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Volcán de La Palma | Volcanes que dejaron huella (y 7)

De diablos y erupciones volcánicas

La idea de Pompeyo Trogo sobre la Tierra, con un subterráneo de cavernas

y sustancias inflamables, dominó en círculos precientíficos para la Geología

del Renacimiento y siglos siguientes

Ilustración del libro ‘Mundos subterráneos’, escrito por el cardenal Athanasius Kircher en el siglo XVII. | | LP/DLP

En el Holoceno, es decir en los últimos 10.000 años en que los humanos hemos aprendido a cultivar la tierra, a criar el ganado o a construir ciudades, sabemos que ha habido unos 1.500 volcanes activos, muchos de los cuales tienen que haber afectado directamente a esas actividades. Otros lo han hecho de forma más difícil de relacionar causa con efecto, como contaminando ríos o bajando la temperatura de todo el planeta. Pero toda civilización que ha sufrido sus efectos ha tratado de buscar una explicación más o menos mítica de por qué se producen y en dónde se genera la energía que manifiestan.

Por otra parte, nuestros antepasados se sirvieron del cielo como lugar de dioses y bienaventurados y de las profundidades de la Tierra para colocar al Tártaro en las entrañas del inframundo donde pecadores y castigados penan sus culpas y así fueron cantados por Virgilio (70-19 a.n.e.) o Dante (1265-1321). Eso lo aceptaron griegos, romanos y cristianos, relacionando además este lugar con el fuego, lo que daba un primer indicio de donde se originaban las llamaradas que salían de los volcanes.

Los españoles se habían encontrado en América con un suelo lleno de volcanes, donde los indígenas los consideraban dioses, y en algún caso les ofrecían sacrificios humanos para aplacarlos

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El gran cataclismo de Santorini sirvió para que los griegos tomaran buena nota del poder destructivo de los volcanes. Esta erupción (1620 antes de nuestra era) provocó un tsunami y una gran destrucción, dando lugar al mito de la Atlántida, que Platón (429-347 a.n.e.) recogió en el Timeo y el Critias. Si buceamos ahora un poco en la mitología griega nos encontramos que cuando Zeus derrota a gigantes y titanes, Tifón hijo de Gea y Tártaro (en la mitología nombres y acciones son variables según el autor que las relate), después de esconder las armas de su enemigo (en otras versiones le arranca los tendones para dejarlo inútil), lo reta a una lucha abierta. Zeus, ayudado por Cadmo que entretiene con su música a Tifón, logra recuperar sus armas y lo vence enviándolo a vivir confinado bajo el monte Etna. La versión latina del suceso la recoge Covarrubias (1539-1613), en su Diccionario: Fingen haber Júpiter puesto debajo de este monte (por el Etna) a los gigantes abrasados con sus rayos y por esta razón echar llamas de fuego por su cumbre.

Sin embargo, este autor nos justifica también racionalmente, estamos en el siglo XVII, el fuego del volcán citando a un naturalista, ya que sigue: «Pero Trogo Pompeyo y otros muchos dan la causa natural de este prodigio diciendo que Sicilia es una tierra cavernosa, llena de fístulas, y entrando el aire por ellas con ímpetu, enciende las piedras que son sulfureas, o de alcrebite, y rompe por la cumbre del monte...» (tomado de A. Vara López). Pero nos estamos adelantando, aunque vemos que sigue siendo un mundo subterráneo el escenario del fenómeno, ahora natural y no divino.

Volviendo atrás recordemos que Aristóteles (384-322 a.n.e.) buscó una explicación no divina al fenómeno volcánico en su Metereologika, en lo que se vino a llamar la teoría pneumática, que era casi como si la Tierra respirase.

