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Internet y redes sociales

Redes que salvan vidas

La profesora universitaria e investigadora Ana Freire impulsó un proyecto para estudiar tendencias suicidas en redes sociales e intentar prevenir tales conductas

Ana Freire, docente e investigadora.

La iniciativa puesta en marcha por la docente de la UPF Barcelona School o Management, escuela de másteres y posgrados de la Universidad Pompeu Fabra, permitió enviar ayuda a más de 100.000 usuarios anónimos de Facebook e Instagram que encajaban en un perfil de riesgo de suicidio. Tras esta campaña, las llamadas al Teléfono de la Esperanza provenientes de redes sociales aumentaron un 60 por ciento.


Un día, la joven Ana Freire, profesora universitaria e investigadora, decidió pasar a la acción. «Me encontré en Facebook una carta de despedida de una chica norteamericana; decía que se iba a suicidar y así fue», relata. Freire tuvo curiosidad e hizo un seguimiento a publicaciones anteriores de la citada mujer. «Si mirabas hacia atrás, había textos en los que se daban pistas de que algo iba mal, de que tenía un problema de salud mental, que no aceptaba su cuerpo, que no le gustaba lo que veía en el espejo», apunta esta docente de la UPF Barcelona School of Management de la Universidad Pompeu Fabra.

A partir de ese momento, se hizo la pregunta clave: «¿Por qué no existe un sistema de detección automático de estas intenciones?». De esa manera nació el proyecto STOP (Prevención del Suicidio en redes sociales o Suicide Prevention in Social Platforms, en inglés). Freire lo creó en el 2017 con la intención de contribuir a reducir las cifras de suicidios. Como otros muchos estudiosos de esta realidad social, recuerda que en España mueren el doble de ciudadanos de forma voluntaria que por accidentes de tráfico. Y, ante ese panorama, las administraciones dedican importantes cantidades de dinero a prevenir la siniestralidad vial mediante campañas que se prolongan desde hace décadas, «pero de los suicidios casi no se habla», comenta Ana Freire.

El perfil de la persona a la que se ayuda es mujer, menor de 39 años y con escaso o nulo apoyo social

Al comenzar su investigación, halló estudios que analizaban las tendencias suicidas en redes sociales, pero fundamentalmente en inglés o japonés, y sin intervención alguna para prevenir tales comportamientos. Plantea que jóvenes y personas de todas las edades expresan en las redes sociales sus sentimientos, emociones y frustraciones, aprovechando el relativo anonimato que en ocasiones proporcionan dichas plataformas. Según Freire, esos usuarios de internet prefieren interactuar con una aplicación que con otros seres humanos. Y, algunas veces, en esas publicaciones dejan mensajes o pistas sobre sus intenciones de dejar de vivir. Otras veces divulgan, de forma directa, cartas de despedida.

Mediante el proyecto STOP se buscan patrones comunes de comportamiento en personas con alto riesgo de suicidio en las mencionadas redes sociales de amplia aceptación a nivel mundial. Todos los datos recopilados de estas plataformas son anonimizados con el objetivo de proteger su privacidad. Mediante algoritmos de inteligencia artificial, se extraen patrones demográficos o intereses comunes a usuarios en riesgo. Con ese volumen de información se pueden definir campañas de ayuda a las potenciales víctimas.

En opinión de Ana Freire, el perfil más habitual en estos casos es el de una mujer, menor de 39 años de edad, con problemas familiares, económicos o de pareja, que se encuentra lejos de sus seres queridos o amigos, así como que tienen escaso o nulo apoyo social, entre otras características. En muchos casos también influye de forma negativa la adicción al alcohol o sustancias estupefacientes. A los usuarios de Instagram o Facebook que encajan dentro de este perfil, de forma automática se les envía el Teléfono de la Esperanza o el de Prevención de Suicidios.

