El auge de los videojuegos ha traído consigo la irrupción de un nuevo tipo de adicción, hasta el punto de que, recientemente, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha decidido declarar la dependencia a los videojuegos como enfermedad mental, manifestándose en aspectos como el aislamiento social, la falta de control sobre el juego o el aumento de la prioridad del videojuego sobre el resto de las actividades vitales, entre otros.

En España, un 3% de los adolescentes presenta síntomas de adicción a los videojuegos, mientras que para un 16% su uso está siendo ya problemático.

La franja de edad temprana de entre 12 y 15 años es la más vulnerable a la hora de padecer esta patología mental, ya que tiende a ser la etapa con una mayor frecuencia de uso. Concretamente, más de un 58% de los adolescentes juega habitualmente, llegando hasta el 86% si solamente se tiene en cuenta al género masculino, que son los consumidores por excelencia de esta nueva forma de ocio, y descendiendo hasta un 30% en el caso del género femenino.

Además, el adolescente con un nivel socioeconómico medio y alto tiende a ser el perfil más frecuente en este tipo de dependencia, ya que normalmente tiene un acceso más fácil y precoz a los videojuegos. Sin embargo, en los últimos años, esta adicción se está generalizando, ya que el auge de los dispositivos móviles ha convertido al teléfono móvil en la herramienta de juego más usada, por delante incluso de la videoconsola.

La doctora Cristina Giner, psicóloga clínica del Instituto Brain 360, afirma que, «unos niveles de bienestar emocional e integración social adecuados son indispensables para evitar cualquier tipo de adicción».

Y advierte: «los videojuegos han traído consigo unos referentes totalmente distintos para las nuevas generaciones. Antes los chicos querían ser futbolistas, pero ahora muchos quieren ser gamers». De hecho, 1 de cada 5 adolescentes cree que puede llegar a ser gamer en un futuro.

Además, más de la mitad juega a videojuegos designados por el sistema de clasificación europeo Pan European Game Information (PEGI, de sus siglas en inglés) como no adecuados para menores de 18 años, exponiéndose prematuramente a temáticas que, en muchas ocasiones, pueden ser demasiado violentas para su edad e influenciando en su correcto desarrollo emocional y psicológico.

Giner, explica que, como en la mayoría de las adicciones, se trata de un problema biopsicosocial, ya que «existen tres factores clave cuando hablamos de la aparición de un problema de dependencia a los videojuegos: el social, relacionado con la gran aceptación y accesibilidad a los videojuegos en nuestro entorno; el psicológico, que hace referencia principalmente a cómo las personas gestionan sus propias emociones y el biológico, relacionado con carencias físicas de los jóvenes afectados».