La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Análisis

De volcanes, precursores e incertidumbres

Lo bueno de los volcanes es que avisan y lo malo de los volcanes es... que avisan. Es bueno porque permite que la población y las autoridades estén preparadas antes de que ocurra la erupción, pero es malo debido a la gran incertidumbre en el pronóstico de las erupciones que hoy en día se puede inferir de los precursores. Esto se agrava en Canarias donde solo se ha monitorizado una erupción en el pasado (la del volcán Tagoro en 2011) y no se conoce con detalle el comportamiento de las islas ante una intrusión magmática, algo que finalmente se tiene que extrapolar de otros volcanes por el mundo.

Para empezar, la vigilancia volcánica debe responder dos preguntas principales: cuándo va a ocurrir la erupción, si es que llega a ocurrir, y cómo va a ser esa erupción, su grado de explosividad, zonas que puede afectar o peligros que puede ocasionar. Sin embargo, en Canarias nos encontramos con una tercera pregunta: ¿Dónde va a comenzar la erupción?

Esto se debe a que el volcanismo del Archipiélago es principalmente monogenético (si obviamos al Teide) y las erupciones no salen de un volcán concreto, sino que pueden surgir a priori en cualquier punto de grandes áreas (o campos volcánicos). Por ejemplo, varias erupciones históricas han surgido de campos de cultivo, como la del Teneguía. En el caso de La Palma esa zona es Cumbre Vieja que abarca todo el sur de la isla. Curiosamente, a pesar de su nombre, es la zona más joven de la isla y se encuentra plagada de conos volcánicos. Con esto, añadimos una incertidumbre más a la vigilancia en Canarias: el lugar de surgimiento de este nuevo volcán.

Una erupción suele mostrar precursores, horas, días, semanas o incluso meses y años antes de ocurrir. El problema es que, de entrada, estas señales no te dicen el tiempo que puede pasar hasta que ocurra la erupción, lo que convierte la vigilancia volcánica en una tarea complicada.

Antiguamente, en Canarias los pocos precursores conocidos eran los terremotos sentidos por la población y algunas manifestaciones gaseosas. Hoy en día son numerosas las señales que podemos medir, todas ellas relacionadas con la aparición de una intrusión magmática en la base de la corteza, a pocos kilómetros de la superficie.

Vamos por partes: el magma es roca parcialmente fundida que contiene gases y se forma en el manto, en el caso de Canarias a más de 25 km de profundidad. En La Palma sabemos que, al menos durante los últimos 4 años, hemos visto algunas señales de acumulación de este magma a 25-35 km de profundidad. Desde 2017 hemos detectado 9 pequeños enjambres sísmicos asociados a esta acumulación. Ya entonces se pensaba que era magma, pero por lo que sabemos de estudios petrológicos de las pasadas erupciones de La Palma estos magmas se pueden quedar esperando a esa profundidad durante años o décadas. Una vez asciende a superficie, lo hace de forma asísmica para acumularse en la parte baja de la corteza donde empieza a ejercer presión. La mayor parte de la energía de esa sobrepresión del magma se transforma en deformación, pero las rocas de la corteza no son tan elásticas y acaban fracturándose generando también terremotos. Y aquí es donde entra la vigilancia volcánica con sus distintas técnicas.

Por un lado, tenemos la sismología que nos permite medir estos pequeños terremotos gracias a una red de estaciones sísmicas repartidas por la geografía de la isla. Precisamente la limitación de espacio hace que las redes en islas no sean todo lo bueno que nos gustaría y la localización de terremotos con estas redes tiene asociada mayor incertidumbre que si estuvieran en el continente. La localización de los terremotos nos determina dónde hace presión el magma (que no es necesariamente donde se encuentra) y la magnitud nos permite determinar la energía liberada por esos terremotos. Las intrusiones magmáticas suelen acelerar esta liberación de energía de manera exponencial antes de ocurrir una erupción.

Por otro lado, tenemos la geodesia que nos permite medir la deformación del terreno. Esto se hace con diversas técnicas. Por ejemplo, los inclinómetros, que, como su nombre indica, permiten medir la inclinación del terreno con una precisión de 1 milímetro en 1 kilómetro. También usamos los GNSS, o también conocidos como GPS que funcionan de manera similar al GPS del móvil o el coche pero con precisión de pocos milímetro.

Finalmente contamos con sistemas satélites InSAR que miden la deformación mediante interferometría que no es otra cosa que medir la diferencia de la onda de radio reflejada en el suelo en distintas pasadas del satélite separadas un periodo de tiempo, dando esta diferencia el grado de deformación durante ese periodo. Las medidas de deformación permiten inferir de forma indirecta el volumen intruido de magma así como su posición, algo fundamental en la vigilancia.

También contamos con la geoquímica que permite medir los gases volcánicos que suelen ser los primeros precursores medibles. Un ejemplo es la medida del CO2, un gas que se encuentra en abundancia en el magma. Otro ejemplo son los isótopos de Helio 3 que se generan en profundidad y que al medir una relación isotópica Helio3/Helio 4 alta en gases medidos en el suelo significa que ese gas viene de grandes profundidades, o sea del manto.

No podemos acabar sin mencionar la Geología que, aunque en sí no es técnica de vigilancia que mida esa intrusión magmática, si es de suma importancia para entender cómo funcionan los volcanes pasados. El estudio de estas erupciones pretéritas nos puede dar idea de como serán las erupciones futuras, su grado de explosividad o sus peligros asociados.

Compartir el artículo

stats