Valeria “es un terremoto” que quiere descubrir el mundo a través de sus ojos azules, ajena a una pandemia ante la que sus padres siguen sin bajar la guardia en lo que a las medidas de seguridad sanitaria se refiere.

Con suerte, la chiquitina no tendrá que llegar a llevar mascarilla ni guardará en su memoria lo que es vivir confinada. Con suerte, será consciente de la existencia del Covid-19 por lo que le llegue a través de las noticias o de la memoria de sus familiares y podrá contar como anécdota que ella fue la primera grancanaria en nacer en el sistema público de Sanidad aquel 15 de marzo de 2020 en que todo se paralizó en España. Su madre todavía no tiene muy claro cómo se lo explicará cuando llegue el momento, lo que sí sabe es que podrá transmitirle que ni las dificultades de una crisis sanitaria le hicieron flaquear. “Mi matrona, que nos ha ayudado un montón a través de un grupo de Whatsapp a varias de las que dimos a luz en el confinamiento, nos dijo que no nos preocupáramos porque el instinto maternal puede con todo. Y así ha sido, nada nos ha parado ni a su padre ni a mí”. A Valeria, que breve hará correr a sus progenitores tras ella, el virus no la frena tampoco.