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Historia

Hundidos y salvados (I)

La crónica novelada ‘El Delator’ de García Ramos tiene la gran virtud de reivindicar a López Torres, pero no cuenta una verdad histórica

Desde la izquierda, Pérez Minik, Márquez Peñate, López Torres, Espinosa y Gutiérrez Albelo. | | LP/DLP

Me permito tomar el título de uno de los libros más emblemáticos de Primo Levi sobre sus experiencias en el campo de exterminio de Auschwitz para intervenir en torno a la crónica novelada de Juan Manuel García Ramos El Delator. Recuerden: los más íntegros e insobornables sucumben; los que se adaptan, se amoldan y ceden, sobreviven. Hundidos y salvados. «Sobrevivían los peores, es decir, los más aptos; los mejores han muerto todos», escribía el superviviente italiano con no pocos remordimientos por haber salvado la vida.

Reconozco que opinar sobre la veracidad histórica de una obra que se mueve entre la realidad y la ficción es una tarea muy difícil, sobre todo porque no voy a opinar sobre su calidad literaria, ni de su estructura, ni de su ritmo... El asunto es que es una creación literaria con trasfondo histórico y, además, donde aparecen dos personalidades que existieron realmente: Domingo López Torres y Domingo Pérez Minik, el primero Hundido, y el segundo Salvado. Por eso asumo la tarea de escribir sobre el contexto histórico para contribuir a la claridad y, sobre todo, evitar poner el foco en las víctimas, dirigiéndolo hacia los victimarios.

En todo este Mar de Historias -parafraseando la maravillosa obra de Salman Rushdie-, de vidas entrecruzadas, miles y miles de personas en Canarias entraron en un agujero negro que acabó con su vida en unos casos, que les quitó la libertad en otros muchos y les arrancaron su alma -dondequiera que esta esté- en todos los casos. Los que sobrevivieron se convirtieron en fantasmas de sí mismos. Los asesinos materiales e intelectuales convirtieron estas Islas en un matadero humano y una trituradora de carne y de mentes cuyas consecuencias todavía las podemos ver.

Reconozco que cuando me enteré de la temática de la crónica novelada y, sobre todo, vi el título, me asaltó una duda sobre lo que había investigado: no sabía que alguien hubiera delatado a Domingo López Torres y que ese fuera el motivo de su desaparición-asesinato. Y me sumergí en ella con la intención de enriquecer mis conocimientos, pero no he encontrado pruebas documentales que abonen la hipótesis de una relación entre su muerte y la supervivencia de Pérez Minik, sólo referencias vagas a un supuesto documento encontrado en los papeles del primero en el Campo de Concentración de Fyffes y a la versión de un familiar -transmitida de padres a hijos- sobre lo acontecido hace ya la friolera de más de 80 años. Por tanto, desechada la novela como fuente histórica, me atrevo a hablar sobre ambos intelectuales en el contexto de la sociedad santacrucera antes y después del golpe militar del 18 de julio de 1936.

La crónica novelada de García Ramos tiene una gran virtud, y es la de reivindicar la figura de López Torres en el universo de la intelectualidad agrupada en torno a Gaceta del Arte, y es que probablemente sea uno de los más importantes estandartes del surrealismo canario y español por su correspondencia con Bretón en 1932, por la calidad de sus análisis estético-artísticos y por la vinculación entre arte y política que relacionaba el surrealismo y el marxismo, tan de moda a mediados de los años 30 e impulsada por el voluble e imprevisible André Bretón. Y es verdad que hasta los años 90 del pasado siglo no se rompió el hielo y se empezó a hablar de él, pero no fue al único que le pasó en la España desmemoriada de la transición política de los años setenta y en la post transición de los ochenta. Fue ese modelo de transición política con amnesia lo que sepultó la memoria de tantos y tantas, con las cunetas llenas de cadáveres esperando que alguien se acordara de ellos.

