Pablo Jiménez García reside en la isla canaria de La Palma desde 2002, vive a tan solo kilómetro y medio de la erupción volcánica de Cumbre Vieja. Ayer fue testigo directo de cómo la lava iba abriéndose camino ladera abajo en medio de unas gigantescas columnas de humo. Son las siete y media de la tarde, hora peninsular, y este profesor de hostelería hace desde allí mismo una videollamada para atender a este periódico.

“Lo tengo justo delante”, dice con su cámara enfocando una de las cinco bocas del volcán. “Se ve la lava salir. Esto es un espectáculo, algo único. No sé si se oye, pero emite un sonido similar al zumbido de un avión. Por ahora, estamos tranquilos, la lava baja cerca pero avanza en otra dirección. Hay mucha ceniza y no huele a azufre”, describe Jiménez, que vive en la localidad de El Paso junto a su mujer y sus tres hijos. El profesor y su familia ya tendrían que estar evacuados, pero ellos han decidido no hacerlo, porque, insiste Jiménez, “no corremos peligro”. “No somos unos inconscientes. Ante todo es la seguridad. Si hay peligro, nos iremos”, comenta desde el exterior de la vivienda, mientras el volcán sigue escupiendo y escupiendo lava. Al menos lo que se percibe desde el teléfono móvil, no es una gran explosión, sino pequeños y constantes brotes de magma.

Según cuenta el vecino de El Paso llevaba ayer toda la mañana “moviéndose el terreno”: “Los seísmos se notaron mucho. Estuvimos entretenidos y hasta hacíamos bromas viendo cómo el agua salía de los vasos”. Pablo Jiménez sabía que la erupción estaba cerca, pero nunca se imaginó que tan cerca de su propia casa. “Es que está ahí mismo. Además, es una boca nueva, con cinco salidas”, explica.

Pablo Jiménez, ayer. | | LP/DLP M. G. Salas

Jaime Mud Pérez es asturiano y como los residentes palmeros, vivió de cerca el estallido de Cumbre Vieja. Vive a cinco kilómetros del volcán en los Llanos de Aridane, el segundo núcleo de población más importante de la isla junto a la capital, Santa Cruz. “Impresiona mucho verlo; las columnas de humo son enormes”, afirma desde la terraza de su vivienda. Ve perfectamente el volcán, aunque un tanto difuminado por el humo y unas nubes negras que lo rodean. “La lava está avanzando hacia el mar y ya han evacuado poblaciones cercanas. Por ejemplo, han desalojado la zona de Puerto de Naos, que, además, es muy turística y hay un hotel. Sin embargo, es muy difícil que llegue hasta donde estoy yo, porque Los Llanos queda en un lateral, fuera del camino natural que hace el magma”, comenta.

Aunque La Palma lleva días con una alta actividad sísmica, Jaime Mud, que es profesor y lleva desde hace 22 años residiendo en las Islas Canarias, no percibió los temblores hasta ayer mismo. “El primero de la mañana lo sentí estando en la cama, pero al parecer durante toda la noche hubo muchísimos. El más impresionante ocurrió a las 11.15 horas y fue de magnitud 3,8. Ese se notó mucho. Fue como si le hubiesen dado un golpe al edificio entero. Vasos chocando entre sí, platos... Fue algo muy brusco”, expresa. Como es lógico, Mud asegura que en la isla “no se habla de otra cosa”, aunque la gente está “resignada”: “Saben que viven en una isla volcánica y que la última erupción tuvo lugar hace justo ahora 50 años”. La siguiente ya tocaba.