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Volcán de La Palma

Los que arriman el hombro frente al volcán de La Palma

Los voluntarios son parte esencial de la emergencia del volcán. Ellos cocinan, limpian o acompañan sin recibir nada a cambio.

La erupción de La Palma, este sábado 11 de diciembre

La erupción de La Palma, este sábado 11 de diciembre La Provincia

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La erupción de La Palma, este sábado 11 de diciembre Alberto Castellano

En el puesto de control de acceso al barrio de La Laguna, en La Palma, decenas de coches están aparcados a ambos márgenes de la vía. Son en su mayoría de cuerpos formados por voluntarios como Protección Civil o la palmera Alfa Tango que se encargan de acompañar a los vecinos afectados por la erupción del volcán de La Palma que quieren ir a su casa a retirar la ceniza o a buscar cualquier tipo de enseres. Son voluntarios, los mismos que se encargan de servir comidas a los efectivos o quienes atienden a los cientos de animales que se han quedado sin un hogar por culpa del dichoso volcán de Cumbre Vieja. Sin ellos, tareas como la atención a los afectados sería imposible. Ellos, que vienen desde todas partes de España, son los que arriman el hombro sin esperar recibir nada a cambio.

En este reportaje se recogen tres sectores claramente definidos: están quienes trabajan a pie de campo, cerca de las coladas, para echar una mano en los que sean; quienes están destinados en dar de comer a cientos de personas a diario; y quienes se encargan de que los animales, tanto de granja como mascota, puedan recibir la atención que necesita.

Los que cuidan de los animales

En el grupo de cuidado de los animales está Esther Campos, dueña de la protectora Benawara quien prácticamente cada día visita la cancha de futbito situada en la entrada a Los Llanos de Aridane donde decenas de perros y gatos son atendidos por veterinarios, que también hacen un trabajo altruista. Recuerda que aquello los primeros días fue una locura, «traían todo tipo de animales», entre los que había loros, agapornis, tortugas, conejos...

Esther Campos. Andrés Gutiérrez Taberne

Esther Campos, protectora de animales Benawara

Esther Campos coge en sus brazos una pequeña perra, la abraza. Es la representante de la Protectora de Animales Benawara, que desde el minuto uno de la erupción se ha encargado de recoger a los animales que se encuentran por la erupción, que sus dueños no pueden meter en las habitaciones de los hoteles donde están alojados o quienes no pueden llevarlo a la casa que tienen alquilada o están de prestado. «Hay mucha gente que viene a ayudarnos, que ven que estamos desbordados y adoptan», sobre todo gatos y perros, señala esta valenciana, natural de la localidad de Ontinyent pero que reside desde hace años en La Palma. Ella es una de las afectadas puesto que la lava se llevó por delante su negocio. El trato de los palmeros dice que es «maravilloso». «Son supersolidarios, se han volcado ayudando a sus vecinos y a todos en general», apunta. Y agradece el apoyo recibido para que el espacio dedicado a los animales se mantenga. También agradece a Maroparque por acoger a los animales exóticos.

Poco a poco fueron organizando todo aquel tinglado, derivando los animales exóticos al centro Maroparque de Santa Cruz de La Palma. Desde entonces, en este espacio únicamente conviven perros y gatos rodeados de sacos de pienso y material relacionado con las mascotas que ha sido donado. Campos destaca que los palmeros están volcados con la adopción, y eso que en algunos casos tienen que esperar hasta más de un mes. Y es que los voluntarios han decidido que el alojamiento de aquellos animales que no tienen chips se amplíe de 21 a 35 días antes de ser dados en adopción por si aparecen sus dueños.

Lo mismo pasa en la granja habilitada en la feria de ganado de El Paso, donde el gélido viento procedente de la cumbre hace que la sensación térmica sea algo más baja de la real. Allí se encuentra la grancanaria Yolanda Pérez, quien dice que en cuanto pudo se acercó a La Palma a «arrimar el hombro». Esta galdense explica que llegó a la Isla para trabajar en lo que «haga falta». «Si hace falta coger un rastrillo, una pala o un cepillo, se hace», añade. Así, el primer día se puso a recoger ceniza por una de las calles que no sabe situar en el mapa debido a que apenas lleva tres días en la Isla.

