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Modelo importado de EEUU

La hiperpaternidad: un problema más de la educación del siglo XXI

Los padres y las madres 'helicóptero' sobreprotegen a sus hijos e hijas convirtiéndoles en seres blanditos incapaces de solucionar problemas

Un padre carga con las bolsas de deporte de sus hijos. Ferran Nadeu

Cuando David Trueba se convirtió en padre, acudió a su madre (que parió ocho hijos) en busca de un consejo fundamental para afrontar la crianza. La respuesta fue certera y tajante: “Hagas lo que hagas lo harás mal”. Es evidente que la perfección familiar no existe, pero en 2021 las clases medias y medias-altas aspiran a ello. El miedo a fracasar en la difícil tarea de ser padres y el sentimiento de culpa hace que los progenitores se obsesionen con criar no hijos normales sino seres excepcionales. El resultado son chavales y chavalas sobreprotegidos que no saben salir solos de ningún aprieto. Papá y mamá siempre acuden a su rescate y nunca dicen la palabra mágica de la crianza y la educación: “No”.

El macrobrote de Mallorca tras la jarana de los viajes de fin de curso confirma que la hiperpaternidad (fenómeno importado de EEUU) tiene sus tentáculos perfectamente extendidos en España. ¿Por qué? ¿En qué momento los padres y las madres se convirtieron en helicópteros que no dejan de sobrevolar sobre sus hijos e hijas? ¿Por qué niños y niñas se han convertido en intocables semidioses a los que adorar e hiperproteger? 

“Cada vez tenemos menos hijos y los tenemos más tarde, eso convierte a los niños y las niñas en seres preciados, un bien escaso, un signo de estatus, un reflejo de los padres. La crianza, algo natural e instintivo, se ha profesionalizado y planificamos al milímetro la vida de nuestros hijos”, responde la periodista y autora Eva Millet, una de las divulgadoras que más ha estudiado el fenómeno de la hiperpaternidad.

“Nunca como hasta ahora hemos estado tan dedicados a nuestros hijos. El actual entorno, con una inmensa oferta educativa y de ocio para la infancia, te empuja a convertirte en una hipermadre. Hay presión social para ello. Todos somos un poco hiperpadres porque es algo que se contagia”, explica la especialista, autora de 'Hiperpaternidad' e 'Hiperniños' (Plataforma Actual) y de la novela infantil 'La última sirena' (B de Block).

El periodista Hodding Carter sentenció que “solo dos legados duraderos podemos dejar a nuestros hijos: las raíces y las alas”. La generación actual de madres y padres ofrecen mil legados materiales a sus hijos: cursos de idiomas, talleres para desarrollar su creatividad, clases de piano, viajes a Laponia, cursillos de submarinismo, fiestas de cumpleaños inolvidables… Lo único que no ofrecen es lo más necesario: el legado inmaterial que suponen las alas para volar. 

La psicóloga estadounidense Madeline Levine, otra experta en la paternidad-helicóptero, alerta del peligro de criar niños que piensan que tienen derecho a todo, aunque no hayan movido un dedo para ello. “Desde que nacen, les transmiten que la Luna y las estrellas giran alrededor suyo. La autocomplacencia excesiva es una de las consecuencias de esa atención desmedida hacia la prole”.

"Estamos criando una generación de inútiles"

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Madres que persiguen a sus hijos con el bocata de la merienda por todo el parque, padres que abrochan las zapatillas a sus hijas de 10 años, niños a los que se le sirve un Cola-cao y esperan a que alguien se lo remueva, padres que acompañan a sus hijos universitarios a la revisión de un examen… “Estamos criando una generación de inútiles, gente que en la edad adulta no será capaz de solucionar un conflicto por pequeño que sea. Los padres y las madres del siglo XXI nos obsesionamos con la felicidad de nuestros hijos e hijas. Pero la felicidad no es ausencia de frustración. Nuestros hijos se tienen que frustrar porque la vida es luz y también sombra y el sufrimiento forma parte de la vida. Pero ¿qué hacemos? Evitarles cualquier atisbo de sufrimiento”, explica Elisa López, psicóloga infantil y responsable de la web www.10enconducta.

La hiperpaternidad, continúa la psicóloga, es un estilo de comportamiento de los padres hacia los hijos que les lleva por un lado a ser exigentes y perfeccionistas en su educación y por otro lado tiende a la sobreprotección. Los progenitores, cargados de buena intención, se convierten en “secretarias que llevan la agenda de sus hijos, chóferes que los trasladan de una actividad a otra, profesores de apoyo con los deberes en casa y entrenadores deportivos”.

La pandemia y el durísimo confinamiento del año pasado demostró que los niños, niñas y adolescentes son más fuertes de lo que pensamos. La juventud ha sido disciplinada y ha contribuido a que el curso académico haya sido un éxito frente a la Covid. Esa responsabilidad, sin embargo, ha saltado por los aires en cuestión de meses. El capítulo de Mallorca -con padres alegando el 'habeas corpus' y moviendo cielo mar y tierra para traer de vuelta a unos adolescentes que debían guardar cuarentena preventiva en la isla- confirma que los padres y las madres continúan siendo los “solícitos mayordomos de sus hijos”, en palabras de Millet. 

Hablar en plural y criticar constantemente a los profesores son dos síntomas claros de hiperpaternidad

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Hablar en plural (“nos han suspendido el examen”), criticar constantemente a los profesores y poner en duda su autoridad, hacer cosas que tu hijo es capaz de hacer perfectamente solo, cargar siempre con su mochila a la salida del cole, y organizar un viaje a Laponia en lugar de pasar las vacaciones en la playa armados con un cubo y una pala son algunos síntomas claros de hiperpaternidad. También lo es no parar de preguntarles cosas. ¿Quieres ir a la cama?, ¿qué quieres cenar?, ¿vas a la ducha? Eva Millet ofrece otro ejemplo -también real- mucho peor. “Si el chaval se encuentra mal peguntarle si quiere Dalsy (medicina infantil)”. “Los niños son muy inteligentes pero hay cosas que aún no están capacitados para decidir”, insiste. 

La divulgadora recuerda como Jo Frost, la célebre 'supernanny' inglesa, recomienda a los padres que en lugar de preguntar tanto a sus hijos se limiten a decir: “Es hora de bañarse y ponerse el pijama. Después, la cena y a dormir”. Millet concluye que no se trata del ordeno y mando de hace décadas pero, mal que les pese a algunos, la familia es un sistema jerárquico y la autoridad de los padres y las madres es necesaria.

También es necesario que los padres, de vez en cuando, se bajen del helicóptero en el que se han montado para sobrevolar por encima de sus polluelos. “Permitir que los niños puedan jugar solos, o que vayan al colegio solos, es importante. La necesidad de estar siempre vigilados impide que los menores puedan vivir experiencias necesarias, desarrollar su curiosidad y descubrir cosas que les ayudarán a crecer y superar retos”, describe la maestra Mar Romera en su manual 'La familia, la primera escuela de las emociones'. “La sobreprotección desarrolla inutilidad”, concluye.

Aspirar a la perfección solo puede provocar frustración. Como bien recuerda el maestro y pedagogo Gregorio Luri en 'Elogio de las familias sensatamente imperfectas' (Ariel), “no existen los padres perfectos, existen los buenos padres”. Y los buenos padres son imperfectos. Como la madre de David Trueba, que, según confiesa en el libro 'Ganarse la vida' (Nuevos Cuadernos Anagrama), nunca ofreció “cariño atosigante” a sus ocho hijos sino algo infinitamente mejor: calidez.

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