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Volcán en La Palma

La sal: más cosechas que se pierden por la ceniza del volcán de La Palma

Los dueños de las salinas Teneguía, en Fuencaliente, temen perder por culpa de la ceniza cinco cosechas, entre 150.000 y 200.000 euros

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La ceniza cubre la sal de las salinas de Fuencaliente Carlos de Saá | Efe

La erupción del volcán de La Palma está haciendo estragos en el sector primario de la isla, especialmente en el cultivo del plátano, la uva y el aguacate, donde se prevén pérdidas masivas.

Pero no solo. Otras cosechas se malograrán por culpa de una lluvia fina, a veces imperceptible, que acaba tiñendo de negro todo cuanto toca, como la paleta de colores de la salina de Fuencaliente.

En este municipio, en el extremo sur de La Palma, miran atentos al cielo y al suelo los dueños y trabajadores de la salina, cuya marca comercial tiene nombre de volcán, Teneguía.

Un volcán que cuando erupcionó en 1971 paralizó la actividad de este negocio durante casi dos años. A la vista está que no le guardan rencor.

Ahora la ceniza de otro volcán ha ensombrecido el espectáculo cromático que la salina de Fuencaliente regala en el ocaso a propios y extraños, cuando el agua depositada en sus cuadrículas, llamadas cristalizadores, refleja las últimas luces del día.

La imagen actual es "negro sobre gris, o gris sobre negro", lamenta Andrés Hernández, gerente de este negocio familiar que inició su abuelo en 1967, cuando tuvo la idea de replicar la salina del Janubio en Lanzarote con la ayuda del especialista en la materia Luis Rodríguez; luego lo heredó su padre y más tarde él.

Cuenta a Efe que la previsión que manejan es perder por culpa de la ceniza cinco cosechas, lo que traducido en dinero son entre 150.000 y 200.000 euros.

Mientras haya el mínimo resquicio de ceniza no se atreven a comercializar la sal. "No nos podemos arriesgar", afirma.

Por lo pronto, la sal que se estaba creando en los cristalizadores ya la dan por perdida.

Al menos pudieron salvar la que estaba amontonada en pequeños montículos en las orillas de esta cuadrícula hecha de barro y piedra y que ocupa una superficie de unos 35.000 metros cuadrados.

Hubo que retirar la costra que formó la ceniza al contacto con la sal. De 130 toneladas se pudieron recuperar 110 gracias a tres días "trabajando a piñón", recalca Hernández.

La cosecha actual era especial porque gracias a las bonanzas de septiembre, cuando el viento es habitualmente suave, se produce el producto estrella: la flor de sal, una fina escama que cristaliza en la superficie del agua y que es muy valorada en el mercado gourmet.

El padre de Andrés, Fernando Hernández, ya jubilado, explica a Efe que cada año esta salina produce entre 500 y 600 toneladas, repartidas entre ocho o nueve cosechas, a veces diez.

"Un mal menor"

El periodo productivo es de marzo a noviembre, como muy tarde, ya que la humedad y la lluvia son los peores enemigos de este negocio, además una cantidad menor de horas de sol.

"Los únicos que no queremos que llueva en La Palma somos los salineros", ironiza Andrés Hernández, aunque ahora, paradójicamente, les gustaría que hubiera precipitaciones para ayudar a limpiar la ceniza.

A eso dedicarán otros dos ciclos en lo que queda de año y en los dos primeros del próximo. Cada ciclo dura entre 15 y 20 días.

Fernando Hernández recuerda que con la erupción del Teneguía se vieron en la disyuntiva de dejar el negocio.

Su hijo Andrés apunta que los daños entonces fueron mayores, al caer ceniza y lapilli, porque el volcán estaba más cerca, tanto que una de las coladas que amenazaba con llevarse por delante la salina y el faro se detuvo a apenas unos 200 metros de distancia.

Ahora lo que cae del volcán que comenzó a erupcionar el pasado 19 de septiembre en la zona de Cabeza de Vaca, en El Paso, está formando "una película fina" de ceniza.

Está convencido de que el negocio resistirá, como lo hizo hace 50 años, igual que su padre, quien matiza que "somos perjudicados, pero en comparación con la gente del Valle de Aridane, lo nuestro es un mal menor".

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