Los temblores del volcán en erupción se superpone a los temblores del incendio el pasado agosto, porque, una vez más, el esfuerzo de toda una vida podía arder en un instante.

«Ya entró en erupción», anuncia el hilo de voz de mi prima en un mensaje desde Tazacorte. Me levanto como un resorte, marco el número de mi abuela y solo conecto con el vacío: entonces recuerdo que, un mes atrás, el fuego calcinó las líneas de teléfono de las casas de todo el vecindario.

Y es que, cuando la primera lengua de lava comenzó a abrasar las laderas verdes de Cabeza de Vaca, la tierra aún no había cicatrizado las heridas del incendio voraz que devastó casas, animales, fincas y terrenos justo un mes atrás. Los últimos temblores de la mañana del domingo, antesala de la erupción que envolvía otra vez la isla en llamas, se superponía a aquellos otros, porque la tierra se abría en canal y el esfuerzo de toda una vida podía arder en un instante.

«Salió en muy mal sitio, carajo», lamentaban los vecinos, clavados frente al estallido en Cumbre Vieja, desde una azotea a otra, como en aquella cuarentena que inauguró otra incertidumbre anterior. Cuentan que, desde esta parte de Los Llanos de Aridane, la sensación es que «igual de esta escapamos», pero que el corazón se encoge porque las coladas enfilan núcleos de viviendas casi en línea recta. Que la hija de Paca, la de la última casa de abajo, vive en Las Manchas, por ejemplo. Ah, y la de Carmen, que ya se vino pa’ acá desde el sábado. Muchos hablan de familiares, amigos y conocidos que ya encadenaron duermevelas en albergues en agosto y todavía barren cenizas en sus huertos.

«Al menos, el volcán avisa»

«Entonces, la sensación ahora es como un enjambre de sentimientos, sabes, como lo de los temblores del enjambre sísmico», narra mi tía, elevando la voz desde el tejado, con el trasfondo del ruido de la sacudida. «Porque es alivio porque no te toca, mucha angustia por los que lo pueden perder todo; y claro, una tristeza enorme por la isla, y como esa cosa de que, al mismo tiempo, estás viviendo algo histórico», explica.

Una vez en erupción, los temblores de los muebles y los suelos, el tintineo de ventanas y alacenas, dio paso a ese ruido atronador que una vecina describe como «un montón de truenos dentro de un vaso», y que no cesa en todo el día. Para muchas de estas vecinas, «este volcán ya es el tercero», y una de las que vivió las tres erupciones en la isla de La Palma es mi abuela. «Por dios, abuela, por fin te escucho», le digo cuando la localizo por un móvil. Me cuenta que, por el momento, está tranquila, pero que le causa tanta desgracia junta en esta isla. «Esta tierra ya ha sufrido mucho», resume.

Como un enjambre de sentimientos

Sin embargo, su generación reitera que en estos tiempos abundan recursos que entonces escaseaban: información, comunicación, protocolos. El volcán de San Juan entró en erupción en junio de 1949 en el mismo barrio, Las Manchas, en el que hoy se abre paso el volcán sin nombre. Cuenta mi abuela que Los Llanos celebraba sus fiestas patronales en la plaza, «y la lava reventó mientras bailábamos», rememora (entonces, tenía 21 años; hoy, 93). «Y empezaron a aparecer camiones cargados de cabras y gallinas, y gritaban: ¡el volcán reventó! ¡El San Juan reventó!». El desconocimiento era casi total y las leyendas se extendían como la lava que arrasó a su paso centenares de casas y campos de cultivo. «Te decían que si aspirabas el azufre te morías asfixiada en el momento y yo tenía un miedo que ni pegaba ojo por las noches», relata.

Más de dos décadas después, el volcán de Teneguía entró en erupción en octubre de 1971 y, aunque sus temblores estremecieron toda la isla, las autoridades desplegaron un protocolo de medidas de evacuación y prevención que, unido a la proximidad del mar en Fuencaliente, minimizó los daños. «Aquel fue más corto y no afectó tanto a zonas pobladas, así que nos queda más el recuerdo de ese espectáculo de luces en la noche que veíamos en familia», le recuerda mi tía, que entonces tenía 8 años y le permitió escaparse antes del colegio.

«Pero a mí este de ahora me recuerda más al primero», observa mi abuela. «Y además, ahora se han construido muchas, muchas más casas que antes». A medida que transcurre el día, cada vez más nombres de amigos y conocidos de Todoque, La Laguna o Puerto Naos envían mensajes donde comunican que ya abandonaron sus casas con las riadas de lava a sus espaldas. La noche se avecina larga como la trayectoria de este magma líquido e implacable que no puede doblegar la voluntad humana.

«Este volcán, a diferencia del de San Juan en el 49, no nos pilló bailando, sino en plena recuperación»

«Lo bueno del volcán es que te avisa», afirma mi prima. «No como el fuego, por ejemplo, que saltó de El Paso a Los Llanos en cuestión de minutos y actuó de forma totalmente impredecible». «Pero contra el fuego sí se pudo luchar. En cambio, contra el volcán no podemos hacer nada, salvo esperar. Y cuidarnos, claro». La inquietud concede algunas treguas para ironizar sobre la suerte. «Me dijo antes un amigo: caramba, a La Palma solo le falta una plaga de langostas», ríe.

Pero lo cierto es que en esos terrenos, la lucha, la fortaleza, los cuidados, La Palma siempre gana la batalla, incluso con los vientos en contra y, como decimos en la familia, «cuando se arrejuntan todos los cacharros».

Pienso en los vecinos que, con las columnas de fuego al principio de la calle, mojaron las tierras de las casas colindantes antes de correr sin mirar atrás; en los que acogieron en sus casas a amigos y familiares y cocinaron arepas para acompañar el insomnio; y en los que siguieron llamando a la puerta para intercambiar calabazas o mistelas una vez perimetrados el fuego y el miedo.

Ahora solo queda, en efecto, esperar, cuidarse. Lo poco que sabemos, por ahora, es que este volcán, a diferencia del de San Juan en el 49, no nos pilló bailando, sino en plena recuperación. Pero esa misma experiencia, desde el último incendio hasta la primera erupción, entraña una lección segura: que tarde o temprano, la tierra se recupera y reverdece. La resiliencia de La Palma es su mayor fenómeno natural.