Yolanda Pérez Pérez. Andrés Gutiérrez Taberne

Yolanda Pérez Pérez, voluntaria

La galdense Yolanda Pérez Pérez reunió unos días libres y en cuanto pudo viajó hasta La Palma para echar una mano en lo que «haga falta», dice. «Si hay que coger un rastrillo, una pala o un cepillo, se hace», comenta junto a la granja improvisada que el Cabildo de La Palma ha instalado en la zona de la feria de ganado para acoger a los animales de mayor porte. Ella el primer día se encargó de retirar ceniza para los dos siguientes colaborar con la limpieza de las parcelas donde se encuentran cabras, ovejas, gallinas, caballos o ponys. «De primeras se les ve asustado, pero en cuanta comprueban que les vas a echar una mano ya están más contentos», comenta acerca de los animales. La experiencia está siendo «gratificante». «La convivencia entre todos es estupenda». Y es que «cuando todos los que venimos es con un mismo objetivo, el de ayudar, es difícil no encontrarte con gente maravillosa». Yolanda Pérez no descarta regresar a la Isla cuando acabe este primer turno para echar una mano, para «arrimar el hombro».

Los dos siguientes estuvo en esta granja improvisada, donde junto al balear Fernando Vallecillos tratan de adecentar las parcelas en las que duermen cada noche ovejas, cabras o ponys. «Cuando llegué había 40 centímetros de mierda», comenta este voluntario de una organización vasca. Aquello, su llegada, se produjo el pasado 5 de diciembre. Cinco días después, el viernes, aseguraba que ya había retirado «14.000 kilos» de excrementos. Considera que hace falta más manos para limpiar el estiércol, que es lo «duro» que nadie quiere hacer.

Fernando Vallecillos. Andrés Gutiérrez Taberne

Fernando Vallecillos, voluntario de Galdakaoko

Fernando Vallecillos se afana a retirar el estiércol que se acumula en los espacios donde se encuentran los animales de granja que han tenido que ser acogidos en la feria de ganado de El Paso. Hace una crítica constructiva: «Aquí, ahora mismo, hace más falta limpiar que echar comida». Este madrileño afincado en la isla balear de Mallorca llegó el pasado 5 de diciembre con el único objetivo de ayudar a los palmeros. Él, dentro de la asociación vasca, participa como voluntario en la atención a estos animales. «Vi que hacía falta, o creía que hacía falta ayudar» y «quitándote la burocracia que hay con todas las cosas de la política de la cabeza para no condenar la mente, vienes y con la cabeza gacha» echa una mano. Apunta que cuando llegó había hasta «40 centímetros de mierda» y desde entonces ha conseguido retirar hasta 14.000 kilos de excrementos. Afirma que la experiencia es «dura» porque hace el trabajo que nadie quiere. Y pide un deseo: «Ojalá pronto se acabe el volcán».

Los que están a pie de campo

Si hay un colectivo que está haciendo kilómetros en esta emergencia, ese es el de las organizaciones y asociaciones que se están dedicando a acompañar a los afectados a sus viviendas, algunas de ellas destruidas días después de que ellos mismos estuvieran con ellos en su interior. El tinerfeño Ayoze González, de Protección Civil de Candelaria, ha vivido como algunos vecinos se derrumbaban al ver cómo la colada había entrado por su casa. «Es duro». Esa definición, la dureza que supone en algunos casos estar junto a quienes lo han perdido todo, la repite el palmero Bryan López del equipo Alfa Tango, uno de los más numerosos de cuantos hay en la Isla. En su caso recuerda cuando en el momento de la erupción acudió a una vivienda de El Paraíso para avisar a sus moradores de que tenían que irse de allí lo más rápido posible.

