Se llama Torrechiva, está en Castellón, pero los 12 ucranianos que llegaron este martes al pueblo lo recordarán más bien como sinónimo de esperanza, libertad y una nueva vida. Tras recorrer más de 3.400 kilómetros en bus y dos largos días de viaje (salieron el lunes a las ocho de la mañana de la frontera de Polonia), esta colonia de refugiados (formada por mujeres, niños, enfermos y personas con discapacidad) hizo noche el martes en la Jonquera (Girona) para desembarcar finalmente el miércoles por la tarde en el que ya es su nuevo hogar, al menos durante unos meses.

No son los primeros en llegar a Torrechiva. 6 compatriotas hacían vida ya en el macroalbergue, adonde aún quedan por aterrizar otros 32 a lo largo de los próximos días, que se repartirán por las casas (cada una con múltiples habitaciones, por lo que son casi bungalows) que conforman este gran recinto perteneciente la Comunidad de Emaús.

En total, esta localidad del Alto Mijares recibirá a 50 refugiados, una cifra que, teniendo en cuenta que ahora mismo hay 93 empadronados, supondrá que más del tercio de los habitantes sean ucranianos.

Foto de familia de la colonia ucraniana que llegó a Castellón. Mediterréaneo

"Llegan agotados y con mucho miedo"

"Acogemos a familias que no tienen adónde ir, porque hay otras que tienen familiares, amigos o algún sitio donde llegar. Nosotros cogemos a madres con niños porque los padres se tienen que quedar para luchar en la guerra, discapacitados y ancianos, les hacemos todo el seguimiento y les hacemos documentación, médicos, escuelas... Todo lo que necesitan para salir adelante", explica el Padre José (gestor del albergue y responsable de la llegada de los ucranianos a través de la oenegé Mensajeros de la Paz). "Están agotados, enfermos y con mucho miedo, sobre todo los niños, que tienen que despedirse a sus padres e ir a un sitio que no conocen", relata el sacerdote.

Un diagnóstico en el que coincide Clara, que cuenta que "llegan atemorizados y los primeros días ni salen de sus habitaciones". Ella y su marido Juan Antonio, bajo las directrices del Padre José, se encargan de mantener y velar por que todo esté a punto, las estancias estén en condiciones y no les falte abastecimiento ni ropa a los recién llegados.

Pueblo desbordado por la solidaridad

El matrimonio encabeza una incansable red de voluntarios en Torrechiva, formada por entre 20 y 30 vecinos, que hacen lo que pueden --y más-- para echar una mano en todo lo posible. Hasta el punto de que se reparten tareas de forma muy compenetrada: cocina, limpieza, lavandería, mantenimiento, aprovisionamiento de leña para las chimeneas... Toda ayuda es bienvenida.

Por suerte, el nivel de solidaridad es abrumador y cada día reciben un aluvión de donaciones de gente del pueblo y de toda la provincia. Hace unos días solicitaban, entre otros enseres, lavadoras y neveras en buen estado y en cuestión de horas ya los habían conseguido. También se han hecho con almohadas, aunque siguen habiendo muchos productos que necesitan para ofrecer un espacio estable y seguro a las personas refugiadas, sobre todo sabiendo que vendrán al final un total de 50.

Los voluntarios han recibidos cientos de prendas de ropa a través de donaciones durante las últimas semanas. Andreu Esteban

La intención es llevarlos de la mano los primeros días para que, al cabo de unas semanas, los acogidos sean "autosuficientes y capaces de cocinar por sí mismos", añade Clara. Eso sí, esa adaptación requerirá un cierto grado de amoldamiento por su parte "a la dieta mediterránea tradicional española, ya que todos los alimentos que han recibido a través de donaciones corresponden a comida típica de aquí", no la que los huéspedes ucranianos solían comer en su país, puntualiza Mari Carmen, que se ocupa de las labores de cocina.

Comunicación entre voluntarios y refugiados

Se acercan las 15.00 de la tarde y el Padre José, que ha ido a recoger a la colonia de ucranianos a Castelló tras venir de la Jonquera, comunica a Juan Antonio que al final subirán a comer 16 personas, cuatro más de las inicialmente previstas (aunque solo se alojarían 12). Las camas y habitaciones estaban ya preparadas, por lo que ahora toda la atención se centra en habilitar dos mesas para que quepan todos y cojan fuerzas tras el largo viaje con los espaguetis a la boloñesa que ha preparado Mari Carmen.

Al no haber una intérprete de forma continua en el albergue, no les queda otra que hacerse entender a través de las traducciones de voz del traductor de Google

Mientras, ajenos a esas prisa para dejarlo todo a punto, los seis ucranianos que ya residen en el albergue comen apaciblemente en otro bungalow. Ante la llegada de Mediterráneo, Juan Antonio les desea buen provecho y les pregunta si quieren salir en la foto. Siempre va con el móvil en la mano. ¿Por qué? Porque no hay una intérprete de forma continua en el albergue y no les queda otra que hacerse entender a través de las traducciones de voz del traductor de Google. "Aquí somos unos profesionales, a ver qué te creías", ironiza Juan Antonio, quien a sus 79 años domina las nuevas tecnologías como un nativo digital.

Lógicamente, el hecho de que tengan que comunicarse principalmente de esta forma (siempre quedan las señas, claro está) hace que las conversaciones no sean demasiado fluidas, pero eso no impide que voluntarios y refugiados se peguen algunas risas a costa de algún patinazo o mensaje fuera de contexto del traductor de Google.

"El pueblo se ha volcado al 1.000%"

Quien también pone en valor la ingente solidaridad de todos los vecinos es el alcalde, Esteban Salas. "La gente de aquí del pueblo se ha volcado al 1.000%, todo el mundo está ayudando a dejarlo todo perfecto", comenta el primer edil desde su despacho.

Eso sí, aunque la llegada de los 50 ciudadanos de Ucrania vaya a suponer un aumento importante en el número de vecinos (hará que más de un tercio de los empadronados sea ucranianos), el alcalde cree "la despoblación no se combate con esto, con traer refugiados". El motivo principal es que los ucranianos vienen con un permiso de residencia de solo 6 meses, por lo que cree que muchos puede ser que ya no sigan en el pueblo después del verano, por lo que presume que su estancia será temporal.

"Lo que pretendemos es ayudar. El hecho de que venga esta gente no sirve para luchar contra la despoblación para nada. Alguien se querrá quedar, pero la gente lo que quiere es que se acabe la guerra y se arregle lo antes posible la situación en Ucrania para volver otra vez a sus casas y volver a llevar una vida como la que llevaban", comenta Salas.