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Guerra en Ucrania

La solidaridad tiene un precio: los apuros de los ucranianos de Barcelona para ayudar a los recién llegados

Familias en ERTE, en el paro o sin papeles piden ayudas a la Administración para afrontar los gastos que comporta alojar refugiados en casa

Interior de la agencia convertida en centro de ayuda a los refugiados de Ucrania.

"Principalmente vengo a buscar comida", dice sin tapujos Alina Kicha, una ucraniana de Montornès (Vallès Oriental) que ha acogido a dos compatriotas huidos de la guerra. Está sentada bajo la puerta de una agencia de viajes convertida en distribuidora de todo tipo de productos para los refugiados que llegan a Cataluña y a las familias que los cobijan. Alina Kicha y su marido han visto como sus ingresos mensuales no dan para cubrir los gastos de dos adultos más. Alrededor de 200 personas acuden cada día al local de la barcelonesa calle de la Diputació. "La gente se ha puesto a mandar ayuda humanitaria a Ucrania, pero muchos de los refugiados ya están aquí y no tienen nada", insiste la también ucraniana Olena Gvozdeva, dueña de la agencia y coordinadora en busca de ayudas económicas para estos hogares.

Desde la calle se ve el cartel 'Novovira: agencia de viajes', dentro el trajín de voluntarios y personas necesitadas es constante. Este negocio, fundado hace 25 años, se especializó en viajes de turismo o de empresa a países ruso-hablantes. "Yo soy ucraniana pero los vínculos con todos los países eslavos son muy fuertes", explica Gvozdeva. Debido a las restricciones de la pandemia, la empresaria tuvo que prescindir de personal. Aún quedan 25 empleados en nómina, cuyos salarios se pagan con un ERTE. "¡Pero se acaba este mes! Parecía que en primavera la cosa se volvía animar, pero ha sido estallar la guerra y volver a las cancelaciones. Espero que nos alarguen el ERTE por fuerza mayor porque sino no sé como lo haremos", suspira. El establecimiento estaría cerrado si no fuese por la alternativa solidaria que alberga.

Sin papeles y acogiendo refugiados

Como ella, muchos de los ucranianos que viven en Cataluña sufren estragos económicos tras el estallido del conflicto. Sin embargo, hacen un sobresfuerzo económico acogiendo a familiares o amigos que han huido del país. Es también el caso de Kicha. Llegó a Cataluña desde el Donbás en 2018, tras la anexión de Crimea y la escalada de las hostilidades en la región más al este de Ucrania. "Pedimos el estatuto de refugiado pero nos lo denegaron... Estamos sin papeles, sobrevivimos como podemos", relata. Ella trabaja de camarera sin contrato. Su marido está igual como obrero de la construcción. Hace dos semanas recibió en casa a una antigua compañera del trabajo y a su hijo, que en cuanto oyeron las bombas pidieron a Alina si les podía acoger en Cataluña. "Es mi forma de ayudar en la guerra... pero sube la factura de la luz, la comida... y ellos tampoco tienen dinero para ayudarnos en los gastos", explica.

A través de las redes sociales se enteraron de que la agencia del Eixample ofrecía ropa, juguetes, comida y productos de higiene. "Damos cosas obvias y necesarias como bragas, támpax... Tienes que pensar que los refugiados llegan con una o dos mudas de ropa. Y los que no están en los hoteles de la Cruz Roja sino en casa de familiares lo tienen que costear ellos mismos, nadie se lo da gratuitamente", explica Yuri Mykhaylychenko, otro ucraniano impulsor de la iniciativa. De hecho, según cálculos del Ministerio del Interior, más de la mitad de los refugiados que han llegado a España están viviendo en casas de familiares o amigos.

Tampones, bragas, pañales y peluches

"También sabemos de muchas mujeres que incluso estando en los hoteles de la Cruz Roja no tienen acceso a ropa. Quizá tienen dos prendas de ropa íntima. Y sobre los tampones o las compresas... es que es algo básico", prosigue Mykhaylychenko. Otro producto estrella son los pañales para bebés o los peluches para los más pequeños. Y los zapatos. "Los refugiados vienen con ropa de invierno, salen de Ucrania con -5 grados... pero aquí estamos a 20. Necesitan otro tipo de ropa, y se acerca el verano", añade Gvozdeva. Algunos de los productos los compran ellos mismos. Otros los traen vecinos del barrio.

"Pero por favor que la ropa que nos traigan sea nueva. Esta gente ha pasado por muchas desgracias, tenían vidas acomodadas y de un día para otro se han visto sin nada. No podemos darles ropa usada o en mal estado", pide Livbov Starodubtsva, otra de las impulsoras del proyecto mientras ordena pantalones y chaquetas en cestos. Ella hace ya dos meses que no cobra salario. "Soy abogada especializada en derecho de la propiedad y trabajaba para una empresa ucraniana pese a llevar cuatro años en Barcelona". Con la guerra, su empresa cerró a finales de febrero de un día para otro.

Temiendo el desahucio

"Sólo tengo dinero para pagar el próximo mes de alquiler. En abril no sé que haré", cuenta entre lágrimas esta madre soltera afincada en el Poblenou. Se ha quedado sin empleo y tiene el doble de gastos porque ha conseguido traer a casa a sus padres de 70 y 76 años. "La semana que viene iré a pedir ayuda a los servicios sociales, me da terror que nos puedan desahuciar", solloza. De momento, los únicos ingresos son los 180 euros de las pensiones eslavas de sus padres. Por lo que ha visto estos días sabe que hay cientos de hogares como el suyo. Y por ello implora a las administraciones que ayuden a las familias ucranianas para afrontar los gastos de los meses venideros. Una petición que la Cruz Roja ya ha transmitido a la Generalitat.

Dos meses de espera

De no producirse, la alternativa será pedir que se pongan a trabajar los compatriotas. Yuri Mykhaylychenko sabe que esto no se va a producir en el corto plazo. "Esto de darles el permiso de trabajo está muy bien, pero en La Fira de Barcelona ya están dando citas para junio ¿Qué hacen estos dos meses aquí?", se queja. "Hay que ser realistas, para poder trabajar necesitarán hablar el idioma, estar bien psicológicamente... Tal y como están las cosas, no se conseguirá en dos días", señala.

De momento, Alina Kicha y sus dos huéspedes salen de la agencia agradecidos y con las bolsas llenas. El viaje desde el Vallès ha merecido la pena. Mykhaylychenko espera que las colas no dejen de crecer. Y lanza una idea para los próximos refugiados: "Nos gustaría comprar chocolatinas para los niños más pequeños. Pequeñas cosas que les arranquen una sonrisa".

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