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Volcán de La Palma | Turismo al calor de la erupción

En La Palma no todo es el volcán

El viaje exprés de Belén Cortés y Adrián Barez sirve de guía sobre todo lo que se puede hacer en la Isla

Las nuevas coladas al sur avanzan hacia el océano

Las nuevas coladas al sur avanzan hacia el océano

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Las nuevas coladas al sur avanzan hacia el océano Alberto Castellano

Belén Cortés y Adrián Barez (35 y 37 años, respectivamente) aprovechan sus últimas horas en La Palma para disfrutar de un té chai y un café cortado en la terraza de El Café de Don Ramón de Santa Cruz de La Palma. Fuera, decenas de personas aprovechan el día de la Constitución para pasear por una más que concurrida calle Real que vive casi ajena al volcán si no fuera por la ceniza que cubre los bajos de los edificios. Esta pareja de ingenieros, ella madrileña y él salmantino, aprovechó el puente para ser testigo de la erupción y, de paso, conocer la Isla. La suya ha sido una visita exprés. Más corta de lo deseado, reconocen. Pero su testimonio sirve de guía turística de tres días en la que no todo es volcán; también hay senderismo, gastronomía, estrellas y paseos por las empedradas calles de Villa de Apurón, como se conocía antiguamente la capital palmera.

El precioso patio canario de este conocido establecimiento es el lugar ideal para contar todo lo vivido durante estas minivacaciones. No es la primera vez que estos viajeros empedernidos ven un volcán activo. Él comienza a nombrar todos los que, entre los dos, han podido presenciar: el Momotombo y Momotombito en Nicaragua, el Tungurahua en Ecuador, «que nos afectó la ceniza en algún pueblo» que incluso les obligó a adelantar la vuelta, cuenta ella; el Arenal en Costa Rica y otro más en Chiloé, Chile.

La visita a Canarias empezó hace aproximadamente un mes. Ante el largo puente, tenían dos opciones: coger un avión directo desde Madrid o pasar por Tenerife para, después en barco, llegar a La Palma. Escogieron la segunda por precaución ante la posibilidad de que el aeropuerto de Mazo se tuviera que cerrar y no pudieran regresar a su casa. «Volamos el viernes a Tenerife Norte, cogimos el autobús a Los Cristianos, dormimos allí y a primera hora del sábado subimos al ferry» que les llevó hasta Santa Cruz de La Palma. Un viaje, el primero de Belén en un trimarán, movido. «Muy cómodo, pero tuve que hacer uso de la Biodramina…», reconoce ella. El barco iba repleto de turistas y vehículos, señalan.

La pareja decidió llegar a La Palma en barco para así no tener complicaciones con el regreso a Cáceres

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Ya en la Isla, con un coche de alquiler tipo ranchera, fueron primero a la vivienda vacacional que habían alquilado en Los Cascajos, «prácticamente lo único libre que había para estos días», apunta Belén. Repusieron fuerzas en la Tasca de Santi: papas arrugadas con mojo, queso frito y chipirones al ajillo. Y pusieron rumbo al Valle de Aridane. Primera parada, el parquin de La Cumbrecita. «El problema es que están cerrados todos los senderos y que la niebla nos impidió ver bien el paisaje».

Rumbo a El Paso, el mirador de Tajuya se encontraba abarrotado por lo que decidieron seguir hasta el otro punto habitual para contemplar el volcán de Cumbre Vieja, El Time, donde se pudieron hacer una idea de las dimensiones de la erupción, del tamaño de las coladas que han cubierto ya más de 1.100 hectáreas de terreno, y de las dos fajanas, que siguen ganando terreno al mar. «Estuvimos como tres o cuatro horas allí mirando con los prismáticos», absortos con lo que tenían frente a sus ojos, dice Belén. Prismáticos que son parte fundamental de lo que Adrián considera como kit imprescindible, compuesto por una buena cámara de fotos, un objetivo, trípode, ropa de abrigo, gafas para la ceniza, mascarillas, frontal y alguna prenda reflectante. «Hay mucho tráfico y mucho despistado en la carretera, tanto conductores como peatones que van mirando el volcán», apostilla Adrián.

