A esta hora de la tarde, cuando toca cerrar con unas letras la jornada, una inmensa columna de humo que asciende varios kilómetros se ve sobre Cumbre Vieja, al norte del Birigoyo, desde nuestra casa, en La Montaña de Las Breñas.

Desde casa, con la bici, unas cuantas veces he pedaleado la carretera de San Isidro hasta llegar al refugio del Pilar y desde ahí, bajar hacia El Paso por el llano de Las Brujas, es una comarca volcánica que lo muestra con exuberancia. Debajo de esa nube que sobrecoge, el fuego de un nuevo volcán y un enorme esfuerzo humano: el de las personas que han tenido que salir, el de quienes organizan todo, el de quienes informan. Son ya casi las nueve de la noche y sabemos que el día de hoy figurará en nuestras vidas, en la de mis padres, como el día del nuevo volcán. Prácticamente con la tele en directo apareció el nuevo volcán en La Palma. Fue a las 15:10 del domingo. Enseguida se me llenó el “wasap” y las llamadas de amigos y amigas desde las otras islas, desde la España peninsular y desde América. Les explico que quienes vivimos en la ladera oriental de Cumbre Vieja no notamos prácticamente nada. Que seguimos las instrucciones de las autoridades pidiéndonos que no nos acerquemos a la zona.

El volcán de nuestras vidas

Oscar López, un saucero que vive desde hace treinta años en Paraguay, me pregunta: “¿Cómo va la lava? ¿Va por las casas?”. Mi hermano Fernando, desde Manaus, en la Amazonía brasileña, me pide que le mande un mapa con la ubicación de la erupción. A todos, en estos primeros momentos, el mensaje es sencillo: “Estamos bien. En el lado oriental de la Isla no parece que haya nada”.

La cobertura de las televisiones es impresionante. Algo de “novelería” en los tonos de las primeras intervenciones. Las y los profesionales están subyugados por el momento que viven y asombrados ante el espectáculo de la naturaleza. Eso lleva enseguida el pensamiento con las personas de la zona. Llamadas a los familiares, a las amigas y amigos del valle de Aridane, sirven para tranquilizar: “Estamos bien, es más cerca de lo que esperábamos, creíamos que sería más al sur. Algo afectará a lo que tenemos, pero será poco”, me comenta un primo que volvió de Venezuela hace unos años. Poco a poco, la gente de la “tele” nos va mostrando los rostros de las personas evacuadas que se les traba la voz cuando intentan contar lo que han sido las primeras horas de la tarde.

La mañana la viví en el Santuario de Las Nieves, donde fui a misa con mi madre. Todo el mundo estaba pendiente de los temblores y esperando que la lava apareciera por algún lugar del suroeste. Al fin y al cabo, ese es el origen de nuestra Bajada de la Virgen. La imagen de la Señora de La Palma comenzó a bajar a Santa Cruz de La Palma con motivo de fenómenos naturales adversos: una plaga de langosta, una sequía, o en 1646 la erupción del Volcán de Fuencaliente. En la memoria de mi madre del están ya dos procesos eruptivos: el volcán de la noche de San Juan de 1949, cuando ella tenía apenas 18 años, y el más reciente de 1971, el Teneguía. Este último, que brotó en la punta sur de la isla, relativamente cerca del mar, fue poco menos que un espectáculo de luz y sonido que gozamos mis hermanos y yo, junto a muchos de los habitantes de la isla, cuando nuestros padres nos llevaban a las laderas cercanas habilitadas por las autoridades desde el núcleo de Los Canarios.

El volcán de nuestras vidas

La tarde del domingo se llena de noticias. Nos hablan de las explosiones iniciales, del número de bocas, del tipo de volcán. Se insiste en que no nos desplacemos a la comarca y que sigamos las recomendaciones de las autoridades. Un volcán, no es motivo para jolgorio ni novelería. A medida que avanzan las horas, los mensajes de realidad nos hacen entender el poder destructivo del volcán: personas evacuadas, carreteras destrozadas, amenazas de incendios en los bosques, cortes en la electricidad. Las y los profesionales de la “tele”, que quizás tuvieron un tono ligeramente efusivo en los primeros momentos de la erupción, comienzan a dar cuenta de que el momento es angustioso para muchas personas. Las imágenes de las lavas atravesando las carreteras o cercando las casas se acompañan de los relatos de quienes salieron a toda prisa: “Estábamos acabando de comer cuando vimos que salió el volcán y empezamos a correr, había que irse”.

Ahora que vamos dejando atrás el tono casi jolgorioso del primer momento, cuando miro la cumbre y la inmensa columna de humo entiendo que tenemos por delante un desafío importante: no dejar de lado a quienes más están sufriendo este revés propiciado por la naturaleza. No sé cómo serán los próximos días para quienes han tenido que abandonar sus casas, pero sí sé que es la hora de los servicios públicos, de Protección Civil, de la solidaridad de todas y todos.

Como comunicadores, nos toca no olvidar que somos, ante todo, servicio público, que tenemos que informar y dar a conocer la verdad sin convertirla en un espectáculo, sin utilizar el drama humano para ganar audiencias. Quizás más adelante podamos recordar dónde estábamos, lo que hacíamos, y la impresión que nos queda tras vivir un nuevo volcán en La Palma; pero hoy es el tiempo para la información oportuna, las medidas de seguridad y el acompañamiento de quienes más tensión viven ahora.

Los habitantes de La Palma viven pendientes de los volcanes desde tiempo inmemorial. Ayer, una vez más en su historia, han contemplado una erupción más. Aquí se ven dos imágenes desde dos vertientes de la Isla bonita.