Pero opino que Domingo Pérez Minik no pudo delatar a Domingo López Torres porque no había nada que delatar, las actividades políticas del intelectual santacrucero eran públicas y constituían motivos suficientes para las autoridades militares para acabar con su vida, no había nada oculto, nada que se pudiera saber sobre él y que sólo un allegado pudiera delatar. Ahora bien, si de lo que se le reprocha al superviviente es que salvara su vida, y/o que no hiciera algo por salvar la vida de López Torres, eso es otro nivel de discusión, pero por supuesto descartando la supuesta delación.

El autor pregunta refiriéndose a López Torres: «No era dirigente político, no era un sindicalista significado» (p. 143), «qué acusaciones recaían en López Torres que no recaían en Pérez Minik» (p. 158). Pues la respuesta es muy fácil a la luz de la documentación consultada. Analizando muchos de los asesinados-desaparecidos, como el alcalde José Carlos Schwartz, Luis Rodríguez Figueroa y su hijo Guetón, el alcalde de Buenavista Camejo, los siete u ocho concejales de Santa Cruz de Tenerife y un largísimo etcétera, nos encontramos con un perfil parecido: todos ellos eran un peligro para el nuevo orden, aunque no se puede decir que exista un patrón común para todos los desaparecidos-asesinados ya que este varía en función del propio historial de la víctima y según las circunstancias históricas de una guerra que atraviesa momentos buenos y malos para los promotores de la rebelión.

Veamos los antecedentes políticos de López Torres para demostrar que probablemente, junto con Pedro García Cabrera, sea el miembro más destacado políticamente del grupo de intelectuales. Un informe de la Comisaría de Investigación y Vigilancia de Santa Cruz de Tenerife de 14/9/1939, más de dos años después de su asesinato, y firmado por el comisario jefe Aurelio Portecero, lo conceptúa como «uno de los puntales más firmes e inteligentes con que contaba el Partido Socialista», y no está hablando de sus méritos como escritor, sino como político, lo que le distancia del resto de sus compañeros de Gaceta del Arte con la salvedad ya dicha. El informe es detallado: el 20/3/1930 es bibliotecario del Partido Socialista, el 13/1/1932 es vicesecretario del mismo partido en Santa Cruz de Tenerife, el 13/6/1934 vocal de las Juventudes Socialistas, el 3/7/1934 esa misma organización lo nombra enlace con la CNT, el 29/9/1936 es designado vocal del Centro de Dependientes afecto a la UGT, el 29/11/1935 actúa como Presidente de las Juventudes Socialistas, el 3/1/1936 es Secretario-Tesorero de la federación insular de agrupaciones socialistas. Y para más inri pertenecía como afiliado a los Amigos de la Unión Soviética. Otro informe de Falange ETJ de 19/9/1939 lo consideraba «peligroso para la paz y la vida pública». Pero el informe de la Guardia Civil de Santa Cruz de Tenerife (9/9/1939) es más contundente si cabe al decir: «gran influencia entre las masas obreras» y en consecuencia «muy peligroso», añadiendo cargos políticos a los anteriores: directivo de la Casa del Pueblo de Santa Cruz de Tenerife, agente de enlace del Partido Socialista en las últimas elecciones (1936) y Presidente de la comisión obrera para la discusión de las bases de trabajo entre los empleados de vapores y los exportadores. A todo esto unimos el cargo de concejal del Partido Socialista por Santa Cruz de Tenerife, aunque fuera por poco tiempo.

