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Historia | Nueve décadas de la II República

“Tarde, pero llegué”

Las Palmas de Gran Canaria fue la tercera capital española en proclamar la Segunda República, haciéndolo antes que Madrid y solo después de Barcelona y Valencia

Rafael Guerra del Río (centro), en una visita a Gran Canaria como ministro de Obras Públicas de la II República. | | LP/DLP

Era abril el mes, y martes 14 el día de aquel trepidante año de 1931. Las Palmas de Gran Canaria fue la tercera capital española en proclamar la Segunda República, haciéndolo antes que Madrid y solo después de Barcelona y Valencia. A la “completa desorientación” de la jornada precedente, sucedió el entusiasmo de las izquierdas al correr el rumor sobre la expatriación del rey. Los líderes de la Coalición Republicano-Socialista se reunieron hacia el mediodía para escoger los nuevos cargos públicos de altas responsabilidades. Dos nutridas manifestaciones arrancaron sobre las 15 horas desde la Casa del Pueblo de La Isleta y los Centros Republicano y Obrero de Triana, en tanto la Federación Obrera decretaba la huelga general. Los guiones tricolores y rojos flamearon entre los vítores a la República, y precediendo la concentración trianera hubo un cartelón con las fotografías de los capitanes Galán y García Hernández, bajo la inscripción “Por la Patria y la Libertad”. Ambos desfiles coincidieron en un mitin del Campo España, desde el cual atronaron infinidad de voladores. El socialista Francisco García y García, el federal Bernardino Valle Gracia y el radical Rafael Guerra del Río, delegado del Comité Ejecutivo Revolucionario Español, hicieron referencia, ante unos 7.000 asistentes, a la resurrección de “la noble nación española”, al federalismo de Francisco Pi y Margall y José Franchy y Roca, a los comuneros de Castilla y al futuro de tolerancia, justicia y orden.

Después del breve mitin en ese estadio, los participantes caminaron en dirección a Triana y aplaudieron de manera fogosa el despliegue en la Central de Telégrafos de una enorme bandera tricolor, que cubría desde el tercer piso hasta los balcones del segundo, la primera de las extendidas en una institución oficial. El fervor de los concentrados aumentó cuando dos tenientes del Ejército se cuadraron ante la novel enseña. Un grupo de manifestantes abandonó dicho punto, en la esquina de las arterias Buenos Aires y Viera y Clavijo, con rumbo a las casas consistoriales de la Plaza de Santa Ana. Junto a Guerra del Río, allí encabezaron las irrupciones populares tres dirigentes franchystas: el abogado Nicolás Díaz-Saavedra y Navarro, el médico Aurelio Lisón Lorenzo y el periodista Melitón Gutiérrez Castro. La tricolor que pensaban llevar a Telde algunos de sus camaradas, traída de Barcelona por el industrial Luis Gurbindo Grima, terminó izada alrededor de las 17.30 horas en el mástil del edificio. Inmediatamente se dio posesión a los concejales republicanos y socialistas recién electos y fue destruido el retrato al óleo del monarca que lucía en el testero principal del salón dorado, corriendo igual suerte otras pinturas análogas, lanzadas desde los ventanales; apenas mereció respeto la del artista Néstor Martín-Fernández de la Torre, con un Alfonso XIII en uniforme de marino. Nuevas denominaciones recibieron sendas plazas: Libertad la de Santa Ana y Pablo Iglesias la de San Bernardo.

El telegrama que el gobierno provisional de la República destinó a Guerra del Río, confirmando la salida del Borbón, llegó a conocerse en la Plaza Hurtado de Mendoza en torno a las 18 horas. A continuación, arropado por los reunidos en la calle Mayor de Triana, hizo entrada en el Gobierno Civil el Comité Revolucionario local dispuesto por el susodicho prohombre, en unión de otros cabecillas federales y socialistas y del presidente de la Federación Obrera, el madrileño Primitivo Pérez Pedraza. Quedaron destituidos al punto el gobernador Luis de León y García, “de los fabricados en serie” por el ministro Leopoldo Matos y Massieu, y el secretario Cipriano Fernández de Angulo, exdelegado de gobierno y exmandatario provincial, “peón de brega del caciquismo marrullero”, subrogados, respectivamente, por los doctores Bernardino Valle y Aurelio Lisón. A la presidencia de la permanente del Cabildo Insular será aupado el jurisconsulto Francisco García y la homónima de la Junta de Obras de los Puertos recayó en el comerciante federal José Brosa y Roger, catalán de origen. Entre las iniciales disposiciones adoptadas estuvo la reposición del teniente Antonio Viader Farrarós, de la Guardia de Seguridad, cesado y sometido a expediente a raíz de su conducta intachable en las elecciones del domingo. También en la sede gubernamental fue desplegada la nueva insignia patria y rotos y arrojados por el balcón los lienzos del exrey y de la familia real, seguidos por el escudo monárquico.

