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La receta de la felicidad

Pese a los datos de pobreza, empleo y salud, los isleños están

más satisfechos con sus vidas que la mayoría de los españoles

‘La alegría del vivir’, obra pictória de Henri Matisse. LP / DLP

El 45% de las personas no ha sentido verdadera felicidad desde hace más de dos años y el 25% no sabe, o ha olvidado, lo que significa sentirse realmente feliz. Así lo refleja un nuevo estudio de Oracle Fusion Cloud Customer Experience (CX) y la autora Gretchen Rubin.

El informe, que recoge la opinión de más de 12.000 consumidores y líderes empresariales de 14 países, revela que el 88% de los encuestados busca nuevas experiencias que le hagan sonreír y reír. Las personas priorizan la salud (80%), las relaciones personales (79%) y las experiencias (53%) para ser más felices.

A más de la mitad (53%) de los encuestados les gustaría que el dinero pudiera comprar la felicidad, y el 78% estaría dispuesto a pagar más por disfrutar de la verdadera felicidad. Durante la pandemia de covid-19, el 89% intentó encontrar la felicidad realizando compras a través de Internet y, si bien el 47% afirmó que recibir paquetes los hizo felices, al 12% le costaba recordar las compras realizadas en la red.

«Hemos pasado por años muy duros y la felicidad es un bien escaso en todo el mundo», realta Rubin. La bloguera estadounidense considera que «estamos hambrientos de experiencias que nos hagan reír y sonreír» y considera que las marcas pueden ayudar a conseguir dicho objetivo. «Para las marcas que tratan de contribuir a la felicidad de su público objetivo, el proceso comienza con los datos y el conocimiento de sus clientes. Solo entonces se puede conseguir la mezcla adecuada de humor, personalidad y experiencia de marca que impulsará la lealtad de los clientes y la promoción de la marca», insiste Rubin. «Para alcanzar el éxito, las marcas deben situar los datos en el corazón de su estrategia de experiencia del clientes», detalló por su parte, Rob Tarkoff, executive vice president y general manager, Oracle Fusion Cloud Customer Experience.

¿Qué respondería cuando le preguntaran si es feliz? Una afirmación podría bastar para dejar satisfecho a cualquier interlocutor, pero un minuto de reflexión es suficiente como para que la respuesta se convierta en una maraña de contradicciones. En el transcurso de los siglos, han sido muchos los que se han aventurado a imaginar este complejo pero codiciado estado mental como una consecuencia de la riqueza, el éxito o lunas condiciones de vida favorables. Sin embargo, la ciencia ha demostrado que la realidad no es tan sencilla.

El ejemplo de que la respuesta no es sencilla está en la sociedad canaria. El Archipiélago es la tercera comunidad con peor calidad de vida según el Índice Multidimensional de Calidad de Vida (IMCV) del Instituto Nacional de Estadística (INE) en 2020. Este indicador –aun experimental– se calcula como la media aritmética de los resultados que se obtienen en nueve «dimensiones» del bienestar. Entre ellas se encuentran las condiciones materiales de vida, el trabajo, la salud, la educación, el ocio y las relaciones sociales, la seguridad física y personal, la gobernanza y derechos básicos, el entorno y medioambiente y la experiencia general de vida.

Canarias se encuentra por debajo de la media española en la mayoría de estas «dimensiones». No es de extrañar pues, en términos económicos, la renta media por hogar es la más baja de España (24.855 euros) mientras que el riesgo de pobreza es el más alto del país y alcanza al 30% de la población.

| lp/dp

En lo que se refiere al trabajo, Canarias también mantiene la tasa de paro más alta (20,3%). No obstante, las mejoras de los últimos años en este indicador han permitido que el bienestar de la población en esta dimensión de la vida se haya incrementado. En lo referido a los servicios sanitarios, aunque se han dado pasos de mejora, a día de hoy solo el 64,6% de los canarios cree que goza de un buen estado de salud, por lo que los isleños sitúan su satisfacción por debajo de la media española. Con la pandemia muchos de estas dimensiones de la vida se han visto perjudicadas, algo que ha tenido consecuencias directas en la salud mental de la población. No en vano, hoy en día son muchos más los cuadros ansiosos y depresivos que han aflorado en las Islas. En un área tan sensible como Educación, Canarias también se encuentra en el vagón de cola. Las iniciativas para mejorar el sector educativo en los últimos años, que han permitido reducir las tasas de abandono escolar (de un 30% a un 11%), pero Canarias aún se encuentra entre las comunidades con más tasas de ninis (21,4%).