Ayoze González Peña. Andrés Gutiérrez Taberne

Ayoze González Peña, Protección Civil de Candelaria

Ayoze González Peña asegura que se considera ya un palmero más después de viajar hasta en seis ocasiones a la Isla durante los últimos tres meses. Componente desde hace ocho años de Protección Civil de Candelaria (Tenerife), reconoce que ha vivido momentos difíciles a lo largo de la emergencia por el volcán de Cumbre Vieja. «Es duro cuando ves a la gente entra a sus casas y se encuentran que la colada está dentro; ellos se derrumban», afirma. González ha participado junto a otros tres compañeros del mismo cuerpo de voluntarios en el acompañamiento a los desalojados o en la retirada de ceniza de los tejados. «Nunca pensé que fuera a ver un volcán», admite en una de las lanzaderas, como denominan a los puestos de control para permitir la entrada de los vecinos.

Cuenta la historia de uno de ellos que estaba viendo el volcán por la tele sin saber que lo tenía a 800 metros de su vivienda. «Salió descalzo, sin nada, con lo que tenía puesto», rememora. En el caso de su organización no sólo se encargan de acompañar, sino que también utilizan un dron para comprobar que la zona de exclusión está vacía de personas una vez finalizada la hora permitida o colaboran con la Guardia Civil de Tráfico en la agilización de la circulación cuando hay un gran volumen de vehículos, sobre todo durante los puentes de noviembre y diciembre cuando hubo una avalancha de turistas ávidos por ver el volcán. «La experiencia está siendo bastante dura, con un desgaste que es más psíquico que físico». Pero, «no nos queda otra, solo ayudar y echar el hombro», se resigna este vecino de Breña Baja de 29 años.

Bryan López. Andrés Gutiérrez Taberne

Bryan López, Alfa Tango

Bryan López fue testigo del nacimiento del volcán aquel 19 de septiembre. «Estábamos en el Bodegón Tamanca de Jedey» haciendo labores de desalojo de las personas con movilidad reducida y dependientes en previsión de lo que ocurrió. De aquel día hay una imagen que se le quedó grabada: «Me acuerdo que había una persona que cuando le toqué la puerta en El Paraíso para evacuarlo estaba viendo la erupción en la tele y no se había percatado de que lo tenía a 800 metros de su casa; salió descalzo, sin nada, con lo que tenía puesto». Este joven de 29 años y vecino de Breña Baja es voluntario del equipo Alfa Tanto. Admite que la experiencia está siendo «bastante dura», sobre todo por el «desgaste psicológico» que supone ver a tantas personas perderlo todo. «No nos queda otra, sólo ayudar y arrimar el hombro».

También para arrimar el hombro está Borja Lanzagorta, un bilbaíno que a través del Equipo de Respuesta Inmediata de Emergencias, Búsqueda y Salvamento en el Medio Terrestre de Cruz Roja de Vizcaya hace un poco de todo: desde labores de limpieza en la parte sur del volcán, pasando por acompañamiento, atención sanitaria en el que caso que se requiera o aportar información con los detectores de gases que portan. De los palmeros afirma que su comportamiento es «para quitarse el sombrero». «Es una gente espectacular, tienen una paciencia enorme, el buen hacer; con nosotros son súper amables», agrega desde la lanzadera o check point, como también denominan a los puntos de control, que está próximo al barrio de La Laguna, donde también están cada día Ayoze y Bryan.

Borja Lanzagorta Ibarguen. Andrés Gutiérrez Taberne

Borja Lanzagorta, Cruz Roja de Vizcaya

Borja Lanzagorta sólo tiene palabras buenas de los palmeros: «Es una gente espectacular, la paciencia que tienen, el buen hacer; con nosotros son súper amables y teniendo en cuenta que esto es una situación de alargarse mucho es para quitarse el sombrero». Este bilbaíno de 33 años es miembro del Equipo de Respuesta Inmediata de Emergencias, Búsqueda y Salvamento en el Medio Terrestre de Cruz Roja de Vizcaya. Su cometido es acompañar a los vecinos que acuden a sus viviendas, pero además están en los puntos de acceso por si se produce alguna emergencia sanitaria. No obstante, están formado para ello y cuentan con material de soporte vital básico, como un desfibrilador. Además, portan medidores de gases para garantizar la seguridad de los servicios que realizan.

