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Volcán de La Palma | Desolación en la marea

El volcán del pez espanto en La Palma

Las familias que viven de la pesca en Tazacorte sigue en puerto a la espera de las ayudas | Los profesionales temen menos ventas cuando todo acabe

Vista desde el océano de la lava del volcán de La Palma llegando al mar en la playa de Los Guirres

Vista desde el océano de la lava del volcán de La Palma llegando al mar en la playa de Los Guirres La Provincia

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Vista desde el océano de la lava del volcán de La Palma llegando al mar en la playa de Los Guirres Juanjo Jiménez

Son las siete y media de la mañana y las coladas naranjas que abrazan a la playa de Los Guirres hasta refundir su callaos con la corteza de la tierra van perdiendo la color por los primeros claros del día. Como si quisiera esconder la tropelía de arruinar la mejor ola surfera de La Palma de la vista de los vivos.

Cuando deja de amanecer quedan solo las fumarolas de aire envenenado, que evacúan en la vertical de la atmósfera el mixturado de lava y salitre del que emanan los gases raros. Esto por babor.

Cuando erupcionó el San Juan los peces amanecieron abollados, flotando muertos en la marea

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A estribor, y metida en tierra, la boca que alimenta el fenómeno, allá arriba, casi en la cumbre, aumentando de altura por horas y sin poder parar de rugir por la herida de sus fisuras.

El hasta casi antier bullicioso puerto de Tazacorte, con su peculiar esqueleto de ballena que apuntala con sus arquivoltas de concreto el frente del dique que hace de fachada al Atlántico, hoy es una franquicia de Chernobil. Una zona cero de agua.

«Donde hay plátano hay restaurantes», y el volcán se ha llevado por delante la clientela del valle

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En el amarradero grande solo se oye el rumor de los diesel al ralentí del buque cisterna Tommaso S, con su casco rojo vomitando agua de lastre, o a lo mejor probando sus bombas de impulsión para el día que por fin pueda dar abasto a los cultivos plataneros. A la espera del milagro, dos marineros de la nave fuman sentados y sin prisas en un noray.

El resto de la postal son treinta pesqueros artesanales y profesionales amarrados desde hace meses y un barquillo con un intraborda de un instituto de algas que parece que amaga con salir.

Vista del volcán de Cumbre Vieja a la izquierda de la imagen, con la fumarola negra de la lava que llega a la playa de Los Guirres desde el puerto de Tazacorte. | | LP/DLP Juanjo JIménez

Hasta que por fin se oye un motor, chinijo, pero algo vivo al fin y al cabo. Es el singuío del Palmerito, que si bien no llega ni a los seis metros de eslora, al lado de tanta desolación es como ver partir el Queen Mary al Nuevo Mundo.

A bordo van Juan Antonio Martín González, de 52 años, nacido ahí mismo en el propio marisco de Tazacorte, y Pedro Miguel, Frigolín, Hernández, que llegó al planeta por el mismo echadero apenas tres años antes que su compadre.

De ambos dos se agotan las ramas de un árbol genealógico que la han dado raza de marinos, un tronco de bisabuelos hacia atrás de la Conquista con sus correspondientes amores, desamores, y volcanes encadenados. «Mi papá», ilustra Martín González, «se ha gozado los tres, San Juan, Teneguía y éste», pero a efectos pesqueros es del parecer que el que lleva el nombre del Bautista fue el más criminal con el océano.

Puede que por más ponzoña en su lava, o por simple susto submarino, el caso es que un día se amaneció la costa del oeste «con el pescado abollado” un suceso del que existen fotos antiguas, de tal forma que solo había que acercarse al agua para recoger los peces fritos «con un jamo».

Artes de dinamita

Frigolín aporta más datos óptimos para dar fe de la desgracia. «Era un pescado muerto e inflado, como el que resulta de pegar tiros al agua con dinamita, que era como se pescó un tiempo”, declara en su autopsia.

Pero este volcán 2.0 tiene otras maneras. No da reportes de masacres, al menos de momento, en el que los cadáveres floten a la deriva pero a cuenta de la fajana con la que pretende renovar la cartografía, sí que ha dejado el mejor lugar donde hacer acopio de carnada viva en zona de exclusión. Se teme que esa carnada, que es el primer eslabón de la cadena para poder pescar en la línea del horizonte peces de mayor envergadura, haya huido en el mejor de los casos a aguas más tranquilas o se encuentre en el mismo sitio pero al baño maría, que es de todos, el peor escenario posible. Visto lo ocurrido con el volcán de La Restinga, donde los reportes científicos pintan un acuario revivido diez años después, no se teme por el futuro del tesoro, pero nadie escapa vivo una toda una década sin echarse una breca a la boca y menos aún dejando a deber una letra de hipoteca.

El Palmerito arranca rompiendo la lámina de agua enfilando prácticamente a la fajana, pero al final de la obra muerta del dique vira en redondo hacia estribor con derrota al noroeste. Se va a fondear prácticamente frente al puerto, adentro la marea, pero con Tazacorte siempre a la vista.

Los dos marinos llevan pescando desde que tenían poco más de diez años. Toda la vida consciente. Pero no deja de llamar la atención que es la primera vez que echan un anzuelo en esa zona. Era tanta la fiesta pesquera que se reunía en torno a Los Guirres, no tanto para la pesca profesional sino para el asueto de fortuna de llevar unas piezas sueltas para la sartén del día, que cualquier otro caladero carecía de sentido, un gasto inútil de tiempo, tanza y gasolina.

Flota, flota dan las doce y media, cinco horas después de la partida, y en el balde solo habrán unos cuatro kilos de cabrillas. «El pescado está espantado». Y eso que la última vez que los dos habían salido a la mar hará de aquello cuatro meses, cuando el follón de los cupos del atún dejó la flota amarrada a puerto, a punto de salir en vísperas del volcán, y ahora de nuevo encarcelada a la espera de las correspondientes subvenciones, porque se da la paradoja que si hay ayuda aprobada, no se puede salir a la marea. Como una especie de paro biológico, pero en versión volcánico.

Pero lo peor está por venir, según señala Frigolín con todo su tino. «Una vez que traigamos el pescado no va a ver quién lo compre. Porque toda esa Laguna, ese Todoque y Las Manchas es donde estaba la crema del dinero. Ahí estaba la gente que con sus fincas y su turismo rústico mantenía tanto al valle como a la costa, porque una cosa le voy a decir: donde hay plátanos hay restaurantes. Y no es que yo esté dando en el clavo o no, sino que esto es lo que es».

Pero que conste por escrito, apuntan ambos dos, «que esto no es ninguna queja ni nada que se le parezca. Nosotros seguiremos tirando de ahorros, a la espera de las ayudas, que esperamos que vendrán. Los que de verdad están peor son todas esas personas a las que aún les quedan las llaves de sus casas en sus bolsillos y no tienen puertas para entrar. Ahí es donde está ese dolor tan grande».

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