Decía el compositor hispalense Manuel Garrido en sus celebérrimas Sevillanas del adiós que algo se muere en el alma cuando un amigo se va, y en tu caso, a fe que no puede ser más cierto. Aún no he asumido que ya no estás, probablemente no quiero, seguramente no puedo.

Nuestras vidas transcurrieron con paralelismo asombroso, y no fue casual.

Nuestros padres vivían a quinientos metros de distancia, mismo centro de primaria y mismo centro de secundaria. Solo nos separamos en la etapa universitaria, en la que siempre mantuvimos el contacto. Nos fuimos a vivir a quinientos metros de distancia uno del otro, y, nos casamos el mismo día con un año de diferencia, con dos bellas y admirables teresianas. Tu llevaste a mi mujer y a mi madre el día de mi boda yo intenté estar a la reciproca en la tuya. Vivimos juntos nuestros embarazos, los niños mayores se llevan doce días, y las niñas pequeñas un mes, y han crecido compartiendo todas sus experiencias vitales. Viajes de amigos, vacaciones en familia, y constantemente pendientes del siguiente plan de fin de semana. Siempre juntos.

Tu carácter alegre, optimista, vitalista y dinámico dejó huella en todos los que tuvimos la suerte de estar a tu lado, irradiabas entusiasmo en todo lo que hacías, dejando un vacío imposible de llenar entre tus muchísimos amigos labrados a lo largo de los años, y, sobre todo en la familia. Núcleo incontestable y aglutinador del grupo de amigos de infancia y juventud, constantemente pendiente de los demás, derrochando generosidad, amigo de tus amigos, en los buenos y en los malos momentos, que también los hubo, en los que eras si cabe más imprescindible, y, sobre todo fuiste hijo y hermano, esposo de tu esposa, Begoña, y padre de tus hijos,

Quique y Ana, que para mí ya sabes que son como los propios.

Trabajador incansable, emprendedor, eficiente y responsable como ninguno, supiste ganarte a todos tus compañeros, que sobre la marcha pasaron a ser tus amigos, con los que formaste una segunda familia.

Recuerdo como si fuera ayer tu primer síntoma de enfermedad, luego el mazazo del diagnóstico, y después los nueve años de dura batalla, pendientes de cada prueba diagnóstica, de cada nuevo tratamiento, siempre con buena cara, con una fuerza, una determinación y unas ganas de vivir absolutamente excepcionales, con una garra y una fortaleza dignas de toda admiración, hasta el último día.

Volviendo la vista atrás, me cuesta encontrar recuerdos en los que no estés tu presente, recuerdos que son todos buenos, seguramente porque tú los hacías así.

Aunque la voracidad del día a día hacía que en ocasiones no pudiéramos compartir todo el tiempo que nos habría gustado, no importaba, porque sabía que siempre te tenía ahí, en total complicidad, aunque fuera en silencio, sin necesidad de palabras, nos bastaba una mirada para tenerlo todo dicho.

Dejas tras de ti una avalancha de muestras de cariño de todos aquellos que alguna vez compartieron su tiempo contigo. Se recoge lo que se siembra, y tu sembraste mucho y bien. Me consuela saber que ese reconocimiento no llegó solo una vez que te fuiste, sino que sentiste ese afecto y te emocionaste con él cuando todos intentamos arroparte y devolverte un poquito de todo lo que nos diste en el momento en que tu salud hacía aguas.

No tocaba. Te fuiste muy pronto, tenías aún mucho por vivir. No estaba preparado, por mucho que fuera consciente de que este momento iba a llegar. Me dejas el desgarro inconsolado por la pérdida irreparable, una herida abierta de cicatriz indeleble, rabia, impotencia, frustración, y dolor, sobre todo, mucho dolor. Pero también me dejas paz y tranquilidad, la de haber podido despedirnos, mirándonos a los ojos y agarrados de la mano, la de decirnos lo que en realidad no hacía falta decir, la de saber que te vas con los deberes hechos, y también me dejas a tu familia y a tus amigos, que, si antes ya lo eran, ahora con más razón los considero también míos. Me quedo con lo bueno, porque es lo que a ti te hubiera gustado, me quedo con tu sonrisa, me quedo con tu voz, que resuena por todos los rincones demi memoria, me quedo con tu carácter, con tu alegría, con tu actitud de afrontar la vida, y así te recordaremos siempre. A partir de hoy el ocaso del verano y la entrada del otoño tendrán siempre un significado especial, y más que un motivo de tristeza, te prometo que serán una razón evocarte con alegría.

Amigo, siempre vivirás en todos los que te queremos, Amigo, espéranos donde quiera que estés, Amigo no te preocupes por nada, Amigo aquí todo va a ir bien,

Amigo, descans. Amigo, muchas gracias. Amigo, hasta siempre.

Te quiere mucho, tu amigo.