Las palabras de uno de los recientes ediles de izquierdas, el empleado socialdemócrata Nicolás Navarro Valle, bastaron para disolver la concentración ante el Gobierno Civil. En una de sus primeras determinaciones, Bernardino Valle ordenó terminantemente el cierre de tabernas y así tuvo lugar sin repulsas. El carácter pacífico de las agitaciones republicanas tornó a imperar durante la manifestación que, a partir de las 22 horas, circuló desde la calle General Bravo hasta la Plaza de La Libertad, deteniéndose frente a la residencia de los Guerra del Río. Muchas de las 5.000 personas concurrentes tararearon La Marsellesa, reiteradamente interpretada por la banda municipal, en tanto estallaban numerosas tracas y cohetes. Al caer la tarde, sin embargo, habían surgido los preliminares brotes de violencia sobre las cosas, ejecutados por equipos de “mozalbetes”, fundamentalmente simpatizantes de los socialistas. Aparte de fracturar los rótulos de las vías dedicadas a personajes de la Dictadura (Primo de Rivera, Calvo Sotelo, Martínez Anido o Tomás Quevedo), varios de los revoltosos asaltaron la basílica catedral y echaron al vuelo las campanas, mientras otros apedrearon los frontis del Colegio de los Jesuitas y del Hotel Alfonso XIII, cuyo letrero anunciador derribaron.

Los incidentes más rabiosos los sufrieron los talleres y la redacción del diario clerical El Defensor de Canarias, muy implicado en la salvaguardia de la Monarquía durante los recientes comicios. Otra vez fueron jóvenes, actuando espontáneamente, quienes irrumpieron en el local y ocasionaron grandes destrozos: vuelco de cajetines tipográficos, empastelamiento de planas, estragos en los dispositivos de impresión, roturas de libros de contabilidad y máquinas de escribir e incendio de resmas de papel y artilugios varios en el colindante Barranco del Guiniguada. El propio gobernador interino acudió enseguida con el teniente coronel de la Guardia Civil e impuso servicios de vigilancia en evitación de renovados desmanes. Las fuerzas de la Seguridad custodiaron igualmente el Colegio de los Jesuitas y algunas instalaciones religiosas, en tanto parejas de la Benemérita rondaban a caballo por diversas zonas de la ciudad. Ningún otro desbarajuste hubo de allí de adelante, teniendo en cuenta que la Guardia Municipal había expresado su temprana adhesión al bisoño régimen. Las iniciativas mayoritarias volvieron a proyectarse en fórmulas pacíficas, desde la suscripción popular destinada a erigir un monumento a los Héroes de Jaca hasta los estandartes rojos que orlaron las placas de la travesía Pérez Galdós. En el balcón principal del Gobierno Civil, el emblema de la República lucía con el siguiente epígrafe: “14 de Abril de 1931. Tarde, pero llegué”.

Actos de celebración de la proclamación de la II República en la calle Padre Cueto. | | LP/DLP

La tranquilidad fue casi absoluta en las manifestaciones y el mitin del Campo España a lo largo del 15 de abril, repitiéndose las diligencias de la banda municipal y el estruendo de los fuegos artificiales. Solo aparece la excepción del rompimiento del cartel en las oficinas centrales de la empresa de transportes Melián y Compañía, una reprobación a su monopolio; en cuanto al gemelo de las jardineras guaguas, suscitó iguales desaprobaciones mediante pancartas diversas. Por mandato gubernativo se enarboló la bandera tricolor en el Gobierno Militar, con 21 cañonazos en salvas de honor desde las baterías de San Francisco y otras. Fuera del reducto de la capital, las sincrónicas movilizaciones festejando la República apenas discurrieron en Telde, a través de la incautación del ayuntamiento y de algunas dependencias municipales por la Coalición Republicano-Socialista. Del consistorio retiraron sus aspirantes en las últimas elecciones un cuadro de plata con la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, remitido al cura párroco envuelto en la divisa republicana. No tengo documentadas más exhibiciones de tal naturaleza en otras jurisdicciones provinciales. En el supuesto de haberse verificado más celebraciones sincrónicas, permanecieron circunscritas a la esfera privada o al radio de ínfimas tertulias.

