El Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad, conocido por sus siglas TDAH, es uno de los trastornos que más preocupan a madres, padres y maestros. Motivos no les faltan a los adultos que rodean a niños y adolescentes para seguir, muy de cerca la pista del TDAH, ya que es, con diferencia, uno de los trastornos que más se diagnostican en consultas de pediatría, psicología y psiquiatría, solo por poner algunos ejemplos.

Los niños y adolescentes con TDAH suelen tener dificultades para concentrarse en las tareas escolares, controlar sus impulsos y no mostrarse excesivamente movidos. A estos tres síntomas (dificultades de concentración, impulsividad e hiperactividad) se les conoce como la tríada nuclear del TDAH.

Lo cierto es que muchos menores con TDAH suelen mostrar, además de estos síntomas nucleares, otros síntomas como rigidez cognitiva, necesidad de que los adultos les ayuden a planificarse en las tareas académicas, dificultades en las relaciones sociales y dificultades en el etiquetado y la gestión de sus emociones. Como podéis imaginar, esta gran variedad de síntomas, impactan de manera significativa en la gran mayoría de ámbitos donde se desarrollan los niños y jóvenes con TDAH: ámbito familiar, escolar, social, emocional y conductual.  

El DSM-5, o lo que es lo mismo, el manual que clasifica los diferentes trastornos mentales, engloba el trastorno por déficit de atención con hiperactividad dentro de los trastornos del desarrollo neurológico.

Son varios los trastornos que se incluyen en este gran grupo además del TDAH, como el trastorno del espectro autista o los trastornos específicos del aprendizaje. Lo que todos tienen en común es que son trastornos que tienen una alta carga genética y son crónicos. Lo que va a provocar el amplio abanico de síntomas que hemos visto anteriormente es la inmadurez del cerebro del menor que padece esta patología.

Si comparamos el cerebro de un niño de 7 años que está diagnosticado de TDAH con un compañero suyo de clase que no tiene esta patología, veríamos que el cerebro del primero es significativamente más inmaduro que el cerebro del su compañero. Hay estudios que cuantifican el desfase del desarrollo cerebral de un TDAH en un 30%. Esto quiere decir que un niño de 10 años diagnosticado de TDAH tiene un desarrollo cerebral equivalente al de un niño de 7 años aproximadamente.

Sorprendente, ¿verdad? Por eso decimos que los niños con TDAH son tan inmaduros y tienen tantas dificultades de adaptación; tienen un enlentecimiento de su desarrollo cerebral, lo cual provoca una serie de síntomas que tienen importantes repercusiones en la escuela, en casa, en las actividades deportivas y en las relaciones sociales.

Si seguimos sumergiéndonos en el cerebro de un niño o adolescente con TDAH, comprobaremos que la zona más inmadura de su cerebro es la corteza prefrontal. Este área cerebral es la que se encuentra justo antes de la frente y es la que nos diferencia del resto de las especies animales. Gracias a la corteza prefrontal somos capaces de centrarnos en una tarea escolar concreta durante un tiempo limitado, aplazamos nuestros impulsos, nos planificamos, somos conscientes de los que pensamos, podemos anticiparnos a las consecuencias de nuestros actos, nos automotivamos y ponemos en marcha conductas que queremos llevar a cabo (voluntad).

Lo cierto es que la corteza prefrontal de los niños y adolescentes con TDAH es bastante más inmadura que la de sus iguales, lo que provoca una gran facilidad para distraerse con una mosca, la dificultad para controlar sus impulsos, la hiperactividad, dificultades en la regulación de sus afectos y algo que les preocupa tanto a familiares como a maestros: la baja capacidad de perseverancia.

Dado que el TDAH supone una inmadurez en la corteza prefrontal y ahí es donde “habita” la capacidad de esfuerzo, sacrificio y voluntad, los menores con TDAH suelen tener grandes dificultades a la hora de encarar tareas o actividades que supongan un gran esfuerzo o sean monótonas, aburridas y les desmotiven.

Por este motivo, padres y maestros se suelen quejar de que sus hijos y alumnos, respectivamente, solo rinden adecuadamente en aquellas tareas que les motivan y les aportan algún tipo de refuerzo.

Los niños con TDAH tienen problemas para perseverar y ser constantes con aquellas tareas que no les gustan. “No hay manera de que estudie, pero se sabe de memoria todas las letras de las canciones de sus cantantes favoritos” ¿Te suena? No lo hace a propósito, sino que es consecuencia de su dificultad para ponerse manos a la obra cuando la tarea le desmotiva y le aburre. 

En no pocas ocasiones, el TDAH es confundido con otros trastornos. El problema está en que, muchas veces, los profesionales diagnosticamos basándonos, solo y exclusivamente, en los síntomas que presenta el menor, sin considerar ni evaluar la raíz del problema. Ya hemos comentado que el TDAH es un problema cuya raíz es neurobiológica, ya que el cerebro se desarrolla más lentamente de lo “normal” según la edad y tiene como consecuencia los síntomas que también hemos descrito.

El problema está en que los síntomas nucleares del TDAH (dificultades para concentrarse, impulsividad e hiperactividad) son manifestaciones muy habituales de otros muchos trastornos.

Por ejemplo, un trastorno de ansiedad o el trastorno del espectro alcohólico fetal (TEAF) pueden confundirse fácilmente con el TDAH, dado que los síntomas son muy parecidos. También niños que han vivido situaciones traumáticas como abusos sexuales, maltrato o negligencia pueden manifestar síntomas similares o idénticos al TDAH, aumentando la probabilidad de que sean diagnosticados y tratados como si fueran TDAH. Y hasta incluso, circunstancias normales de nuestras vidas, pueden ser “confundidas” con el TDAH.