En resumen, nuestro protagonista fue un cuadro político destacado en el Partido Socialista, tanto local como a nivel provincial, dirigente de las Juventudes Socialistas, enlace del Partido en el Frente Popular, enlace de las JJ.SS. con la CNT, encargado de defender a la parte obrera frente a los exportadores en la regulación de las relaciones laborales y cargo público del municipio. En mi opinión todo esto le hizo ser un firme candidato para ser asesinado, no existían cargos como para acusarlo de contravenir el Bando Militar, puesto que se entregó en los primeros días del golpe, al parecer por propia voluntad, y no parece que fuera delatado por nadie. Las autoridades militares no podían montar un «aquelarre» de guerra para darle apariencia legal de lo que no era otra cosa que un asesinato, incluida la fanfarria de banda y corneta en el Barranco de Santos. No había acusaciones de rebelión, ni adhesión a la misma, ni auxilio a los luchadores por la República, sólo su actividad anterior al 18 de julio y no precisamente la de carácter intelectual vinculada a la Gaceta del Arte.

Solo otro prominente grupo de la revista surrealista canaria tenía un perfil parecido, me refiero al poeta gomero Pedro García Cabrera, pero este tuvo más suerte que López Torres. De la prisión flotante fue trasladado a la colonia penitenciaria de Villa Cisneros con un grupo de alrededor de 50 presos políticos tinerfeños a mediados de agosto de 1936. Lo paradójico es que ese castigo le salvó la vida, puesto que entre el 12 y 13 de marzo del año siguiente escapa en un audaz golpe junto con los presos que aún quedaban y unos 100 soldados de la guarnición, capturan el vapor Viera y Clavijo y y se fugan a la colonia francesa de Dakar, incorporándose muchos de ellos a la lucha por la República en los frentes peninsulares. Una de las hipótesis es que el asesinato de López Torres, a fines de febrero o principios del mes siguiente, pudo acelerar los planes de fuga, tal y como relatan algunos de los que escaparon y plasmaron en libros y folletos, puesto que este ciclo represivo sangriento de Tenerife llegó a oídos de los confinados en África y estos no estaban dispuestos a convertirse en mártires de la causa. Observen, el asesinato de López Torres pudo salvar, indirectamente, a Pedro García Cabrera.

De todas formas, no todos los que tenían un perfil político parecido a López Torres fueron asesinados como él, se salvaron y no precisamente porque delataran a nadie, sino porque simplemente tuvieron la suerte de que la mirada asesina no se cruzara con la de ellos. Así era la caótica situación de los rebeldes, probablemente impelidos a quitar de en medio a algunos de esa inmensa «reserva de carne», que constituían los presos gubernativos, por órdenes de represalia venidas del propio cuartel del general(ísimo), o por sus propios miedos derivados de una hipotética incursión de la Escuadra republicana en aguas canarias. Me imagino a los victimarios decidiendo a quién seleccionar para las «sacas» y cómo aplicar las probables órdenes recibidas y posiblemente nunca escritas, solo instrucciones verbales. Incluso hay presos asesinados con una mínima implicación, como los campesinos de la Vecindad de Enfrente (Agaete) que fueron ultimados solamente por su vinculación con el Sindicato de Oficios Varios de Agaete, sindicados para incluirse en la lista de trabajo que gestionaba la organización. Esto fue el 4 de abril de 1937 y fueron 22 los liquidados. O los alrededor de setenta republicanos de Arucas muchos de los cuales fueron «liberados» del Campo de Concentración de Gando unos días antes de que fueran capturados de nuevo y asesinados en los pozos el 19 de marzo de ese año.

Siempre nos hemos preguntado qué es lo que provocó la etapa más sangrienta en el archipiélago que se produce entre enero y abril de 1937, época que concentra gran número de desapariciones-asesinatos y cuando más arrecian los fusilamientos, tanto en Tenerife como en Gran Canaria.

Hoy ya no tenemos dudas sobre el motivo de este sangriento ciclo represivo en Canarias: es el cambio del signo de la guerra de ese periodo, con el fracaso definitivo de la toma de Madrid por los franquistas a raíz de las derrotas en las batallas del Jarama y Guadalajara. Franco y su cuartel general se dan cuenta que la guerra va a ser larga y que hay que emprender lo que se ha denominado la limpieza política y social del territorio conquistado para asegurar la retaguardia y avanzar precisamente por los flancos débiles de la República.

Continuará mañana.

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