Si en Grecia fue la erupción de las islas Cícladas lo que originó la leyenda, en Roma con ocasión de la explosión del Vesubio del año 79, se trató de racionalizar las causas de los volcanes. El ya citado por Covarrubias Pompeyo Trogo (siglo I a.n.e.) lo había hecho anteriormente a la vista de las erupciones del Etna, del Stromboli y de otros de las islas Eolianas (una de ellas se llama Volcano que es de donde puede proceder la palabra volcán). En esa senda siguieron Plinio El Viejo (23-79) que murió, mártir de la ciencia o de la imprudencia, en la explosión del Vesubio y su sobrino Plinio El Joven (62-113) quien describió todo lo ocurrido en el 79 y en cuyo honor llamamos plineanos a los volcanes que se manifiestan como el Vesubio en aquella ocasión.

La idea antes expuesta en boca de Pompeyo Trogo de que la Tierra ocultaba un mundo subterráneo de cavernas llenas de sustancias inflamables es la que vendría a imponerse en los círculos precientíficos, al menos para la Geología, de los siglos del Renacimiento y posteriores. Entonces era la Geología un conocimiento dominado, en Europa y América, por los jesuitas. Así nos lo dice Thomas E. Woods en su libro Como la Iglesia construyó la civilización occidental.

Uno de estos jesuitas, y destacado, fue el cardenal Athanasius Kircher (1602-1680), personaje sabio y peculiar (trató de los jeroglíficos y también de como hipnotizar a una gallina entre otras cosas) y que ‘se apuntó’ a la llamada teoría organicista, algo así como que en la Tierra fluía la lava como la sangre en el cuerpo humano. Escribió una obra sobre el tema que se llamó Mundo subterráneo.

Mientras tanto, los españoles se habían encontrado en América con una tierra llena de volcanes donde los indígenas los consideraban dioses y en algún caso les ofrecían sacrificios humanos para aplacarlos. Nuestros misioneros predicaban que los volcanes eran las puertas del infierno por las que salían los diablos a hacer todo el daño posible. Esto se combatía con el ‘bautizo’ de los volcanes (por ejemplo el San Salvador que erupcionó en 1658), en el que se le daba un nombre cristiano sustituyendo al conocido por los indios. También se organizaban procesiones y rogativas.

Uno que se quedó sin bautizar, y que tuvo una explosión cataclísmica en el 1600, no sabemos si por eso o por causas naturales, fue el Huaynaputina (Omate, Perú) y del que nos cuenta un testigo de la época: «La dicha ciudad de Ariquipa ... rrica gente de plata de Potocí y de oro de Carauaya ... le fue castigado por Dios cómo rreuentó el bolcán y sallió fuego y se asomó́ los malos espíritus y salió́ una llamarada y humo de senisa y arena y cubrió́ toda la ciudad ... . Y vimos antes cómo los españoles cristianos sacaron en procesión a Santa Marta con su dragón, y pusieron las imágenes en la torre de la iglesia». De otro episodio nos dicen: «llegando incluso a querer salir el obispo en procesión general de penitencia ...con la cabeza regada de ceniza, corona de espinas, soga a la garganta y cargando cruz.» Estas ceremonias por lo menos conformaban a la gente y les daban alguna seguridad y paz.

Llegamos ya a los siglos XVIII y XIX en los que la Ilustración obligó a racionalizar los conocimientos. En Geología fueron sobre todo James Hutton (1726-1797), que sentó el principio del Uniformismo huyendo del Catastrofismo de raíz religiosa y diluviana, y Charles Lyell (1797-1875) que escribió lo que se considera el primer tratado moderno de esta ciencia. Sin embargo, para encajar casi definitivamente a los volcanes había que esperar a la Teoría de Placas de Alfred Weneger (1880-1930) quien propuso una estructura dinámica con la deriva de los continentes. Estos movimientos y las líneas de encuentro entre placas es donde se producen los volcanes, bien sea por choques o debilitamientos en los llamados «puntos calientes» que parece ser el caso de Canarias o de las islas Hawai. Estamos aprendiendo en cada nueva erupción (o terremoto y de otras maneras) el comportamiento del mundo subterráneo que existir existe.

En todo caso, y sea cual sea la explicación que nos convenza para explicar las erupciones volcánicas, debemos aceptar que parece ser el diablo quien insufla el fuego por cavernas del inframundo o mueve las placas tectónicas, porque daño siguen haciendo.

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