Los problemas con familiares, amigos o de pareja también contribuyen a las ideas autolíticas

En el grupo donde Ana es la cabeza visible figuran ingenieros, psicólogos, psiquiatras y terapeutas de siete instituciones diferentes, como son la Universitat Pompeu Fabra, el Computer Vision Centre de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), Hospital Parc Taulí, la fundación FITA de trastornos alimentarios, Fundació Ajuda i Esperança y la Universitá della Svizzera Italiana y la Université de Lyon. Al equipo estable también se suman cada curso estudiantes de máster o de grado, con lo que suman, en total, alrededor de unas 15 personas.

Para la función primordial de la detección de esa voluntad autodestructiva, se utiliza un crawler (tractor o motor de búsqueda), que filtra aquellas palabras, expresiones o frases claves que, con carácter previo, «han sido determinadas por profesionales de la Psicología o la Psiquiatría de nuestro equipo», comenta Freire. Con los datos extraídos, se alimentan algoritmos de inteligencia artificial que analizan texto, imagen y comportamiento para detectar las características comunes a usuarios de alto riesgo.

La primera vez que se puso en práctica la experiencia ideada por el mencionado grupo de investigadores fue en las pasadas navidades. A lo largo de 24 días, se lanzó una campaña en Instagram y Facebook a usuarios de habla castellana y de España que respondían al perfil buscado. Y se emitieron 100.000 anuncios ofreciendo apoyo emocional las 24 horas a través del Teléfono de la Esperanza o el Teléfono de Prevención del Suicidio. Según manifiesta la propia Ana Freire, en el mismo periodo y días siguientes, las llamadas al Teléfono de la Esperanza o de la Prevención del Suicidio procedentes de usuarios de las redes sociales aumentaron en un 60 por ciento.

La impulsora de esta idea comenta que, hasta ahora, la experiencia ha recibido apoyo económico por parte del Gobierno de España, a través de los proyectos María de Maetzu. Otra de las ayudas a la iniciativa procede de la Universidad Pompeu Fabra, en el marco de un gran proyecto denominado Bienestar Planetario.

«Hay quienes no pueden pasar la Navidad idílica en familia que exponen los medios», señala

La intención del mencionado equipo de investigadores es continuar buscando recursos económicos para ampliar el proyecto y lanzar más campañas que intenten paliar las importantes cifras de suicidios. El objetivo más inmediato de los implicados en la iniciativa es volver a desarrollar la intervención durante 24 días en las próximas fiestas navideñas.

En opinión de la docente de la UPF Barcelona School of Management, en las semanas en las que se celebra la Nochebuena, la Navidad, el Fin de Año, el Año Nuevo o los Reyes Magos pueden aumentar las inclinaciones que tienen muchas personas de acabar con su vida. ¿Por qué? A juicio de Freire, «esto es posible porque hay ciudadanos que no pueden celebrar una Navidad idílica en familia como la que se muestra en los medios de comunicación, por lo que puede aumentar el grado de depresión».

Dentro del mismo proyecto STOP también se estudian otros problemas mentales, como pueden ser la depresión o la anorexia. Si en las navidades pasadas más de 100.000 usuarios encajaban dentro del perfil de alto riesgo de suicidio, más de 500.000 usuarios diferentes que mostraban síntomas de sufrir anorexia, que en sus casos más graves puede provocar autolesiones e, incluso, tendencias suicidas también.

Freire manifiesta que, de manera habitual, «la utilización de la tecnología se asocia con algo negativo para la sociedad, como que crea adicciones o que en las redes sociales se registra un excesivo discurso del odio; pero este proyecto es un ejemplo de que la tecnología también se puede orientar al bienestar humano».

Freire fue una de las personas que el pasado jueves ofreció una charla en Santa Cruz de Tenerife en el marco de Géiser 2021, el Foro de Innovación y Empresa Responsable, en su sexta edición, un encuentro anual donde se dan cita los directivos de prestigiosas empresas basadas en la economía responsable y la innovación social, que compartieron breves ponencias sobre sus experiencias laborales en estas compañías. Ana Freire agradece «mucho la invitación, pues se han conocido proyectos muy diferentes, pero con un eje común, que es la tecnología centrada en el ser humano para mejorar la sociedad».

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