La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Crisis volcánica | Voluntarios al rescate

Zafarrancho de picón del volcán de La Palma

Los voluntarios dedican su tiempo, máquinas y esfuerzo a mitigar los daños en los inmuebles sepultados por el picón - La bodega de don Julio rebrinda con sus rosados

La erupción de La Palma, desde Tacande (09/11/21)

La erupción de La Palma, desde Tacande (09/11/21)

Para ver este vídeo suscríbete a La Provincia - Diario de Las Palmas o inicia sesión si ya eres suscriptor.

La erupción de La Palma, desde Tacande (09/11/21) Juanjo Jiménez

Desde las siete y media de la mañana se ponen en marcha, equipados con sus elementos de protección y máquinas propias para ayudar a desalojar las viviendas de toneladas de polvo y picón, algunos de ellos dejando sus trabajos hasta dos veces por semana. Ayer tocó el turno de la pequeña bodega de don Julio Rodríguez, profesor, a lo largo de sus 40 años de labor, de miles de alumnos de Los Llanos. 

A Julio Rodríguez el volcán le arruinó el almuerzo del domingo 19 de septiembre, incluso antes de parir. Sería la una del mediodía cuando saboreaba uno de sus rosados en donde llaman La Cantilla, por encima de Las Manchas, línea fronteriza entre los municipios de El Paso y Llanos de Aridane. A apenas unos mil metros por donde se abrió la tierra para desgasificar. Aquél domingo 19, ni la mañana ni el mediodía barruntaban nada bueno para antes de que llegara la noche, con temblores que sacudían el piso y que dibujaban ondas en la piscina de su privilegiado echadero, una bodega perforada en una antiquísima colada, dura como el diamante, dice don Julio, por un enfriamiento que perduró en el tiempo.

Don Julio sabe de lo que habla, más de lo parece debajo de su destartalado panamá de fibra gruesa. Licenciado en Química y también biólogo, impartió materia durante casi 40 años en Los Llanos, y son cientos, no, miles los alumnos que pasaron por su magisterio.

Zafarrancho de picón

Hijos de docencia a los que recuerda con una sonrisa. «Usted pregunte por don Julio, a ver qué le dicen».

De vuelta a aquél domingo de autos, sobre la una y media ya cogió los bártulos, presagiando, como geólogo que también es, que una fisura se abriera paso por el tresillo de su partonsa y acabóse el mundo por un refrigerio.

Poco después reventó el coloso. Don Julio nunca volvió a verlo porque ni echó la vista atrás. Hasta ayer. La trasera de su casa bodega desde hará unos miles de años era una loma suave que ascendía hasta la estratosfera, con una cascada de nubes que se desparraman por fuera de la caldera. Pero en poco más de 50 días, con sus noches, se ha ido formando un kraken de rofe que, visto desde la poco vista banda sur, luce tan bestia como la montaña que se reparten Gáldar y Santa María de Guía.

En la isla aseguran que el volcán se está secando, ahogándose en su propio magma, exhausto de repartir tanto dolor. Pero ruge como el planeta que lo parió. « Es como un chiquillo ruin». Que por la noche se porta incluso peor.

Este volcán que no debe tener nombre, según don Julio, porque «ni nombre se merece», ha ido emergiendo del fondo de los infiernos machacando pueblos, y los que no, enterrándolos en vida. Es lo que ocurre con todo lo que se encuentra en Jedey, Las Manchas, y alrededores.

El profesor se fue horas antes de la casa, avisado por unos temblores de mal barrunto

decoration

En lo que fue bodega, el picón cubre todo lo que a la vista se encuentra. Y salvo otra edificación poco más arriba, es la que se localiza más próxima al rugiente en esa vertiente.

Hay otra finca más cerca aún. Pero tanto, que se coló debajo no ya de una colada, sino del mismísimo volcán. «Yo le compré esta finca a un señor, y le pedí esa otra parte para un futuro mi hijo, pero no me la quiso vender». Lo larga sin frío ni calor.

