Las imágenes del nuevo volcán de La Palma son increíbles, sobrecogedoras; un espectáculo de la naturaleza que esconde debajo cientos de historias sepultadas por la lengua de lava que avanza libre ladera abajo desde Cumbre Vieja con dirección al mar sin que nada ni nadie pueda hacer nada por pararlo, arrasando con todo lo que se encuentra por delante.

«Mamá, lo perdemos todo»

Historias como la de Juan Luis García Camacho, de 79 años, quien ya ha vivido hasta tres erupciones. «Cuando el San Juan tenía 5 años», contaba este vecino de Las Manchas la madrugada del lunes. «Ese sí que era bravo, las casas caían una detrás de otra como si fueran fichas de dominó». Con el Teneguía «estaba construyendo una finca debajo» del volcán. «Ese fue más suave», lo único malo el olor «de los gases» cuando ya la lava dejó de brotar. Y el del pasado domingo lo vio «reventar» desde su casa. «No fue un temblor, fue un ruido extraño, que no es común». Era el volcán, «la primera tierra que botó, que era como un polvillo canelo». García Camacho reconstruye aquel instante en el interior de su Toyota Corolla, aparcado junto al campo de fútbol de El Paso donde tenía pensado pasar la noche después de ser desalojado de su vivienda. A esas horas no sabía aún qué había ocurrido con su casa. «Pienso que está bien, ahí no llega el volcán», por lo que esperaba regresar durante la jornada de ayer. «Yo necesito volver, que tengo allí mis medicamentos». Medicamentos que ya los servicios sociales se esmeraron en hacérselos llegar a lo largo de la noche. Esa deseada vuelta no iba a ser posible porque la situación se iba agravando con el paso del tiempo. Poco a poco se iba conociendo que el magma se había llevado por delante varias construcciones, «buenas casas», especificaba este palmero refiriéndose a los chalets que hay en la zona.

A. Castellano

Y a medida que la lava iba caminando se iban desalojando más barrios. Como el de La Laguna, donde la familia de Alicia Brito vivía una madrugada muy dura. «Estamos esperando a la ambulancia para que saquen a mi madre, que está encamada, y ya nosotros seguimos detrás de ella» hacia El Fuerte, un antiguo cuartel militar que ha sido habilitado para acoger a los afectados, declaraba Brito poco minutos después de que desde un coche policial se les ordenara abandonar sus domicilios. «Estamos nerviosos por mi madre. No sé cómo estarán esas personas que tienen que dejar atrás sus casas sin saber si podrán volver o no, tiene que ser durísimo», apuntaba esta palmera, quien mantenía la esperanza de que su vivienda no resultara afectada . «No nos podemos quejar», se consolaba mientras aguardaba en la calle a la llegada de la ambulancia junto a su padre, Adelto Brito, su hija Lidia Rodríguez, de 9 años, y la perra, Leia, que no para de llorar. «Está muy nerviosa, lleva desde anoche [del sábado] muy alterada».

«Mamá, lo perdemos todo»

«Mamá, lo perdemos todo» A. Castellano

Madrugada que también se hizo interminable para los jóvenes Javier Castro Fuente y María Nieves, quienes desde la cuneta de la carretera LP-1 seguían la evolución de la colada. María Nieves se quejaba de la falta de empatía de algunas personas que acudían a ver aquel espectáculo. «Hay muchas pérdidas materiales. Es muy triste, porque pierdes todo lo que tienes en ese hogar, los recuerdos, el tiempo que te ha llevado construirla», comentaba. A lo lejos, la lava avanzaba hacia Todoque, donde Castro tiene una casa, «la de toda la vida». A la una de la madrugada el magma aún no había llegado. «Mañana [lunes] se supone que ya estará por ahí cerca», atisbaba.

Casi un día después, en la tarde-noche de ayer, Javier Castro y María Nieves tuvieron la última oportunidad de acercarse a la vivienda apenas unas horas antes de que el volcán la engullera. Ya lo había hecho con una pequeña construcción rural que tienen en Las Manchas. «Ya se la llevó», contaba Javier por teléfono cuando regresaba de su casa de Todoque, donde había conseguido salvar a «las dos ovejas más chiquitas» de las cinco que tenía. Y adelantaba que su barrio prácticamente desaparecerá bajo el futuro malpaís que formará el nuevo paisaje. «Sepultará la iglesia y el colegio», acertaba a decir María Nieves, quien agregaba que si la lava pasa por la izquierda de la montaña del barrio mirando al mar «también afectará a la casa de una familiar de Javier» y si lo hacía por la derecha se llevará «una urbanización de lujo» . Sobre su vivienda, ninguna esperanza de que se salve. «Va a pasar todo por aquí, es una desgracia», apuntaba María Nieves mientras describía que le caía una lluvia de cenizas acompañada de un fuerte olor a azufre. «Nos tenemos que ir ya», decía antes de colgar.