Los que alimentan a los afectados por el volcán de La Palma

Y está la tercera pata del voluntariado, aunque en este caso también hay personas que cobran por su labor. Es la oenegé World Central Kitchen del chef español José Andrés, quien desde el segundo día de la erupción se interesó en ayudar al mayor número de afectados posibles. Uno de los que más tiempo lleva en la Isla es el jefe de cocina, Olivier de Belleroche, quien cada día se encarga de supervisar los más de dos mil menús que salen de los fuegos y hornos que les cede el grupo Spar - Tomás Barreto en Los Llanos de Aridane. Lleva tanto tiempo que este madrileño bromea con que acabará empadronado en el municipio. Considera que están haciendo un trabajo encomiable gracias, sobre todo, a los trabajadores y empresas palmeras que colaboran en la elaboración de las raciones y en el reparto de la comida a todos los vecinos desalojados que se han quedado sin casa o sin trabajo. «Sin todos ellos esto no hubiese sido posible», recalca.

Olivier de Belleroche. Andrés Gutiérrez Taberne

Olivier de Belleroche, jefe de cocina de World Central Kitchen

Olivier de Belleroche es el jefe de la cocina que la oenegé World Central Kitchen tiene en Los Llanos de Aridane para elaborar cada día entre 2.000 y 2.200 menús. Está en La Palma desde prácticamente el día de la erupción. «A este paso me empadrono aquí», bromea en un pequeño parón mientras elabora la comida del día. Este madrileño de 45 años reconoce que el trabajo está siendo «duro, pero se agradece». La oenegé del chef asturiano José Andrés realiza una labor de apoyo a la economía local, delegando alguna de las elaboraciones a restaurantes, pescaderías o carnicerías de la zona y agradece al grupo Spar - Tomás Barreto que hayan puesto a su disposición las cocinas. Además, utilizan los taxis del Valle de Aridane para llevar algunas comidas a aquellas personas que se han quedado sin trabajo o sin casa, así como trabajadores de la emergencia. «Sin todos ellos esto no hubiera sido posible», dice. «Todos estamos muy contentos con lo que estamos haciendo».

Uno de ellos es Pablo Carrión, un valenciano que ya llevaba unos pocos meses en La Palma cuando estalló el volcán, vivía en una zona cercana a la erupción, lo que hizo que tuviera que ser desalojado sin que pudiera rescatar en primera instancia ninguna de sus pertenencias. Finalmente las recuperó. Él se encarga de servir a los efectivos que llegan al Puesto de Mando Avanzado (PMA) en la antigua fábrica de tabaco de El Paso. Allí, dentro de un food truck, sirve sobre todo cafés calientes para sobrellevar el frío que hace en las medianías del este de la Isla. «La gente es muy agradecida», apunta.

Todos ellos, muchos de la tierra pero también muchos que vienen de fuera, son una pata fundamental en esta larga emergencia. Los palmeros les estarán eternamente agradecidos.

Pablo Carrión. Andrés Gutiérrez Taberne

Pablo Carrión, voluntario de World Central Kitchen

Ataviado con un gorro y bien abrigado, Pablo Carrión atiende a los efectivos que se pasan por el food truck del Puesto de Mando Avanzado (PMA) para tomar, sobre todo, un café con el que aguantar el frío que suele hacer en la antigua tabacalera de El Paso. Natural de Valencia, llevaba unos meses en La Palma cuando se produjo el volcán. Él no pudo recuperar sus pertenencias hasta tiempo después ya que fue desalojado de la casa en la que se encontraba de alquiler sin poder llevarse nada. «Estaba en la otra parte de la Isla y no pude llegar a tiempo», recuerda. Entonces, sin apenas pertenencias, decidió prestar ayuda a través de la oenegé World Central Kitchen. «Te agradecen, sobre todo por la noche, que tengamos bebidas calientes». También reparten comidas a mediodía y antes del anochecer. Él, como todos los voluntarios, están encantados con el trato recibido. «La gente es muy agradable», comenta mientras atiende a policías, bomberos, militares, científicos... por este puesto pasan decenas de trabajadores cada día.

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