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Volcán de La Palma | Lo que deja la erupción

Destrucción y vida a 10 metros de la colada norte del volcán de La Palma

El pago de El Frontón es un campo ennegrecido entre ceniza y lava, con casas dejadas a su suerte | El verdor de la vegetación endémica resalta entre tanta oscuridad

Toma de muestra de gases en la ladera este del volcán de La Palma

Toma de muestra de gases en la ladera este del volcán de La Palma

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Toma de muestra de gases en la ladera este del volcán de La Palma Alberto Castellano

La fotografía a diez metros de la última colada creada al norte del volcán es sinónimo de muerte, de un campo ennegrecido por miles de tonelada de cenizas y coladas que arrasan con todo lo que lo que hay a la redonda, de casas abandonadas a su suerte, algunas de ellas con grietas en su estructura. Pero también es una imagen de vida, la de la vegetación que con un verde esperanza resalta entre tanta oscuridad. 

Un convoy de cuatro guaguas todoterreno avanza sobre la arena que ha sepultado la carretera de San Nicolás, que antiguamente conectaba este barrio con el de Tacande en el municipio de El Paso. Decenas de periodistas, reporteros gráficos y científicos se disponen a comprobar cómo la colada norte que creó el cono secundario se quedó a apenas 10 metros de tres viviendas de El Frontón que, ahora, están amenazadas por una gran pared de roca volcánica que hace precisamente de frontón para todo aquel vehículo o persona que llega hasta este punto. De ahí para adelante y durante kilómetro y medio en dirección sur todo es lava petrificada, malpaís en su mayoría, que ha sepultado sin piedad cientos de edificaciones.

Un agente de la Guardia Civil frente a la pared de la colada norte. | | ANDRÉS GUTIÉRREZ

Los medios se lanzan, nos lanzamos, a tomar la mejor imagen nada más bajar de los transportes. No hay detalle que se pueda escapar, es imposible. Por un lado, la lengua norte que, como avanza el volcanólogo del Instituto Geográfico Nacional Itahiza Domínguez, está fría en su superficie. «Aún tienen algo de temperatura interior y por eso hay algo de desgasificación», apostilla. «Estas coladas ya no se van a reactivar», pero no descarta que se vuelvan a crear otras nuevas. «Tendría que cambiar mucho la situación para que se vuelvan a darse coladas en esta zona», añade.

Habrá que esperar para comprobar si eso ocurre. Por ahora, lo que es visible para todo el mundo es que desde el cono principal apenas se ve actividad explosiva ni tampoco se aprecia emisión de lava. El volcán emite dos columnas claramente divisibles, una de color oscura que expulsa cenizas y otra blanca que escupe gases. En el cielo, ambas se unen para formar una sola que ayer apenas crecía en altura debido a los fuertes vientos alisios que hicieron que los gases se concentraran en la parte baja del suroeste de La Palma, donde Las Manchas que, un día más, vuelve a tener restringida la entrada de personas debido a la alta contaminación.

El edificio volcánico impresiona desde cerca. A simple vista parece que se levanta varios cientos de metros de altura, pero la geóloga del Instituto Geológico y Minero de España (IGME), Nieves Sánchez, aclara que tendrá entre 140 y 170 metros, una cifra que no recuerda con exactitud pero que durante la mañana se comentó en el comité científicos del Plan de Emergencias Volcánicas de Canarias (Pevolca). «Esta erupción no deja de sorprenderme», reconoce la científica en relación a los continuos cambios que se han registrado durante los casi tres meses que tiene de vida. Sánchez también explica que los depósitos amarillos que hay en la parte alta del cono es azufre mientras que delega en Ramón Casillas, catedrático de la Universidad de La Laguna (ULL) y especializado en petrología y geoquímica, la respuesta a la pregunta sobre los restos blancos que aparecen en algunas rocas. «Pueden ser precipitados de sulfato», indica Casillas, quien reconoce que es «difícil de saber» sin un estudio.

Juan Carlos Pérez, administrador del Observatorio del Roque de los Muchachos, pasa más desapercibido entre las decenas de personas que fiscalizan cada metro del lugar. Esta no es su especialidad, pero sí que apunta datos curiosos, como que los telescopios más grandes han tenido que reducir su actividad debido a la presencia de cenizas; otros, los medianos, sí que han conseguido operar algo más. También han aprovechado para adelantar las tareas de mantenimiento previstas para abril. En cualquier caso, apostilla que la afectación a la observación ha sido menor porque noviembre y diciembre son los meses con menos actividad debido a que hay una mayor nubosidad. «En verano trabajamos más del 90 por ciento de los días, mientras que ahora estamos por el 60», detalla.

Un almendro florece entre la ceniza y las edificaciones en El Frontón. | | A. GUTIÉRREZ

Los veroles, bejeques, tabaibas y pinos lucen un verde esperanzador, tanto como el almendro que florece entre ceniza

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Esa ceniza de la que habla Pérez se amontona por todos lados en El Frontón. Son toneladas y toneladas de arenilla negra que invade todo lo que coge. Todo parece estar bajo un ambiente de penumbra. Pero hay algo que se niega a morir, que renace pese a la inclemencia: la vegetación, sobre todo la endémica. Los veroles, bejeques y tabaibas emiten un verde esperanzador, intenso, gracias a las lluvias caídas durante los últimos días. Como estas especies, el pino canario también aparece reluciente entre la tierra volcánica. Sólo aquellos que se encuentran a unos centenares de metros de los cráteres muestran una imagen triste, de color marrón, pero aún erguidos pese a que durante más de 80 días han sido regados de cenizas, lapilli o picón o bombas de lava. También hay vegetación introducida que resiste. Es el caso de un almendro seco, agasajado entre pequeñas construcciones, que de repente florece con esos tonos rosados tan característicos. Imagen viva de la vida.

Las casas, por su parte, tienen una apariencia dantesca. Las hay, como un pequeño inmuebles de color blanco situado a diez metros de la última colada norte, cuyo interior visto desde las ventanas recuerda a las fotografías de los edificios abandonados de Chernóbil. Dentro aún hay enseres de sus moradores, que aún no saben si algún día podrán volver a dormir bajo ese techo. Lo mismo le ocurrirán a los propietarios de otras viviendas que presentan grietas debido a la intensidad de la erupción. Habrá que esperar al final de la erupción para determinar su habitabilidad. El consuelo que queda es que cada día que pasa es un día menos para regresar al hogar.

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