Y, pese a todas las dificultades que encuentran para desarrollarse como personas, en 2020 los canarios sintieron una satisfacción con su vida por encima de la media del resto de las comunidades autónomas. En este indicador del IMCV –que evalúa los sentimientos y emociones positivas y el disponer de un sentido y propósito en la vida– las Islas ocupan la sexta posición de España con 107 puntos de 115 (únicamente por detrás de Baleares, Aragón o la Comunidad Valenciana, además de Ceuta y Melilla).

Para entender qué es lo que hace a los canarios tan felices pese a sus, a priori, tan poco favorables condiciones para tener una vida plena, hay que comprender cómo se gesta esta emoción en cada persona. Y para ello, hay que entender un poco más al encargado de provocarnos una sensación tan placentera: el cerebro. «En neurociencia se considera felicidad a un estado que requiere un gasto menor de energía que, a su vez, se utiliza para transmitir sensaciones de serenidad, sosiego y tranquilidad», como explica la neurocientífica de la Universidad de La Laguna (ULL), Raquel Marín. Definir la felicidad parece fácil, pero llegar a ella no lo es tanto. Mucho menos cuando al cerebro lo que le nace de forma innata es actuar en el sentido opuesto. Porque, como relata Marín, «el cerebro humano no está diseñado para priorizar la felicidad a secas». El único órgano que nos puede hacer sentir ese placer único, en realidad, «se forjó para sobrevivir».

La supervivencia es, en términos neurológicos, el mayor hándicap hacia la consecución de la felicidad. El deseo de permanecer vivos nos causa estrés y ansiedad, que se disparan para que nuestro cuerpo esté preparado para afrontar los innumerables peligros que nos acechan , sean reales o imaginarios. La felicidad, que se mide en lo relajados y «a salvo» que nos encontremos, se convierte, por esta motivo, en la antítesis de la supervivencia. Cuando ambas sensaciones se contraponen en una balanza y comienzan una contienda cerebral, de manera natural siempre prevalecerán las reacciones dirigidas a mantenernos vivos y, por tanto, los pensamientos que generan estrés, ansiedad o, incluso, depresión.

‘Paraíso’, forma parte de la serie fotográfica de Carmela García.

De ahí que, aunque el contexto sea aparentemente beneficioso, nuestro cerebro siempre se las arregle para buscar nuevos enemigos o se anticipe para afrontar noticias negativas cuando ni siquiera han ocurrido. La amigdala, que se sitúa en la parte interna del lóbulo temporal medial, es la que nos crea esa desconfianza hacia el mundo que nos rodea. No lo hace por fastidiar. La amigdala cree, de hecho, que con el impecable trabajo que realiza para mantenernos alerta, está ayudándonos a protegernos y seguir con vida.

El problema surge cuando no se encuentran estímulos para que el balance de sentimientos sea óptimo, y puedan hacer frente a la cabezonería de la amígdala, que no es capaz de comprender que su función no siempre es necesaria.

La felicidad se puede cosechar y cultivar, pero también es innata. Un 50% de las personas son felices porque su genética les predispone a ello. «Pero eso no significa que la otra mitad no pueda ser feliz», explica la psicóloga Cathaysa Fernández. De hecho, un 40% del bienestar tiene relación con las actividades o decisiones personales que se tomen y otro 10% con las circunstancias aleatorias que se dan en la vida y que escapan a nuestro control. «Es la vertiente más esperanzadora», relata Fernández.

Entrenamiento de serenidad

Por esta razón, incluso cuando la amigdala se empeña en explotar la burbuja del sosiego y paz, existen formas de entrenar para regresar a ese estado de serenidad. «Como nuestro cerebro es plástico, podemos hacer ejercicios para ser algo más propensos a ser felices», resalta Marín. Empatizar con los demás, sentir compasión o tener comportamientos altruistas puede ayudar a rebajar la tensión provocada por la amigdala. Si empatizamos con los demás, podemos entender que ellos también están siendo desconfiados con nosotros porque su amigdala les obliga a serlo. Una vez descifrada la posición que el resto de las personas toma hacia nosotros es más fácil desarrollar compasión por ellos, dado que se entiende que este trato negativo tiene relación con que te ser considerado una amenaza. En este sentido también se puede entrenar la felicidad desarrollando conductas altruistas, que nos pueden ayudar a «sentirnos útiles para los demás, así como a desarrollar una mejor autoestima», relata Marín.

