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Pánico a escanciar: un psiquiatra diagnostica un caso de fobia a echar un culín en un camarero

El hombre sufrió una crisis de angustia cuando un cliente le pidió un culín y tuvo que tratarse al cogerle miedo permanente

Brazo en alto para escanciar sidra desde la botella. / Miki López

Tenía 36 años, estaba casado y era padre de un hijo pequeño. Regentaba una sidrería junto a sus dos hermanos, herencia familiar. Un día como cualquier otro de diciembre de 1997 sufrió ataque de pánico por tener que hacer lo que venía haciendo toda la vida: escanciar sidra. Se sintió incapaz de atender la demanda de un cliente que le había pedido unos culinos. A la semana siguiente volvió a ocurrir a lo mismo, con una crisis de angustia, si bien su problema se agravó: comenzó a presentar temor y ansiedad ante la idea de que le pidieran escanciar, luego incluso ya en casa sufría en casa con la idea de regresar a trabajar a la sidrería.

Así las cosas, buscó ayuda profesional y acabó en manos del psiquiatra Ángel García Prieto, quien tras estudiar el caso concluyó que el paciente sufría fobia social (por exponerse ante personas) pero también específica a escanciar sidra. "El temor ansioso a exponerse a quedar mal en público es una manifestación concreta de fobia social", apunta García Prieto. Si bien, este cuadro iba más allá, pues el hombre manifestaba sus temores con más intensidad ante gente conocida y familiar, "lo que es menos propio de la fobia social".

PARTICIPANTES EN EL ESCANCIADO SIMULTANEO en Gijón. / JUAN PLAZA

El psiquiatra – doctor en Medicina y que ejerció en el desaparecido Hospital Psiquiátrico de Asturias durante casi dos décadas– ha sacado de su archivo este caso clínico que trató en consulta privada como curiosidad a raíz de la actualidad que ha tomado en los últimos días el escanciado de sidra, en crisis por falta de profesionales.

Es una anécdota, pero también un ejemplo de la presión que se sufre en la hostelería y, en concreto, en el escanciado: porque a la agilidad habitual que se les pide a los camareros, se añade que el escanciador debe tener la suficiente destreza para afinar bien el culín y que este quede bien echado, algo que no es fácil. "La verdad que no me encontré ninguno más, pero realmente fue chocante y nunca se me olvidó", abunda García Prieto.

Su paciente –residente y trabajador en una gran ciudad asturiana– acudió a verle a finales de enero de 1998, un mes después de empezar a sufrir la fobia. Ya había ido una vez a las urgencias hospitalarias, donde le habían recetado benzodiacepina, que le ayudó a mejorar.

Falta de eficacia

El psiquiatra elaboró su informe con todo tipo de datos necesarios para alcanzar un diagnóstico. "Describía su temor a escanciar la sidra basado en que pudieran descubrir que estuviese nervioso y tembloroso. Subrayó que quizá podría haberse iniciado esta influencia temerosa al haberse enterado que, por aquellos días, habían expulsado del trabajo a un camarero de una sidrería vecina, por temblores y falta de eficacia al servir las consumiciones", describe García Prieto. "Pero desde un punto de vista lógico no se veía identificado con esa situación, pues él era un trabajador autónomo y propietario". Un dato que llamó la atención al especialista fue que el temor del hombre se agravaba "cuando el cliente que había de atender era familiar, habitual o más conocido", algo que no encaja en la fobia social. "No existía en su perspectiva vital personal, familiar, social o laboral acontecimientos de importancia que pudiera valorar como co-causales o desencadenantes. Y tan sólo citaba el cansancio, por exceso de trabajo en aquella temporada, y la habitual tensión del trato dificultoso con uno de sus hermanos, que desempeña su labor en el mismo negocio".

Así las cosas, el psiquiatra llegó a la conclusión de que su paciente padecía fobia específica a la tarea de escanciar: "Se lo comenté, le expliqué las pautas de enfrentamiento a sus síntomas y le adelanté que podría tener un pronóstico bueno". El paciente salió de la consulta con la receta médica (sertralina y benzodiacepina) y a principios de marzo regresó. "Se encontraba mucho mejor, tal y como expuso. Dijo que ya podía servir sidra. Había adelgazado 10 kilos de 90 que pesaba".

Pasaron cuatro meses y volvió a la revisión en la consulta en pleno verano, "ya asintomático y recuperando peso", mientras que el tratamiento se había reducido progresivamente. "En noviembre volvió y estaba asintomático, pero no seguro para dejar el tratamiento. Se le recomendó que él decidiera el momento de hacer, cuando subjetivamente pensara que estaba listo", añade García Prieto. "No tuve otro caso así y este me consta que acabó curado del todo, afortunadamente".

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