Entre tantas historias duras está la de la joven Elena Padrón, de 21 años y también vecina de Todoque. «Hemos visto vídeos y está la cosa cruda». «No cogimos nada porque pensábamos que iba a estallar en Jedey y la zona nuestra no estaba en peligro. Fui a mi cuarto, cogí la ropa que tenía la cama, el portátil, me olvidé del cargador, y cogí el coche y salí con mis dos perros» labradores. Uno de los principales problemas con los que se han encontrado es la desinformación. «A mis tíos le habían dicho primero que habían perdido su casa, luego que no», agravando así la angustia que viven los miles de desalojados por el terremoto.

También está la de Juan Díaz, más conocido como Ovidio, un manchero de 86 años que pasó la noche del domingo al lunes en el cuartel de Santa Cruz de La Palma junto a otros 200 vecinos que fueron sacados de sus casas. Al igual que Juan Luis García Camacho, ha sido testigo de tres erupciones. En la de San Juan, de 1949, tenía 13 años. «Explotó a las 9 de la mañana. Parecía la bomba atómica. Levantó una nube 200 metros arriba. Las explosiones tiraban piedras encendidas. La tierra parecía cemento. Era increíble», recordaba con muy buena memoria, que, junto con su buen humor, le convirtieron en la persona más mediática de las que abandonaban El Fuerte. No obstante, Ovidio salió de su casa con lo puesto, con lo poco que pudo sacar de su casa. Vestido con una camisa y un pantalón, caminaba ayudado por su bastón de madera por los aledaños del cuartel para combatir a la artrosis que padece. «Si me siento, no me levanto», decía con sorna. Del Teneguía sólo comentaba que aquello fue «muy pequeño» y sobre el volcán que nació el domingo que apenas había sentido temblor alguno previo a la erupción. «Sólo uno por la mañana, cuando estaba desayunando». Poco minutos después de las tres y diez de la tarde fue cuando vio la columna de humo blanco. «No sentí explosión ninguna». «Al poco rato», este octogenario fue desalojado. «Cogí lo más imprescindible, no tuve tiempo ni de cambiarme de ropa ni de bañarme». Y elucubraba con que «mañana o pasado» se iría del cuartel con dirección a su casa, en el barrio costero de La Bombilla.

En El Fuerte también durmiendo Daniel Álvarez y Kley Melián, una pareja natural de Las Palmas de Gran Canaria pero que desde hace tres años viven en Las Manchas. Propietarios del bar El Aperitivo. «No sabemos nada. Me han dicho vecinos que por ahora no les ha llegado la lava, pero que no se descarta porque sigue evolucionando el volcán, que tiene tres o cuatro caminos», declaraba Álvarez a media mañana poco después de recibir la visita del presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, el ministro de Interior, Fernando Grande-Marlaska, y el presidente canario Ángel Víctor Torres.

El «estampido», como muchos han descrito el inicio de la erupción, fue descrito por Daniel Álvarez con un onomatopéyico «bru, bru, bru». «Nos asomamos a la puerta del bar y vimos como estalló eso para arriba, fue increíble. No sé ni lo que se nos pasó por la cabeza. Bajamos a nuestra casa corriendo, cogimos el perro, el loro, solté las dos gallinas para que huyeran, y salimos por patas con el coche». Kley Melián añadía que se «desaló». «A mi hija Alesandra, de 16 años, le dio una crisis de ansiedad, tuvimos que parar para darle un vaso de agua y azúcar, sólo me decía: ‘mamá, lo perdemos todo’. Le tranquilizaba diciéndole que todo eso era material, que teníamos que salvarnos nosotros». «Una cosa es verlo y otra vivirlo», apostilla Melián. «La gente dice que esto es histórico. Podrá ser histórico, pero lo que yo siento y el miedo que tengo dentro, y el que viví, no se me va a olvidar nunca en la vida. Esto es muy duro», señala.

La lengua de lava también se está llevando historias de la amplia colonia de alemanes que reside en la zona de Las Manchas, como la de Johann y Ursula Schmit, un matrimonio de 69 y 70 años que desde hace unos años reside en La Noria, un poblado muy cerca del epicentro del volcán. Ayer iban con lo puesto: ella un camisón, él unos pantalones y una camiseta. Abandonaron su casa con lo fundamental. «Salimos rápido, con unos documentos importantes, dinero, pasaportes, gafas», dice Johann; «insulina», incide Ursula, que apenas unos minutos antes era visitada por Sonia Herrera Montesino, la médico del Centro de Salud de Los Llanos de Aridane, para medirle el nivel de azúcar en sangre y aconsejarle que fuera al campo de fútbol a esperar. «Y el perro», un mil leches llamado Rocky que les acompañaba en el asiento trasero del Dacia Duster en el que pasaron la noche. «Estamos muy cansados”, comentaba Johann en un buen español. ¿Dónde dormirán esta noche [por ayer para el lector]? «No lo sé», responde el marido, quien explica que se están encontrando con dificultades para alojarse en hostales o apartamentos porque no aceptan animales.

Sobre su vivienda, el matrimonio natural de la región de Baviera asegura carecer de cualquier tipo de información. «No sabemos si podremos volver, este escenario es horrible», comenta. Un escenario que, dentro de lo que cabe, se lo tomaban en algunos momentos con sonrisas mientras almorzaban una paella que le han proporcionado los recursos sociales. «Es la vida», zanjaba de forma filosófica Ursula Schmit.