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Volcán de La Palma

Excarcelar la pesadumbre colectiva por el volcán de La Palma

La crisis volcánica destapa la crisis y precariedad de los cortadores, cargadores y transportistas del plátano

Desesperación entre los plataneros de La Palma

Desesperación entre los plataneros de La Palma Video: Agencia Atlas | Foto: EFE

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Desesperación entre los plataneros de La Palma Nora Navarro

El aire de costa oeste de La Palma volvió a transparentarse este sábado después de una noche de cenizas y los barrios confinados de Los Llanos de Aridane, El Paso y Tazacorte pudieron echarse a las calles para excarcelar la pesadumbre colectiva de espaldas a los humos del volcán. Los rugidos y explosiones intensificaron sus decibelios como un aviso constante de su duermevela, aunque la vida en Tazacorte ya se desenvolvía en los códigos de un estado de alarma.

En el puerto del municipio, desde cuyo dique se recorta la fajana que rebasa los 475 metros de la línea de costa, los pescadores dan un manguerazo a sus embarcaciones para gastar las largas horas en que el magma se abre paso en el salitre. «El sector está parado y encima perdemos espacio en un año que ya venía malo», indica Luis, un pescador de bajura con base en el muelle bagañete, donde trabaja casi medio centenar de pescadores artesanos sumidos en la incertidumbre.

Apenas se oye más zumbido que el tremor de Cumbre Vieja en este nudo de caminos que hoy exhibe dársenas vacías, flotas amarradas y cofradías cerradas a cal y canto. Solo el bar del puerto permanece como punto de fuga y descanso para los trabajadores de las plataneras que se apostan en la barra para ahogar la pesadumbre.

Alrededor de 150 familias de Tazacorte dependen de las aguas del puerto, pero más de la mitad de la población de la isla depende del plátano. Un grupo de jóvenes cargadores, transportistas y cortadores de plátanos regresa de su jornada mañanera en una finca de Las Manchas y pide una ronda de botellines mientras comentan, con estupor, que la lava acaba de destruir la tubería que abastecía de agua de riego a cerca del 25% de las plataneras de la isla, lo que se traduce en la pérdida de casi 20 millones de kilos de plátanos de las fincas e invernaderos de El Remo, Puerto Naos y La Bombilla.

«Los próximos meses van a venir muy malos», apunta Juan Miguel, cortador y transportista desde hace 30 años, que, ante los malos pronósticos para el sector, ha preferido irse directamente al paro. Cuenta que estas dos últimas semanas marcadas por la erupción de Cumbre Vieja le cogieron de vacaciones, pero «tal como se están poniendo las cosas, mejor me mando a mudar un tiempo», afirma.

Precariedad

Si la crisis del coronavirus puso de relieve las estructuras frágiles y contaminantes del sistema capitalista y de hiperconsumo, la tragedia del volcán en La Palma pone de manifiesto las condiciones de precariedad y abuso que sufren cientos de trabajadores intermediarios en las plataneras.

Alejandro, de 31 años, natural del puerto de Tazacorte, trabaja para una conocida empresa de servicios agrarios y transporte en Los Llanos de Aridane, de lunes a viernes, con algunas horas extra los sábados por la mañana. Su jornada de trabajo arranca «cuando ya se empiezan a ver las piñas» (sobre las 6.00 de la mañana) y, desde la madrugada, corta, carga y transporta plátanos con sus compañeros a las distintas fincas del listado diario que les proporciona el almacén, hasta que cae por fin la noche.

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Agricultores recogen los plátanos de sus fincas llenas de ceniza del volcán en erupción en La Palma Kike Rincón / Europa Press

En voz baja comentan la campaña viral para la compra de plátanos de Canarias como estrategia de apoyo al sector, así como la necesidad urgente de ampliar las ayudas y subvenciones a esta industria que produce una media de 80 millones de kilos de plátanos al año en la isla de La Palma.

«Me parece fundamental y necesario que se desarrollen estas líneas de apoyo, pero nosotros no recibiremos ni un solo céntimo de esas ayudas ni bonificaciones», indica. «Y mientras el volcán siga caminando, y durante muchos meses después, los cosecheros podrán mantenerse, pero habrá cada vez menos trabajo para todos nosotros».

