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Volcán de La Palma | Testimonio de la erupción

El patrón de la Cofradía de Tazacorte se queda sin casa y sin trabajo por el volcán de La Palma

Su atunero, El Nuevo Camacho, sigue amarrado por las restricciones pesqueras

César Camacho, ayer en la plaza de Los Llanos de Aridane | |

No tiene años para revivir la explosión del Teneguía (1971), pero sí para contar cómo el magma del volcán de Tajogaite sepultó en las primeras horas de erupción la casa de su familia en El Paraíso. César Camacho (1980) es el patrón mayor de la Cofradía de Pescadores del Carmen de Tazacorte y, después perder el techo que compartían sus padres, su hermano, él y su mujer, ahora sufre otro revés: la falta de pesca.

La sirena de un vehículo de emergencia solapa la voz de César justo cuando empieza a hablar de la pérdida de la casa de sus padres, Tomás y Ángeles, en las primeras horas de erupción del volcán de Tajogaite, el mismo hogar en el que residían él, su esposa y su hermano. Su padre, Chicho, solía matar el tiempo libre de un jubilado adecentando un pequeño viñedo que era la envidia de todos. «No tenía ni una piedra mal colocada», asegura César Camacho Camacho. Muchos fueron los días que estuvieron horas sentados en una especie de terraza que lindaba con una bodega a medio construir. A la familia Camacho nunca le sobró el dinero y, por lo tanto, este tipo de sueños a pequeña escala suelen tardar en materializarse. «Ahí le metimos unos cuantos años de pelea (la acondicionaban cuando aparecía ese empujoncito en el que todos arrimaban el hombro antes de compartir el almuerzo del domingo) y nos quedaba un ratito bueno para terminarla, pero todo eso se perdió».

La propiedad de los Camacho estaba cerca de la casa Milagro –la hacienda que los Cocq que no fue sepultada por las primeras coladas, pero sí por las nuevas ramificaciones del magma expulsadas desde las entrañas de Montaña Rajada–, a pocos metros de la Hoya del Tajogaite. Allí nació Chicho. César confiesa que su padre es el peor que lo lleva. «Está trancado», abrevia. Al patriarca de los Camacho Camacho no se le da demasiado bien expresar lo que piensa y se lo calla todo. Su hijo mayor resume que estos días sus ojos quieren decir cosas que no se atreve a contar con palabras. Él, su esposa, Ángeles Camacho, y su hermano Samuel se están alojando en la casa de un familiar. A César y a su mujer, Jobana, los han acogido en la residencia en la que su compañera desempeña las labores de empleada de hogar. «Nos han dado un techo para dormir, más no podemos pedir», agradece, no con un justificado halo de vergüenza, el patrón mayor de la Cofradía de Pescadores de Tazacorte.

Los «pescadores» de El Remo

Ni Tomás ni Ángeles, los padres de César y Samuel, tienen antecedentes familiares cercanos asociados a las artes de la pesca. Como mucho, habría que recurrir a una pequeña embarcación que tenían en una casa de verano en la playa El Remo (Los Llanos de Aridane) para justificar el desembarco de sus hijos en las faenas de la mar. Los dos son armadores de un atunero (diez metros de eslora por tres de mangas) que está amarrado en el puerto de Tazacorte desde el pasado mes de mayo. Sí. El Nuevo Camacho no faena desde que se agotó el cupo de atún rojo asignado a la flota canaria: 518 toneladas a repartir entre 249 barcos en 2021. «La cosa estaba jodida antes de que reventara el volcán, ¿pero a quién demonios le puedo vender el barco ahora», sostiene sobre una crisis de largo recorrido que se ha acelerado en las últimas fechas con el descenso de las coladas hasta el litoral de Tazacorte (playa del Perdido).

«A nosotros nadie nos avisó de la erupción, no nos dio tiempo de salvar una foto antes de perderlo todo»

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Una treintena de barcos llevan amarrados en el puerto bagañete desde hace más de dos semanas. Dos o tres, como mucho cuatro, son los pescadores que están saliendo a diario –trazando la bocana del muelle en dirección norte– para ir en busca de las nasas que han colocado en aguas Tijarafe y Puntagorda. Y es que las cuentas no salen: llenar los tanques de una embarcación como la de los hermanos Camacho implica una inversión inicial de unos 100 euros. «Si hoy nos sale mal es una deuda que arrastramos para la mañana siguiente y al final solo pescamos para pagar el gasoil».

