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Y al quinto mes volvieron a casa

La mediación del alcalde de Santa Cruz de Tenerife, José Manuel Bermúdez, y la implicación del Instituto Canario de Vivienda permitió recuperar el hogar de Claudio y Cati

A la espera de poder tener una nevera o un termo, la familia Rodríguez regresó a su rehabilitada casa, agradecida a la gestión del alcalde y de Vivienda.

La familia formada por Claudio y Cati, junto a tres de sus cuatro hijos y cuatro nietos, nunca olvidarán el 21 de octubre, cuando el incendio en un patinete que se estaba cargando acabó por calcinar su vivienda de Añaza. “Todavía hoy cerramos los ojos y se nos vienen las imágenes al recuerdo”. Tamara, la hija del matrimonio, se echó a la familia a sus espaldas y logró que las administraciones rehabilitaran la casa a la que ya han vuelto.



La noche del pasado 21 de octubre quedará grabado en el recuerdo de la familia de Tamara Rodríguez como el día en el que un incendio hizo tambalear los cimientos de su familia. Ese día, los niños pusieron a cargar su patinete eléctrico en el cuarto de matrimonio de la vivienda que se localiza en un quinto piso de más manzanas de Añaza, cercanas a la Biblioteca José Saramago, cuando, sobre las 22:30 horas, alertaron a su familia que salía humo de su patinete. Veinte minutos bastó para que el fuego destruyera el hogar donde residía el matrimonio formado por Claudio y Cati, tres de sus cuatro hijos y cuatro niños, hijos del mayor de los hijos de los propietarios. Se les estremeció la entrañas y de la noche a la mañana vieron como podían perder su hogar.

El matrimonio formado por Claudio y Cati era vecino de Santa Clara y, como otras tantas familias, consiguió una vivienda social en Añaza, donde establecieron su domicilio desde hacía 28 años. Él se había dedicado al mundo de la construcción, hasta que le pasó factura la crisis económica y encontró el sustento para su familia como guardacoches, en los aparcamientos del Hospital Universitario Nuestra Señora de Candelaria, hasta que también lo cerraron en diciembre de 2018 para realizar obras; ella, Cati, trabajó en el reciclado de ropa, hasta que lo tuvo que dejar por una enfermedad que lo único bueno que le proporcionó fue una paga de invalidez, que, con el paso de los años, se ha tornado en el único sustento de la familia.

También la hija, Tamara, trabajó, hasta que un accidente laboral se lo impidió y tampoco la prosperidad económica se ha aliado con el mayor de los cuatro hermanos, que solo encontró trabajo temporal. En el momento del incendio, el pasado 21 de octubre, estaban todos desempleados y se vieron en la obligación de recortar gastos. Sacaron números y en junio decidieron prescindir, precisamente, del seguro de su casa. Quién les iba a decir que cuatro meses después su vivienda iba a ser pasto de las llamas.

Desde la misma noche que el fuego acabó con su vivienda, encontraron el ofrecimiento de los servicios municipales de recibir atención los mayores en el albergue, si bien los niños tendrían que ir a un centro de menores; a lo que se negaba la familia de ocho miembros que vivía en un piso de tres habilitaciones en Añaza.

El ángel de la guarda es vecino

Ese mismo día, un matrimonio con dos hijos que vivía en otro bloque le ofreció darle cobijo en su piso; claro, se trataba de alojarlos a los ocho junto a los cuatro en la vivienda, hasta que el ayuntamiento o alguna administración diera respuesta a su situación.

La generosidad de sus vecinos fue tal que se fueron a vivir con sus padres y los nietos, y le dejaron libre la vivienda para la familia de la casa afectada por el fuego hasta que se la rehabilitaran. En el reportaje se omite más datos de su identidad por expreso deseo de los benefactores de Tamara Rodríguez y su familia.

El día 17 de noviembre, un mes después del incendio que acabó con la vivienda, el alcalde visitó Añaza dentro del seguimiento que, cada semana, realiza por los barrios de Santa Cruz de forma personal. En presencia del concejal de Distrito, Javier Rivero, quien ya había iniciado los contactos con la familia de Tamara, la propia afectada esperó el paso de la comitiva municipal en la rambla próxima a su vivienda, por fuera de la biblioteca José Samarago. Tamara ni se lo pensó y se acercó al alcalde para exponerle la situación. La que había sido la casa durante 28 años había sido pasto de las llamas, había pasado un mes y estaban viviendo de acogida gracias a un vecino, pero no tenía visos de una solución.

El regidor, José Manuel Bermúdez, le dio su palabra de que realizaría los trámites oportunos para buscar la implicación del consejero regional de Vivienda, Sebastián Franquis. “Descuida, voy a hacer la gestión”, le aseguró. Y así fue.

Al mes siguiente, el 17 de diciembre, el consejero de Vivienda del Gobierno canario realizó una visita, junto a la directora del Instituto Canario de Vivienda, María Isabel Santana, a la promoción social que se edifica en El Tablero, también en el distrito del Suroeste. Ese mismo día, la responsable del Instituto Canario de Vivienda había dado instrucciones para que un ingeniero de su departamento acudiera a la casa de Tamara, con la finalidad de valorar el grado de afección y conocer cuánto costaría su rehabilitación.

En paralelo, la participación de Javier Rivero codo con codo con Tamara fue fundamental para la búsqueda de la póliza aseguradora que tenía la comunidad de vecinos del edificio donde había ocurrido el incendio. De forma ejemplar, y excepcional, los residentes tenían suscrito un seguro que cubría incidencias no solo en el edificio, sino dentro de cada una de las viviendas, lo que fue providencial para que se llevara a cabo la rehabilitación del inmueble destruido por el fuego.

El siguiente paso, también supervisado por la directora del Instituto Canario de Vivienda, María Isabel Santana, fue conseguir la póliza y definir quién iba a ejecutar la rehabilitación. Cabían dos opciones: una, el administrador del inmueble o, la otra, la administración pública desde el Instituto Canario de la Vivienda.

Se tardó más en la encomienda a la administración que en comenzar los trabajos para restituir a la normalidad la vivienda. También había que regularizar otro asunto: la maltrecha situación económica de esta pareja los había llevado a dejar de abonar alquileres, una situación que durante todos estos trámites retomó la propia Tamara aprovechando que desde el Instituto Canario se le recordó que existían ayudas para las familias en una situación de precariedad económica. Pero era necesario mostrar la voluntad de restituir la normalidad. Dicho y hecho. Ahí estuvo Tamara para conseguir retomar esa situación.

En 45 días, y bajo el celo de la dirección general del Instituto Canario de Viviendas, se acometió la obra de rehabilitación de la casa, una tarea que no era sencilla, pues el fuego destruyó en 20 minutos lo que se tardó seis semanas en reconstruir.

El 11 de marzo, la administración citó a los padres de Tamara para devolverles la llave que les había pedido para acometer los trabajos de rehabilitación, en uno de los momentos de tensión por el temor de los progenitores, Claudio y Cati, a perder su único patrimonio material: la casa.

Pero al día siguiente, con las llaves en mano, Cati volvió a abrir su casa; antes no había podido acudir por no soportar la visión de cómo quedó su vivienda. Desde entonces, la familia Rodríguez recupera su casa, a falta de alguna lavadora o un horno, o muebles básicos que garanticen la calidad de vida. Aunque con precariedad, disfrutan de su nuevo hogar.

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