Zafarrancho de picón

«A mí ya me da igual Juana que la hermana”» Lo dice por su edad, unos injustificados 76 años, pero también por el contexto, en el que tantos han perdido todo, según afirma señalando casas y fincas que simplemente se han volatilizado de la foto tomada desde allí antes de la gran cosa.

Aquello de don Julio que ahora se intuye debajo del picón fue en su origen un pajillero cuando lo compró el siglo pasado. Primero se metió bajo tierra, a por la bodega. Luego acrecentó las vides. Sobre los cimientos de lo bajo levantó un par de paredes.

Y de sus manos son el machimbrado de madera que figura en la cubierta, la mampostería hasta que poco a poco, «justo cuando ya se pudo ver algo medio bonito», rianga. Por tener tenía hasta piscina, que ahora parece un bebedero para pollos, y hasta pérgola metálica, que reventó rendida por el peso de los vómitos.

Para que no sucumba el resto de sus techos y sus aguas a don Julio le va al rescate otro Julio igual de Rodríguez, que no en balde es su hijo. Una especie de machacadora de músculo y hueso, ahora en «Erte volcánico», como él mismo informa, y que ha traspasado el férreo control policial de los mundos que se encuentran fuera de éste, con ese visado que solo tienen los voluntarios y propietarios de los inmuebles en exclusión.

Voluntarios como Pedro García, empresario y reconocido escalador que deja sus quehaceres en su firma dos veces por semana para estar de siete y media de la mañana a tres de la tarde ayudando en lo que haga falta, o Ricardo García Castro, El diablo de Tijarafe, otro caterpillar de idéntica factura, empresario platanero, y récord absoluto de distancia en esquí acuático. Suya es la proeza de venir remolcado desde Lanzarote a La Palma, 242 millas náuticas, con una única parada, pero ojo, solo para repostar. Completa el tercio el también potentísimo Alberto Jiménez, que a la vez que ayuda a don Julio luego pasará con el hijo de éste a despejar las cubiertas de la casa de su bisabuela, un alarde arquitectónico de la hechura de la tierra en sí mismo en formato frasco pequeño levantado quizá hace más de dos siglos.

El chubasco

Ricardo aporta dos carretillas Nova con palas y orugas, que se trae de sus fincas de plátanos. Julio se trae un soplador con motor de gasolina. Y el resto son palas, guatacas, gafas y mascarillas.

Zafarrancho de picón

En apenas dos minutos se monta la sindiós. A lo que ya cae por pura gravedad del cono volcánico, un chubasco de moderado a fuerte de picón que se incrementa según el bramido baja de tono y aumenta de potencia, se une el simún de polvajera de aquellos ocho brazos, ocho piernas y dos máquinas trabajando a destajo una materia que, a los quince minutos, se transforma en no apta para la supervivencia humana.

Son cristales que se van colando por todos los resquicios del cuerpo, desde el fondo del tímpano a la planta de los pies, obligando a cojear según se incrementa el volumen dentro de botas y playeras. A más se quita de entre las tejas y canalillos, salen detrás más entregas de polvo y picón, de forma que a veces según se va guataqueando en vez de reducir se alimenta el demonio, sobre todo cuando de nuevo tose el cono arrojando otra decena de camiones más de lo suyo.

Zafarrancho de picón

El profesor don Julio Rodríguez se queda abajo y va observando la maniobra, sin mucho entusiasmo, pero sin perder esa media sonrisa que le ha llevado a sus setenta y pico años fuerte como un pino de Taburiente. En medio del fenomenal frangollo saca una botella de vino, que también el señor don Julio viene a acontecer enólogo y, pop, abre el rosado.

«Yo ya esto no le veo más aquello, a no ser que mi hijo lo quiera disfrutar un tiempo».

Pero hombre, el vino está bueno y habrá que hacer más.

«Si, bueno sí que está».

Compartir el artículo

stats