Los “ricos” palmenses respondieron a la novedad trasladándose con sus familiares al interior de la isla. El irónico Guerra del Río, en la arenga del día 14 en el Campo España, aseveró que huían de la urbe “como si unos nuevos vándalos estuviesen a las puertas de Roma”. Cuando el exalcalde monárquico José Mesa y López marchó con los suyos a la residencia campestre de Tafira Alta, el obispo Miguel Serra y Surracats optó por irse, acompañado del séquito ritual, a la villa mariana de Teror, al socaire de la patrona de la diócesis. Eso de la tópica “fiesta popular” por entonces desatada, y concluida supuestamente después en “lucha de clases”, no ofreció en Las Palmas de Gran Canaria encaje alguno. Los minoritarios republicanos federales y los socialistas, además de los pocos anarcosindicalistas presentes, fueron los únicos en aplaudir la entronización de la Segunda República, unidos al estrecho número de trabajadores sindicados en la Federación Obrera. Una cuestión, en suma, propia de las izquierdas y extraña por completo a las derechas. El máximo de 7.000 ciudadanos (incluyendo a muy reducidas ciudadanas) que salieron de sus habitáculos para exponer el júbilo por el derrumbe de la Monarquía en la capital provincial, no debió exceder de la cuarta parte del electorado exclusivamente masculino (a partir de los 23 años) e involucró a una importante cuantía de elementos juveniles sin derecho al voto.

Entrañó una paradoja enorme que, en la tercera capital española sumada a la Segunda República, hubiesen ganado los borbónicos en las elecciones directas celebradas dos días atrás, a semejanza de lo ocurrido en otras diez poblaciones de rango idéntico. Los registros oficiales entregaron 23 sitiales a la Concentración Monárquica y 16 a la Coalición Republicano-Socialista, repartidos los últimos por igual entre sus dos formaciones yuxtapuestas. Las únicas victorias de las izquierdas procedieron de los tres distritos del Puerto de La Luz, si bien con las más altas abstenciones en los correspondientes a La Isleta. En Telde obtuvieron actas, merced al barrio de San Gregorio, tres federales y un socialista, frente a 17 dinásticos. A estos 20 ediles en ambas municipalidades se redujo el saldo de la Coalición en Gran Canaria durante la histórica consulta del 12 de abril de 1931, que encumbró en toda ella a 111 candidatos de las banderías monárquicas, tras la suspensión de los escrutinios en Santa Lucía. Desde el día 5, con las proclamaciones automáticas por el artículo 29 de la Ley Electoral de 1907 en 14 ayuntamientos, gozaban estas de 181 concejales en la isla por solo dos republicanos en Gáldar, de tal forma que las sumas finales arrojaron 292 regidores con la Monarquía y 22 con la República, llevándose aquellos un 93% del total.

Mínima fue la contribución grancanaria a las mutaciones del 14 de Abril. Sus izquierdas arrostraron algunos expresivos bretes para cubrir varias de las alcaldías provisionales en la nueva singladura. Durante la noche inaugural de la misma, reveló Guerra del Río no haber encontrado quién las desempeñase, por “miedo a las represalias”, en San Bartolomé de Tirajana e Ingenio, viéndose curiosamente forzado a recurrir a los párrocos respectivos, los presbíteros Francisco Rodríguez Pérez y Juan Martel y Martel. A los pocos días, el gobernador interino Valle Gracia encumbró comisiones gestoras luego de sortear numerosos obstáculos. La falta genérica de agrupaciones republicanas o socialistas obligó en diferentes municipios a pedir el concurso de individualidades aisladas y carentes en ocasiones de pedigrí democrático, entre las cuales se alinearon no pocos incondicionales de la Dictadura de Primo de Rivera y hasta monárquicos de postín. Inicialmente recluidos en los guetos de la capital provincial y de Telde, a los genuinos republicanos se les escapó el control sobre las zonas rurales hasta las gestoras del Frente Popular, entre marzo-julio de 1936, y en aquellas mandaron sobre todo los caciques de siempre. La Segunda República estuvo aquí muy condicionada por el lastre del pasado, a despecho de las euforias urbanas en las primeras horas.

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