La ruta siguió de regreso a Tajuya. «Aparcamos en un sitio donde no molestábamos a los vecinos», dice él, quien recalca lo importante que es respetar a las personas afectadas por la erupción. «Intentamos hacer el menor ruido posible, sin dar voces, sin gritar; tampoco comentarios como los que escuchamos, de personas que protestaban: ‘Qué mierda, el volcán anoche no explotaba’». O como otro ejemplo que puso, el de otros turistas que decidieron aparcar su coche frente a una casa. «La señora salió cabreada, como es normal». «Hay mucha gente que está sufriendo, que puede estar hasta las narices» de todo lo que está ocurriendo, comenta Adrián Barez, quien visitaba por segunda vez la Isla después de que en 2011 se pateara la ruta de los Volcanes.

Lo que vieron aquella noche lo describieron como «espectacular». Ellos, que ya habían visto otros volcanes, aseguraron que «nada comparado con esto». A lo lejos, el cono aún seguía expulsando magma que al día siguiente comenzaría a cubrir terreno nuevo en la zona de Las Norias. Un espectáculo que, admiten, es duro de digerir por la cantidad de personas que han perdido sus viviendas, que han dejado de tener un lugar de arraigo por la lava.

«Hay que respetar a los afectados, hay mucha gente que está sufriendo y que puede estar hasta las narices»

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Pero esta pareja no sólo llegó a La Palma para apreciar el volcán. Al día siguiente decidieron conocer el norte de la Isla con un pateo de dos horas por el Cubo de La Galga, donde un bosque de laurisilva les recordó a zonas tropicales de Latinoamérica. «Es muy bonito», comenta Belén, quien también se vio impresionada con los túneles de la carretera LP-109. En ese sinuoso trayecto conocieron los efectos de la oleada de visitantes que, como ellos, buscaban en este puente ver este fenómeno de la naturaleza. «Íbamos parando en los restaurantes para comer y era imposible, todos estaban llenos». Lo intentaron hasta en tres ocasiones sin éxito. «Veíamos cómo íbamos encontrándonos con otros turistas que hacían lo mismo que nosotros», apostilla Belén. Hasta que llegaron al Restaurante La Mata de Garafía, donde coincidieron con otra pareja de Almería a la que habían conocido el día anterior y a la que se unieron para poder llevarse algo a la boca cuando el reloj ya marcaba las cuatro de la tarde. Otra buena ración de comida típica canaria.

Uno de los puntos más visitados en la Isla fue la siguiente parada: el Roque de los Muchachos. Describen el atardecer como increíble, con el volcán a lo lejos y un inmenso campo de estrellas sobre sus cabezas que se iban encendiendo conforme avanzaban las horas. «Espectacular, la vía láctea entera, vimos muchísimas estrellas fugaces, los satélites, la estación espacial…», cuentan. Y siendo la última noche, quisieron hacer una última foto visual al volcán. Por delante, más de una hora y media de coche para volver a los miradores de El Time y Tajuya.

«Un viaje muy corto y muy intenso», resalta Belén Cortes. Lo comenta en la cafetería, después de pasear entre las casas de arquitectura colonial de Santa Cruz de La Palma que por un momento les retrotrajeron a Quito, la capital de Ecuador donde ambos estuvieron viviendo un tiempo. «Hemos estado paseando por aquí muy felices», dice Adrián, quien apunta que el casco antiguo de la ciudad está «muy cuidado».

Antes de abandonar la Isla aún les quedaba visitar uno de los sitios más tradicionales para degustar la gastronomía de la Isla: el restaurante Chipi-Chipi. Chicharrones, papas arrugadas, queso asado, carne de cabra y un pollo a la brasa, con un príncipe Alberto y bienmesabe con helado de postre. Un menú consistente antes de coger el barco a Tenerife, donde pasarán un día para, ya el miércoles, regresar a Navalmoral de la Mata, un pueblo de Cáceres donde viven. Allí se reencontrarán con su hija Lara de 2 años, a la que esperan algún día contar in situ cómo era aquel volcán que vieron brotar. Porque tienen claro que quieren volver a la Isla con más tiempo. Y es que, como subraya Adrián, «a La Palma hay que venir con mucha tranquilidad, sin prisas, independientemente de los días que tengas; es una isla para disfrutarla».

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