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Salud mental | El uso de la fuerza

El derecho a no ser atado

Las contenciones mecánicas en psiquiatría, que se aplican en un tercio de los ingresos y son censuradas por pacientes y la OMS, dividen a los especialistas

Material para contenciones mecánicas en el hospital madrileño de Leganés. LP/DLP

En pleno siglo XXI, a una persona ingresada en una unidad psiquiátrica se le puede atar de manos, pies y cintura a una cama durante horas. Esa práctica, llamada contención mecánica, no es algo excepcional. Los departamentos de salud guardan celosamente los datos sobre su uso. Sin embargo, las pocas estadísticas disponibles y decenas de testimonios sugieren que es algo frecuente y que se aplica durante horas y días. La pandemia podría haber empeorado la situación.

La OMS vincula esta práctica a una lesión de los derechos humanos. Además, su uso aterra a los pacientes y los empuja a evitar las unidades psiquiátricas todo lo que pueden. A finales de la década pasada, varias iniciativas pusieron en la mesa la eliminación de la contención mecánica en España. Ese objetivo se ha alcanzado desde hace años en unidades psiquiátricas de otros países, que han desarrollado sistemas de acompañamiento alternativos y además cuentan con la prevención de una salud comunitaria robusta.

Sin embargo, en los últimos años el tiempo parece haber transcurrido al revés. Europa está discutiendo un documento (el protocolo adicional al convenio de Oviedo) que podría blindar esta práctica. El comité impulsor de la estrategia de salud mental española se ha fracturado sobre el tema. La ley de salud mental, propuesta actualmente por Podemos, pide avanzar hacia la abolición, pero no le pone fecha.

El primer problema para entender la contención mecánica es que no se sabe cuánto se usa. Los únicos datos disponibles, los de Navarra, indican que las contenciones representan un tercio de los ingresos y tienen una duración media de 20 horas. Además, el porcentaje ha subido del 30% al 37% entre 2019 y 2020.

El aislamiento de la pandemia ha empeorado la situación. El enfermero Ortiz, que trabaja en el Parc Sanitari de Sant Joan de Déu de Barcelona, relata que los pacientes llegaron a romper cerraduras por la angustia de estar encerrados en sus habitaciones sin poder ver a familiares o salir al aire libre. Entonces, se optó por aislarlos por alas, para que pudieran moverse un poco más. Tanto él como Sanz creen que es probable que las contenciones de la población ingresada hayan aumentado, también por la congelación de los programas de reducción de la contención.

La OMS cree que la contención mecánica debería ser algo extraordinario, y no algo integrado en la práctica psiquiátrica habitual. También la convención de la ONU sobre las personas con discapacidad de 2006 prioriza los derechos humanos.

Ante estos posicionamientos, el Convenio de Oviedo sobre Derechos Humanos y Biomedicina se había quedado desfasado, relata Nel González, presidente de la Confederación de Salud Mental de España. Sin embargo, el Consejo de Europa está trabajando en un borrador de protocolo adicional a ese convenio que podría volver a dar carta de naturaleza a las contenciones mecánicas. De momento, las organizaciones contrarias han logrado posponer la discusión del protocolo adicional hasta el otoño.

Sin embargo, esta no es la única señal alarmante. Una propuesta no de ley que se aprobó en 2018 en el Congreso para recoger datos y abordar la cuestión de la contención mecánica permanece desde entonces en un cajón. Mientras tanto, la estrategia española de salud mental ha pasado por una grave crisis en la primavera de 2020.

Los pacientes no quieren esperar más. «Llegamos tardísimo. Hay que erradicar, no reducir. Nadie se plantea que una operación de un hospital se pueda hacer sin anestesia. El mínimo para alguien que sufre es no atarlo a una cama», afirma Marta, paciente y activista de Madrid. «La gente se hace sus necesidades encima. Vomita. Sin una palabra de un terapeuta. Así durante horas y días. Eso no es terapéutico. Cuando pasas por eso llegas a evitar explicarle cosas al psiquiatra por miedo a volver a lo mismo», relata Sandro, activista de Navarra con diagnóstico psiquiátrico.

El debate más candente es precisamente entre reducir la contención o prohibirla. «No queremos atar a los pacientes. He visto a personal salir de contenciones llorando de impotencia. No encontrarás a un profesional que esté a favor. Nos mueve la finalidad de la reducción. Pero creemos que llegar al cero absoluto será imposible», afirma Sanz. Ortiz, por el contrario, no vería mal la prohibición. «Si te obligan a buscar otras vías, tendrás que cambiar y buscar los recursos necesarios», afirma. «La alternativa a maltratar es no maltratar y eso te abre muchas puertas, si las quieres abrir», afirma Marta. Países como Australia, Finlandia, Noruega o Reino Unido tienen programas avanzados de reducción. Sin embargo, uno de los ejemplos de referencia está en el hospital cantonal de Tesino, Suiza, donde no se hacen contenciones desde 2015. «Cuando una persona está mal, lo que prevalece es el miedo. El aislamiento y la contención lo aumentan», explica Thomas Emmenegger, director de esa unidad hasta hace poco. «Una crisis suele durar dos horas, algunas más, algunas menos. Nos organizamos para que durante ese tiempo el trabajo de la unidad se modifique, priorizando que haya una o dos personas al lado del paciente». Según Emmenegger, es fundamental tener tiempo y personal especializado. Pero eso, dice, no es mucho más caro ni más estresante que llevar a cabo contenciones mecánicas.

Tanto Sanz como Ortiz trabajan en proyectos que van en la misma línea, como la iniciativa Norma Libera-Care. Emmenegger apunta otro factor importante, que es el componente social de la enfermedad mental: pobreza, soledad... De ahí la relevancia de la prevención en salud comunitaria.

Varios de los expertos consultados apuntan a la falta de recursos acentuada por la crisis y los recortes en salud. «Es necesario invertir en salud mental: incrementar la ratio de profesionales, la prevención e intervención precoz, el poder acompañar a la persona incluso en caso de necesidad las 24 horas del día o adecuar los espacios», detalla Sanz.

Blanch admite que una mejor ratio ayudaría, pero cree que un acompañamiento durante horas es insostenible. «No todo se arregla con más enfermería en los hospitales», matiza. Eiroa considera que la cuestión de los recursos es una excusa. «La contención mecánica es más barata desde el punto de vista del jefe de servicio. Pero para la sociedad es más cara, por el trauma de los supervivientes o los daños físicos sufridos por las personas implicadas», afirma.

Las contenciones dejan un reguero de recuerdos traumáticos. A Jonathan, de Murcia, le ataron porque llamó a gritos a sus familiares para que alargaran una visita fugaz. «Es una sensación de ahogo, de vértigo, de caos mental extremo. Algo que puede empeorar tu agitación», recuerda. «Lo que me habría ayudado en ese momento habría sido un diálogo abierto para desahogarme y expresar mi malestar. No recurrir a la violencia, porque eso es matar a una persona en vida», concluye.

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