Los investigadores de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, Rafael Robaina Romero y Pilar García Jiménez, del área de Fisiología Vegetal, han publicado un artículo de divulgación científica en la plataforma The Conversation titulado Una manzana es el fruto del árbol pero ¿qué son las algas que comemos?’ 

“El título de este artículo lo hemos tomado de una reflexión que hacemos con nuestros estudiantes cuando introducimos el tema de la biología y usos de las algas marinas”, señalan los autores en este trabajo para visibilizar la importancia creciente de las algas en el mercado mundial y europeo, que “contrasta con nuestro desconocimiento acerca de algunos aspectos biológicos básicos de estos organismos, lo que dificulta su mayor implantación”. 

Como dato significativo, los investigadores señalan que el mercado global de las algas marinas se estima entre los 6.000 y 8.000 millones de euros anuales, de los que un 85% se genera directamente por el consumo humano. “La producción mundial es mayoritariamente por cultivo y se concentra en países orientales, China a la cabeza, aunque perdiendo protagonismo frente a otros productores. Es un mercado en continuo crecimiento: según la FAO, en el año 2018 se produjeron en el mundo más de 32 millones de toneladas de algas marinas, tres veces la cantidad producida en el año 2000”. 

Robaina y García señalan que se aprovechan más de 200 especies de algas marinas, no todas destinadas al consumo humano, sino también como estabilizantes de alimentos o excipientes de productos cosméticos.  

El mercado global de las algas marinas se estima entre los 6.000 y 8.000 millones de euros anuales, de los que un 85% se genera directamente por el consumo humano

“Las algas marinas se consumen porque aportan fibras, minerales, vitaminas, proteínas (en el caso de las algas rojas) y ácidos grasos poliinsaturados de cadena larga. Son consideradas un alimento sano”, indican. 

Aunque la UE ha detectado su potencialidad económica y persigue el desarrollo de una industria, sin embargo “nuestra cultura permite asimilar fácilmente lo que comemos si procede de tierra firme, como la manzana o la lechuga, pero no sucede lo mismo con los productos del mar, particularmente los vegetales. Como las personas comemos también con la vista, el uso generalizado de las algas en la alimentación en Europa tampoco encuentra la celeridad deseada por su desconocimiento”. 

Los investigadores concluyen que “la producción sostenible de algas mediante cultivo reposa en la capacidad que tengamos de manejar su ciclo de vida, como ocurre con las plantas terrestres cultivadas. Necesitamos significativas mejoras en el conocimiento científico de estos organismos (control de la reproducción y mejora genética, por ejemplo) y la tecnificación adecuada a los esquemas europeos. Pero también debemos impulsar la divulgación de su conocimiento para su mayor aceptación como producto marino”.  

Nori, wakame…

A título informativo, los autores del artículo señalan que gran parte de los asiduos consumidores de algas desconocen que lo que están ingiriendo es un “talo”, una estructura multicelular macroscópica y fotosintética sin diferenciación en tejidos y órganos típicamente vegetales y, por tanto, carente de raíces, hojas o flores y sin tejido vascular, por supuesto sin frutos. “Por el contrario, tienen estructuras simples de anclaje, seguido de un eje que sostiene una lámina, un eje ramificado o directamente una lámina flotante”.

Añaden que las algas destinadas al consumo humano tienen ciclos de vida complejos en los que se alternan fases de vida libre, gametofito y esporofito, entre las cuales media la producción de gametos y esporas, respectivamente. En algunas de esas especies es el talo gametofítico el que se produce para el consumo, mientras que en otras especies es el talo esporofítico. “Sirvan algunos ejemplos muy conocidos: la lámina que cubre el makisushi y que denominamos nori es el talo del gametofito de un alga roja con un nombre tan singular como Porphyra spp. o Pyropia spp. Si en un restaurante nos sirven wakame, degustaremos el talo del esporofito del alga Undaria pinnatifida, y si se trata de un preparado con kombu, saborearemos el talo del esporofito del alga Saccharina japónica”.

Reconocen que los nombres asiáticos han ayudado en la comercialización “por lo exóticos y pintorescos, como seguramente también contribuye con un halo de misterio el uso de su nombre común, como ese de lechuga de mar, para fomentar el consumo de talos de algas verdes del género Ulva spp”.