César y Samuel tienen otro barquito más pequeño para cuando se atreven con la pesca de orilla, pero esa hace tiempo que dejó de ser rentable. En los días buenos de capturas de atún rojo en Tazacorte se llegaban a facturar casi tres mil kilos (en la zona hay dos empresas que se encargan de preparar esos ejemplares para enviarlos a la Península), mientras que en las jornadas más exitosas de pesca menor las pesas de las lonjas superan milagrosamente los 200 kilos. Los efectos del covid-19 –caída de los precios– y las mencionadas cuotas del atún rojo han mutilado a un sector que en la actualidad tiene serios problemas para atrapar caballas y chicharros en las redes. «No sé si esto es culpa de la previa del volcán, pero hace más de un año que estas especies han desaparecido. Hasta hace poco llenábamos las bodegas para ir a la zafra de atunes, pero ahora ni siquiera se cogen para adecentar una faena», advierte César sobre unas ventas que en estos instantes se reparten Mercadona y las pescaderías y restaurantes de los municipios vecinos de Tazacorte (Los Llanos de Aridane y El Paso).

Pero el Nuevo Camacho no solo está parado por el elevado gasto del combustible. A eso hay que sumar los pagos de autónomos, la seguridad social, la comida... «El negocio no da para tanto y esto lo tenemos que sacar los hermanos».

«La cosa estaba jodida antes de que reventara el volcán, ¿pero a quién demonios le puedo vender el barco ahora»

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César Camacho es partidario de un paro biológico como el que se abrió después de la erupción del volcán submarino de Tagoro (El Hierro), aunque no tiene claro que esa vaya a ser la solución para un sector tremendamente castigado. «Aún no sabemos cuánto va a durar esto, pero sí el desastre que supone tener atada la flota mucho tiempo». Las dudas, pues, superan a las certezas como todo lo que pasa estos días en La Palma. El patrón mayor de la Cofradía de Pescadores de Tazacorte no sabe cómo va a quedar el oficio cuando cicatricen las heridas abiertas por la mayor crisis volcánica que ha vivido España en las últimas cinco décadas, pero tiene claro que el desgaste será generoso. Los más viejos porque «están cansados» y no tienen nada fácil resetear sus vidas de pescadores, los jóvenes porque estos días son testigos de excepción de una forma de vivir que continúa siendo tan dura como siempre pero que cada vez proporciona menos alegrías. «Hace tiempo que no bajo al puerto porque la única sensación que se percibo allí es la de la muerte», relata un joven a la que un desastre natural de dimensiones inimaginables le ha arrebatado su casa y, por ahora, le mantiene «preso» en tierra. «No sé si habrá fuerzas para preparar de nuevo el barco cuando todo esto pase... Hoy mi mente solo piensa dónde dormirá mi familia dentro de unas semanas».

Los «olvidados» del barrio de El Paraíso

César Camacho Camacho (Breña Alta, 1980) reclama un minuto cuando percibe que la conversación está a punto de terminar. Su voz continúa apagada por la magnitud de la catástrofe que está reviviendo, pero no se quiere marchar sin más. «¿Puedo contarle una cosa?» (el silencio se alarga durante unos segundos). Solo cuando se asegura que tiene libertad para expresar lo que siente con un ramalazo de rabia importante se arranca a hablar. «A los vecinos de El Paraíso no nos avisaron de la reunión que se celebró el sábado anterior a la erupción (18 de septiembre) en el campo de lucha de Las Manchas», cuenta sobre una cita en la que se reforzó el protocolo de emergencia en la que sí estaban los vecinos de San Nicolás, Jedey y El Barranco. «Yo no sé quién coño (perdón) dijo que en El Paraíso no iba a pasar nada y que, en el caso de una erupción, el magma iba a correr por otras laderas, pero allí hoy no hay nada... Nadie nos avisó con sirenas o megáfonos, nos enteramos cuando reventó el volcán. No nos dio tiempo de salvar una foto antes de perderlo todo». | J.D.

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