Por ejemplo, una niña cuyos padres están teniendo un divorcio muy conflictivo, puede manifestar dificultades de concentración, impulsividad, hiperactividad, dificultades para regular sus emociones, etc. Otro ejemplo frecuente es el abuso de los dispositivos tecnológicos que manifiestan, cada vez más, nuestros jóvenes.

Desde luego que jugar demasiadas horas a los videojuegos puede disminuir los niveles de concentración y aumentar la impulsividad de nuestros hijos adolescentes, pero nunca los videojuegos ni los móviles serán “causantes” del TDAH, aunque los síntomas se parezcan. En este punto, es de vital importancia, diferenciar entre la causa y la consecuencia, o lo que es lo mismo, diferenciar el lugar donde nace el río y el lugar donde desemboca.

La evaluación del TDAH no está exenta de mitos. En ocasiones, las madres y los padres nos piden a los profesionales especializados en TDAH que les hagamos a sus hijos “la prueba del TDAH”. Siento decir que no existe la ansiada prueba del TDAH, ya que los profesionales pasamos una serie de pruebas durante varias horas para llegar a la conclusión de si el menor es TDAH o no lo es.

Por lo tanto, eliminemos de una vez por todas el mito de la prueba del TDAH que nos da el resultado de positivo o negativo. Para llegar a un diagnóstico de TDAH es imprescindible dedicar un número considerable de horas para evaluar al niño o adolescente con posible TDAH, dedicarle mucho cariño y atención, y por supuesto, evaluar en base a la raíz de la problemática y no centrándonos solo y exclusivamente en los síntomas que manifiesta el menor.

Como veíamos antes, son muchos los trastornos y las circunstancias que nos pueden confundir con posibles TDAH, ya que los síntomas son parecidos o idénticos. Además, hay determinados casos de TDAH que pasan desapercibidos para maestros y padres, dado que suelen manifestar casi exclusivamente dificultades a la hora de centrarse en las diferentes tareas pero no son niños movidos ni inquietos. En este caso estamos hablando de los niños con TDAH de subtipo inatento. Por este motivo, decimos que en la evaluación y el diagnóstico del TDAH, ni son todos los que están ni están todos los que son.

Otro aspecto a tener en cuenta es que el TDAH nunca debería ser diagnosticado antes de los 6 años. No debería haber ningún niño en la etapa de infantil diagnosticado de TDAH, pues no es hasta los 6-7 años cuando podemos diferenciar si estamos en presencia de un caso de TDAH o es que el cerebro aún es muy inmaduro como para concentrarse, gestionar sus emociones, no mostrarse impulsivo, etc. Ojo, una cosa es que el diagnóstico no se deba hacer antes de los 6-7 años y otra cosa bien diferente es que no podamos intervenir y ayudar a los menores de esta edad a mejorar sus habilidades cognitivas, emocionales y sociales. 

Ya hemos comentado el perfil de los niños y adolescentes con TDAH. En el largo camino que deben recorrer, estos niños han de encontrarse con una serie de características que les ayudarán a superar los obstáculos con los que se toparán en el camino. A continuación resumo en cinco las claves esenciales para un buen pronóstico en casos de niños y jóvenes con TDAH: 

Cariño: una de las cosas que más necesita un menor con TDAH es cariño y comprensión, ya que dicho trastorno no es observable y existen muchos mitos que señalan a los niños y adolescentes, o a sus padres, como culpables de esta patología. 

  • Paciencia: los niños con TDAH necesitan tiempo, mucho tiempo. No podemos olvidar que el TDAH es un trastorno del neurodesarrollo, lo que implica que su cerebro madura más lentamente de lo normal. 
  • Conocer en profundidad el trastorno que padecen: los niños y adolescentes con TDAH son criticados, señalados y estigmatizados por tener esta patología. Es por ello que lo mejor que podemos hacer es sensibilizar a la sociedad sobre este trastorno y hacer sesiones de psicoeducación para explicarles a los afectados y sus familiares qué es el TDAH.  
  • Ejercer de cortezas prefrontales externas: dado que el TDAH implica un enlentecimiento en la madurez de su cerebro en general, y de la corteza prefrontal en particular, lo mejor que podemos hacer madres, padres, maestros y profesionales es ejercer de cortezas prefrontales externas, ayudándoles a concentrarse, a controlar sus impulsos, a planificarse, a ser conscientes de sus actos y consecuencias, etc. 
  • Mirada incondicional: siempre digo que la clave en la mejoría de los niños y adolescentes con TDAH está en las personas que les rodeamos (padres, madres, profesores, psicólogos, neurólogos y un largo etcétera de adultos). Somos nosotros los llamados a mirarles incondicionalmente, es decir, sin prejuicios y con la mayor comprensión, empatía y cariño del mundo. No consiste en permitirles todo, juzgarles por lo que hacen y su trastorno, sino más bien confiar en ellos, empoderarles y acompañarles en este largo camino que se llama TDAH. 

* Rafa Guerrero es psicólogo especialista en TDAH, dificultades de aprendizaje y problemas de conducta. Doctor en Educación y director de Darwin Psicólogos. Autor de los libros “TDAH. Entre la patología y la normalidad”, “Educación emocional y apego”, “Cómo estimular el cerebro del niño”, “El cerebro infantil y adolescente” y los cuentos “La mirada de José Luis” y “Los 4 cerebros de Arantxa”.