Es difícil que pase un día sin que una noticia relacionada con la astronomía aparezca en los medios de comunicación. Hoy mismo, a la hora de redactar estas líneas, la espectacular fotografía del enorme agujero negro que habita en el centro de nuestra Vía Láctea llena muchas portadas. Parece una cosa muy sencilla aunque, como podrán imaginar, no lo es tanto.

La astronomía es, tal vez, la disciplina científica más atractiva, y de eso sabemos mucho los canarios, que albergamos uno de los mejores observatorios astrofísicos del mundo en nuestras islas, fruto de las bondades de nuestro clima, nuestra situación geográfica y, por supuesto, del esfuerzo conjunto de muchas personas e instituciones. Justa fama para tan noble tarea.

Y tanta maravilla implica algunas obligaciones. Que no lo son tanto, porque algunos de estos menesteres conllevan satisfacciones que no tienen precio. Como es mi caso y así se lo quiero contar. Aunque mi día a día transcurre entre los laboratorios y telescopios del Instituto de Astrofísica de Canarias -van para treinta años enfrascado en estas tareas-, compagino mi trabajo como ingeniero con la tan necesaria labor de divulgación. Y eso me lleva a la escritura, mi otra gran pasión.

Ya son varias novelas las que han visto la luz con mi nombre, y en la mayoría de ellas la ciencia es la gran protagonista. Pero en esta ocasión he dejado de un lado la ficción y me he atrevido con una tarea algo diferente y bastante más incierta: contar en un libro la historia casi completa de la propia astronomía. Como esto puede parecer poco novedoso, y abundantes ejemplos hay de ello, he afrontado el reto desde un punto de vista personal -los años dan la experiencia-, desenfadado e incluso irónico sin perder, claro está, la necesaria seriedad que cualquier científico se impone en su trabajo, por divertido que este resulte. Y todo esto con el empeño de transmitirlo a nuestra sociedad que, al fin y al cabo, es la principal destinataria de nuestra querida ciencia estelar y, también, quien termina pagando estos caprichos. Que no lo son tanto.

En Estrellas por un tubo: Una historia diferente de la astronomía cuento las vidas de los astrónomos. Muchas. La mayoría famosos, otros no tanto. Unos reconocidos, pero otros injustamente no. Y como no siempre basta con narrar la vida de los santos para comprenderlos, también hay que explicar sus milagros. Así que les contaré sus cosillas. De cómo perdieron muchas horas de sueño, pasaron mucho frío y agotaron enormes termos de café para responder a un montón de preguntas que se plantearon al levantar la mirada y observar los cielos. Y eso desde la antigüedad hasta nuestros días. Desde hace más de cuatro mil años en que, pásmense, una astrónoma -sí, una mujer fue el primer astrónomo conocido de la Historia- decidió apuntar en sus tablillas de arcilla, allá en la lejana Babilonia, los extraños movimientos de una estrella que hoy sabemos es el planeta Venus. Sin café, claro, que eso vendría mucho más tarde y más despacio, como un caracol. La historia de la astronomía es apasionante.

Desde esos primeros astrónomos anónimos hasta los añorados y famosos Carl Sagan o Stephen Hawking, por ponerles unos ejemplos conocidos. De los telescopios y los observatorios, incluyendo los nuestros, por supuesto. De mil cosas diferentes que, espero, hagan de su lectura una experiencia tan atractiva como agradable, un viaje en el tiempo que nos transporte a los primeros instantes. Que es, en definitiva, lo que hace la luz que llega a nuestros telescopios. Cada vez más y más lejos.