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Crítica

Camarena, mucho más que una gran voz

El tenor mexicano de fama mundial Javier Camarena, ayer en uno de los salones del Hotel Santa Catalina de la capital. Andrés Cruz

Es un artista de primer nivel, sensitivo, creador y dueño de una rica expresividad. Pero el tenor mexicano Javier Camarena también ha nacido con unas facultades canoras fuera de norma, y los públicos esperamos que las luzca porque son probablemente únicas en la cuerda lírico-ligera que es cabecera de cartel en el orbe operístico de estos años.

Extraordinariamente generoso, no hace economías de ese agudo luminoso, espiritual y carnal, potente, bellísimo, largamente sostenido en plenitud, que le conocimos hace pocos años en La figlia del regimento de Donizetti producida por la Ópera de Las Palmas. Lo insólito es que la escena A mes amis, con sus nueve «do de pecho», fuese la tercera y última de sus propinas después de un programa de muy alta tensión. Es casi evidente que a Camarena le gusta el público de Las Palmas, en reciprocidad con el entusiasmo con que éste celebra (puesto en pie el aforo completo) el placer que recibe.

El recital fue sencillamente impresionante. La belleza vocal en toda la escala, la compacidad y el color, las curvas dinámicas y los quiebros de expresión, la sonoridad de una voz lírica tan poderosa como si fuera spinto-dramática, la capacidad de apianamiento, el «fiato» inagotable en puntaturas adelgazadas o reforzadas, tanto a voz como en delicados pianísimos; todo esto y mucho más forma parte del tesoro de un cantante riguroso en estilo, profundamente musical y nada concesivo. Un artista en el instante mágico de su desarrollo técnico e interpretativo.

La primera parte del programa fue para la ópera francesa e italiana (Delibes, Massenet, Donizetti, Verdi y Cilea) con arias difíciles y poco pisoteadas, proyectadas con emotividad, elegancia y virtuosismo. Entró después el tenor en la canción napolitana, con tres títulos emblemáticos admirablemente entonados, sin populismos gratuitos. Y concluyó con otros dos en castellanos en un derroche de vocalidad sin tópicos.

Ya en las propinas, se permitió con la canción Malagueña salerosa exhibiciones de fiato y alternativas entre el poder y el hilo de voz que nunca se rompe ; y, como queda dicho, la escena de Donizetti que nadie canta con su firmeza y suficiencia.

Procede añadir que el pianista Angel Rodríguez, camerista refinado en todo el programa y conocedor a fondo de la topografía vocal del tenor, interpretó a solo, con virtuosismo, dos arreglos propios sobre una barroquizada hasta la ironía Habanera de Carmen, y sobre el intermedio de La boda de Luis Alonso de Giménez. El Festival registró, sin duda, uno de sus mayores éxitos. Las palabras que dedicó Camarena a Alfredo Kraus también dieron proyección sensible al acontecimiento.

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