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Volcán de La Palma | Afectados

El llano en llamas por el volcán de La Palma desde Tajuya

«Miramos todo el tiempo a la destrucción, con miedo a que la destrucción mire pa’ nosotros»

La eruptividad del volcán de la Palma, lejos de extinguirse

La eruptividad del volcán de la Palma, lejos de extinguirse

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La eruptividad del volcán de la Palma, lejos de extinguirse Nora Navarro

Los vecinos y vecinas del barrio de Tajuya, situado en uno de los promontorios de Los Llanos de Aridane, convive con rugidos, explosiones y evacuaciones en las proximidades del volcán.

El pueblo de Tajuya, incardinado en el relieve volcánico que se eleva sobre el Valle de Aridane, convive con la explosión continua de la tierra abierta que estremece a cada hora las mañanas y las noches, las comidas en familia, la siesta entre faenas y el cierre de los días. La paradoja de Tajuya es que lo alto de su atalaya brinda las mejores panorámicas al paisaje incandescente, sobre todo, en las noches de contrastes rojinegras, mientras que sus habitantes ya cuentan el paso de los días -casi un mes- por alarmas y temblores.

Los habitantes de lo alto de este barrio cuentan el paso de los días por alarmas y temblores

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Este barrio que anuda las arterias de Los Llanos de Aridane y El Paso en vertical ha resistido en pie los embates del volcán de Cumbre Vieja, pero su proximidad al cono eruptivo lo expone a las peores consecuencias de la amenaza de la lava. Las primeras evacuaciones de la isla se produjeron en sus casas, junto con las de los barrios de Tacande de Arriba y Tacande de Abajo, debido a la intensificación de las explosiones en la primera semana de erupción; a las que sucedieron, una vez realojados y emancipados de la zona de exclusión, los confinamientos domiciliarios por la emisión de gases y la expulsión arenosa de piroclastos en azoteas y jardines. Pero eso era solo el principio de lo terrible.

«En Tajuya miramos todo el tiempo hacia la destrucción. Pero también vivimos con miedo a que la destrucción mire pa’ nosotros», expresa la vecina María Antonia, de 61 años, sobre la tesitura de este barrio llanense donde vive con su marido y, desde hace cuatro semanas, acogen además a dos hijos, una hija, un yerno y un nieto de dos años -los dos primeros, de Las Manchas, evacuados; los últimos, de La Laguna, por prevención-. «Yo siempre digo que, donde comen dos, comen cuatro; y que yo lo mismo hago unas lentejas pa’ dos que pa’ seis», señala «Pero yo llego a Tajuya y me aquella subir esa cuesta p’arriba llena de temblores, y luego virar pa’casa y ver otra vez más ese llano en llamas», añade. «Estos días no lo vemos por el humo blanco y la calima pero, cada media hora, la lava entuye una casa. Cada media hora, destroza a una familia».

La caída de los postes debido a las explosiones del volcán ocasionó varios cortes de luz

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Esa mezcla de nostalgia y orfandad que emana de los cuentos de Rulfo y que María Antonia rescata en su relato envuelve el ánimo en el borde oeste de La Palma. Si los caminos de Las Manchas evocan el desamparo de Comala, el pueblo que ha perdido El Paraíso; las casas y las calles de Tajuya sortean la batalla como el cuento homónimo de El llano en llamas: «Faldeamos el volcán. Subimos a los montes más altos y allí (…) sentíamos cómo bajaban las balas sobre nosotros, en rachas apretadas, calentando el aire que nos rodeaba. Y hasta las piedras detrás de las que nos escondíamos se hacían trizas una tras otra, como si fueran terrones». En la madrugada del tercer domingo de erupción, la lava arrasó el polígono industrial de Callejón de la Gata, a los pies de Tajuya, que derribó numerosas naves y negocios de vecinos del pueblo.

Luego, el reboso de la pared de lava se desbordó por los costados y sepultó la parcela de celemines de plátanos de su hijo, el mediano. María Antonia lo supo cuando su marido vino a buscarla a las 14.00 horas a la casa donde limpia por las mañanas. «Él llevaba puesta la mascarilla, pero solo con verle los ojillos, le dije: los plátanos», relata. «Menos mal que de un año pa’tras me dio por sacarme el trabajito y meter algo más de dinero».

Pocos días después, mientras descansaban en el sillón por el Día del Pilar, su hijo mayor no llegó desde el trabajo en coche, sino desde su casa en furgoneta. «Ma, ya evacuaron La Laguna», me dijo. «Pues mi hijo, le dije yo, y qué le vamos a hacer».

«Lo mismo hago lentejas pa’ dos que pa’ seis», narra una madre que acoge a tres hijos y un nieto

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Esa misma noche, la caída de varios postes y transformadores debido a las explosiones del volcán ocasionó varios cortes de luz durante tres horas en el barrio. María Antonia corrió a encender velas para preparar la cena y «una se la puse a la Virgen del Pilar para pedirle que apague ya ese demonio». «No me importa que se corte el agua, porque una baja y la compra en la tienda, ¿pero qué hacemos toda la familia aquí sin luz? Ni el biberón le pude dar al bebé».

En las últimas 24 horas, las coladas de lava han seguido avanzando en dirección al barrio colindante de Tacande. Los penachos de piroclastos y cenizas espolvorean las calles de Tajuya pero, sobre todo, sobresaltan las explosiones. «Arrejuntamos dos camas pa’ tres y mal no dormimos pero, al que le toca dormir en el colchón del suelo, las sufre más», indica María Antonia. «Siempre me despierto la primera, los veo a todos dormiditos y pienso que tenemos suerte. Luego me viro pa’ la ventana, veo las llamas y vuelvo a poner velas, aunque haya luz».

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