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Volcán de La Palma

Las dos caras de la catástrofe del volcán de La Palma

Abián San Gil Hernández lleva cinco semanas fotografiando la evolución y destrucción del volcán Tajogaite

La Laguna, antes y después Abián San Gil Hernández

Ya hace tiempo que perdió la cuenta del número de veces que ha fotografiado al volcán Tajogaite, el volcán en erupción en La Palma, pero, al igual que ocurre con el primer beso de unos enamorados, sabe dónde empezó todo. Sucedió hace cinco domingos en un tramo de la carretera de San Nicolás, justo en un cruce localizado entre Las Manchas y El Paso. Ese es el kilómetro cero de la relación que aún mantiene Abián San Gil Hernández (1995, Santa Cruz de La Palma) con un proceso eruptivo que está marcando un antes y un después. Justo la visión que ofrece este fotógrafo de Fuencaliente en las ocho imágenes que ilustran este reportaje.

Abián reside en el barrio de Las Indias, su madre (Bety) trabaja en el negocio de la recogida de fruta y su padre (Roberto) es empleado de un supermercado. Él es el mayor de tres hermanos –le sigue Betty («este si lleva dos t») y Jorge– y se gana la vida como fotógrafo profesional tras interrumpir sus estudios de Ingienería Informática en la ULPGC. «Estoy echando el día en el norte de la Isla para escapar un ratito del volcán, pero enseguida regreso», cuenta segundos después de descolgar el móvil para hablar de una rutina que casi no ha cambiado desde el 19 de septiembre. «Solo he dejado de salir tres o cuatro noches, pero lo hice porque ya no aguantaba más sin descansar», describe sobre lo unido que está a una catástrofe natural en la que él no creía. Y es que en ningún momento pensó que los enjambres sísmicos registrados en la primera quincena de septiembre serían el prólogo de la erupción originada en el entorno de Montaña Rajada (El Paso).

San Nicolás, antes y después

Duda en el instante de confesar que ha llegado a estar a menos de 15 metros de la lava («no sé si lo debo contar, pero fue al principio. Antes de que las coladas arrasaran Todoque») y que la sensación que se experimenta cerca de esos ríos de fuego es agobiante. «Calor, un intenso olor difícil de contar y, sobre todo, sientes mucho miedo», enumera Abián San Gil.

Criado en un territorio de volcanes –su primer colegio estaba en Fuencaliente y más tarde acudió al Instituto de Las Breñas–, las referencias que tiene de la erupción del Teneguía le llegaron por los testimonios de su madre y abuela, que a sus 88 años le siguen sorprendiendo el nivel de destrucción, ensañamiento y furia del Tajogaite. «En su momento ellas se marcharon a vivir un tiempo a Las Breñas, pero acabaron regresando a Fuencaliente», confiesa sobre lo que supuso el proceso eruptivo de hace cinco décadas.

Recta de Las Manchas, antes y después

El Teneguía, el San Antonio y Martín, según el fotógrafo el más bonito de todos, son una especie de imán que siempre terminan atrapando su curiosidad. A Abián le gusta capturar paisajes. En ocasiones ha inmortalizado el esfuerzo titánico de los corredores de la Transvulcania, pero no suele hacer bautizos, bodas y comuniones. Alguna vez sí le tocó hacer este tipo de saraos, pero lo habitual es cruzarse con él recorriendo la Isla con una furgoneta (una Volkswagen de su padre) en busca de la hora azul –los minutos que siguen al atardecer–, la medianoche o un amanecer. Esos son los instantes preferidos por un «cazador» de vistas que tiene una legión de seguidores en las redes sociales: unos 39.000 en Instagram, alrededor de 15.000 en Facebook y unos 5.500 en Twitter.

«Con lo del volcán he ganado unos pocos más», admite con un tono desenfadado en el instante en el que la conversación gira hacia una vertiente claramente económica. En las primeras horas de la erupción del Tajogaite, cuando en la Isla Bonita no había desembarcado aún el batallón de reporteros gráficos que continúan cubriendo la crisis volcánica, Abián San Gil cerró algún que otro negocio pero con el paso de los días la normalidad casi ha regresado a su vida. Lo de casi tiene que ver con el hecho de que ha habido días en los que no ha dormido en casa. «Una vez salí un sábado y regresé un jueves», avanza sin obviar que entonces tuvo que dormir en el coche o en la casa de un amigo y ducharse donde pudo.

Las Manchas, antes y después

Los cortes de carreteras –con la vuelta que hay que dar para conectar su casa con la zona cero es fácil agotar más de una hora y media de desplazamiento– aconsejan buscar unas posiciones intermedias entre Tazacorte (se vio obligado a dejar ese punto cuando las primeras coladas llegaron al mar), Los Llanos de Aridane y El Paso. «Prefiero especializarme en una temática que estar metido en muchas cosas y no controlar ninguna porque eso al final genera una desventaja con otros compañeros».

Aunque admite estar «aburrido» y desgastado por los destrozos que está ocasionando el volcán, San Gil Hernández volverá a coger sus dos cámaras hoy, mañana y pasado para recoger un testimonio que «irá ganando valor a medida que pasen los años. Las fotografías de hoy serán un tesoro mañana», reivindica un profesional que levanta un muro entre él y el fotoperiodismo. «Tirar una ráfaga a un vecino que está sacando sus recuerdos a toda prisa de su casa es más sencillo para un fotógrafo de fuera que para uno que ha crecido cerca del barrio que está amenazado por una colada», justifica sin entrar en polémicas. «Ese trabajo lo tiene que hacer alguien», concluye Abián.

La Laguna, antes y después

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