A su lado, su compañero Gael, de 25 años, que emigró de su Perú natal y se estableció en el corazón de Tazacorte hace cuatro años, mira en dirección a la carretera de la costa que, seccionada por la lava, ya no conduce a ninguna parte. «Antes hacíamos más de 20 viajes en cuatro camiones», señala. «Ahora tenemos que dar la vuelta a toda la isla por Fuencaliente y, entre el tiempo que se pierde, el precio de la gasolina a 1,30 y los cambios de última hora en los accesos, se va a perder muchísima mercancía. Y entonces, se van a perder muchos puestos de trabajo».

Además, la incidencia de la materia volcánica en la atmósfera ha puesto en el filo de la navaja a muchos de estos trabajadores, que se han visto forzados s sacar adelante la producción en condiciones extremas. «Al principio, tragamos muchísima tierra sacando a toda mecha las piñas de las fincas a las que podía llegar la lava», explica Alejandro, quien afirma que, desde entonces, «me sigo notando alguna punzada en el pecho». «Las cenizas en el suelo resbalan como el jabón y tenemos unos muy tiempos marcados, con muchas fincas a las que ir y cumplir».

Una mañana en que la lluvia de picón y cenizas se precipitó con fuerza sobre los cultivos, los trabajadores decidieron plantarse. «Nos negamos a trabajar en esas condiciones», cuenta el transportista. «Al final, la empresa nos dio equipos de protección, como gafas y botas, para poder trabajar con algo de seguridad». Y es que, como apostilla su compañero Carlos, de 23 años, «nosotros somos los que hacemos el trabajo más sacrificado y somos los que peor lo estamos pasando dentro del sector». «La ironía es que somos nosotros los que sacamos la producción adelante: sin nosotros, no hay fruta ni en los almacenes ni en los supermercados, porque esto es una cadena», afirma. «Entonces, estaría bien que los que se quejan de que están perdiendo sus cosechas, se quejen por todos».

A este respecto, los trabajadores revelan que los accesos a las poblaciones aisladas no son igualitarios para todos los vecinos. «El otro día tenía a mi compañero Fran llorando desconsolado en la rotonda de Puerto Naos porque no le dejaban pasar a la casa a regar la huerta», indica Alejandro. «Pero a las fincas de los peces gordos de la zona, con terrenos en El Remo o La Bombilla, nos mandan a cortarles las piñas tranquilamente».

A pesar del desánimo, los transportistas celebran la noticia de que, a lo largo de la próxima semana, se desplazarán vehículos con mayor capacidad para cargar más jaulas de plátanos, lo que reduce el número de idas y venidas por Fuencaliente y el potencial de carga antes de que la ceniza dañe más la producción.

Por su parte, Gael asegura que, pese a las fatigosas jornadas de trabajo en las plataneras, «me la paso muy bien en La Palma». La realidad es que el grueso de los cargadores, transportistas y cortadores de plátanos en la isla se corresponde con la población joven, puesto que la demanda de trabajadores es continua, mientras que, sobre el resto de sectores, pesa el desempleo, «sobre todo, desde que se fue al carajo la construcción».

«Al principio, las piñas te pesan muchísimo, pero luego te acostumbras a equilibrar el peso en los hombros», admite Gael, que carga a diario unos 25 kilos de piñas. «Yo me vine aquí porque quería cambiar de vida. Y creo que La Palma es lo más parecido a la mitad del camino entre Europa y Latinoamérica», reflexiona. «Ahora las cosas no pintan nada bien, solo deseo que esto se termine cuanto antes, pero incluso con esto que ha pasado puedo decir que he aprendido muchísimo de La Palma».

Hoy se cumplen 15 días desde que reventó el volcán en Cumbre Vieja para quebrar cientos de vidas afincadas en la ruta de la lava y sobrecoger a toda la isla de La Palma. La jornada de ayer en la zona de Los Llanos de Aridane, Tazacorte y El Paso brindó una tregua en cuanto a las precipitaciones de cenizas y arena, dado que la dirección del viento giró hacia el sureste, si bien, por otra parte, aumentó de forma notable la actividad explosiva del volcán. Los temblores registraron su valor más alto en los últimos siete días y se intensificaron sus rugidos en las últimas horas de la tarde. «Se me mete este tremor en el oído», clamó ayer una señora en la Plaza de Tazacorte.

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