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Día de la Madre

La ‘pequeña’ mamá

Lidia Afonso Falcón, de 58 años, se encargó de cuidar

a sus siete hermanos cuando era apenas una niña

La ‘pequeña’ mamá | ANDRÉS CRUZ

Lidia Afonso Falcón ha estado prácticamente toda su vida al cuidado de niños. Primero fueron sus hermanos, después llegaron sus hijos y ahora, con 58 años, continúa al pie del cañón con sus nietos. La experiencia en cada una de las etapas ha sido completamente distinta, si bien de todas ellas conserva el aprendizaje y una infinidad de recuerdos que pasan por ver crecer a sus seres queridos.

Nació en tercer lugar, pero fue la primera niña y eso le otorgó una responsabilidad que, como ella misma asegura, le hizo convertirse «antes de tiempo en mujer». Las circunstancias mandaban. Su madre era la que mantenía a la familia, lo que implicaba pasar largas horas de trabajo fuera de casa en las que una pequeña Lidia se encargaba de mantener el orden.

De aquellos ya lejanos años recuerda que su progenitora le encomendaba tareas que pasaban por las labores propias del hogar, además de tener que cuidar de sus hermanos. «Mi madre me decía lo que tenía que hacer y yo lo hacía», señala quien estuvo pendiente de comidas y deberes, entre otras cosas. «Tuve una infancia difícil, pero también bonita», apostilla. Y es que, a pesar de todo, también hubo alguna que otra trastada que ahora le hacen reír.

Le vienen a la memoria de forma divertida las veces que iban a «pellizcar uvas» a las parras que había en el barranquillo cerca de Santidad, donde vivía la familia, y cómo el señor que cuidaba el espacio solía ir a quejarse a su tía, que vivía en la calle de atrás. «Ella nos llamaba con una caracola de mar y ya sabíamos que tocaba arresto», apunta sin obviar la ocasión en la que su hermano mayor cogió un pato de un estanque que también había en la zona y se lo llevaron a casa, donde permaneció hasta que, una vez más, el vigilante les delató. «Es que mi hermano mayor era muy travieso. Una vez mi tío trajo un bidón de disolvente y nos dijo que no lo tocáramos, pero él metió un fósforo y se quemó toda la cara y yo, al verle llorando, le llené de mercromina roja. Cuando mi madre llegó y vio aquello…».

Afonso revive con cariño aquellos años en los que estaban «todos juntos», y en los que, a pesar había responsabilidades, también podía ser niña y hacer una de las cosas que más le gustaba: estudiar. Y es que nunca dejó de formarse, aunque se puso a trabajar en un almacén de tomates a los 14 años para ayudar a su familia. «Todo lo que ganaba se lo daba a mi madre y ella me daba la dote», explica quien a los 18 se casó con Santiago Alonso.

Fue entonces cuando se marchó de casa para crear su propio hogar, aunque ni se fue muy lejos ni se desvinculó de ese cuidado hacia sus seres queridos. «Mis hermanos me decían que era como su segunda madre», relata con orgullo. Apenas un año después de contraer matrimonio se convirtió en madre de verdad con la llegada de su primer hijo, Aridane. No mucho más tarde nació Minerva, cuando Lidia Afonso tenía 22 años. Pero nunca fueron solo dos niños en su hogar.

«Yo me llevaba a mis hermanos, sobre todo a los más pequeños y también estaban en la casa conmigo, los preparara y los llevaba al colegio». Así fue hasta que su progenitora dejó de trabajar y entonces se dio la vuelta a la tortilla y era ella la que le echaba una mano. Y es que durante bastante tiempo su marido trabajó fuera de la Isla, por lo que a Afonso le tocó hacer de «madre y padre» en muchas situaciones.

No obstante, no lamenta ninguno de los sacrificios ni el esfuerzo que realizó junto a su pareja para sacar adelante a los suyos. «Nos esforzamos mucho para que nuestros hijos pudieran tener lo que nosotros no tuvimos y los dos tienen sus estudios y, de hecho, mi hija tiene una clínica de estética», apostilla. A ella, personalmente, le hubiera gustado estudiar más, aunque ha hecho numerosos cursos. También querría haber conocido más mundo, pero aún así asegura que vivir la maternidad «es lo mejor». Ahora, convertida en abuela de cinco, confiesa estar disfrutando del tiempo que tiene para jugar con sus nietos, tres de los cuales cuida a diario para echarle una mano a su hija. «Te dan vidilla», asevera quien no cambia por nada los momentos vividos junto a su familia.

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