La corriente conocida como Psicología Positiva –que surgió hace apenas 20 años de la mano del psicólogo estadounidense Martin Seligman– también estudia las estrategias para conseguir que los seres humanos puedan alcanzar la ansiada felicidad. Esta área de estudio lejos de proclamar que la felicidad se consigue en base a repetir sin ton ni son frases optimistas de taza de desayuno, lo que intenta es reforzar la idea de que «una actitud proactiva va de la mano con ser feliz», como explica Fernández. No solo basta, en este sentido, con tener pensamientos más optimistas o repetir frases cargadas de positividad. Para que la Psicología Positiva tenga resultados, hay que «hacer cosas que nos permitan sentirnos bien porque, poco a poco, tendrán un reflejo en la satisfacción general con la vida», relata la psicóloga.

| carmela garcía

La base de la felicidad también se encuentra en el propio organismo. Cada vez son más los estudios que muestran que el binomino «mente-cuerpo» tiene un papel fundamental en la consecución del bienestar. Como relata Marín en toda su obra de divulgación– Dale vida a tu cerebro, Pon en forma tu cerebro y Alimenta el sueño para un cerebro sano– la mente y el cuerpo deben estar en continuo equilibrio. Las ramas de la medicina que se dedica a estudiar las relaciones entre la psique y el cuerpo y sus efectos en la salud se conocen como Medicina Psicosomática y Psiconeuroinmunoendocrinología. Ambas ramas académicas publican miles de artículos cada año que demuestran esta asociación entre las enfermedades mentales y somáticas. Así, un estudio realizado en el Hospital de Mar (Cataluña) mostró, por ejemplo, como los pacientes con trastornos de ansiedad tenían 6,2 veces más cefaleas, 6,1 veces más alergias, 3,6 enfermedades osteomusculares, 3 veces más enfermedades cardíacas y 2,1 veces más hipertensión. E igual de relevante es organizar nuestra mente. «Cuando tenemos caos mental, se nos hace imposible canalizar las exigencias y puede causar inseguridad», explica Marín. Por eso, uno de los pasos para lograr la felicidad es mantener nuestra mente en orden.

«Esto tiene relación también con las actividades que llevamos a cabo cuando estamos tristes, que suelen estar relacionados con hábitos de vida poco saludables», resalta Cathaysa Fernández. De hecho, hay estudios que relacionan esta desidia con mayor riesgo de contraer infecciones o de sufrir eventos cardiovasculares.

La fórmula de la felicidad canaria

¿Son entonces los isleños expertos en estas técnicas de manipulación mental, llevan la felicidad en los genes o, por el contrario, han dominado un arte oculto y desconocido para acceder a un bien tan escaso como la felicidad? Los expertos coinciden en destacar una razón más sencilla: el colectivo. Las Islas se diferencian del resto al haber desarrollado un sentimiento casi unánime de pertenencia que no supone el cierre de fronteras y mentes, sino que invita a la unión entre personas, hayan nacido o no en Canarias. «Hay una especie de corazón social que hace que todos se sientan parte de un mismo colectivo», reseña Marín. Fernández, por su parte, cree que la «familiaridad» de los canarios, promovida por el hecho de encontrarnos en islas pequeñas en las que «todos nos conocemos» y alejadas del resto del continente, cubre una necesidad fundamental y es la de configurar redes de apoyo. «De esta manera, cuando uno necesita ayuda, sabe que el resto de la comunidad podrá prestársela», relata Fernández.

Esta predisposición tan marcada a arropar al prójimo también repercute en los «pasajeros geográficos», lo que tiene relación con el propio carácter de los canarios. Las personas que viven un tiempo en Canarias o que deciden cambiar su residencia habitual al Archipiélago, acaban convirtiéndose en uno más casi sin darse cuenta. «Incluso para aquellos más introvertidos, el contexto social los convierte en personas más extrovertidas», reseña Cathaysa Fernández, que considera que han sido justamente estos fenómenos migratorios, los que «han construido nuestra personalidad extrovertida».

El geógrafo de la ULL, Vicente Zapata, lo resume de esta forma: «las personas son más felices en aquellos lugares donde encuentran mejores condiciones para desarrollar una vida plena y sobre todo donde puedan interactuar con otras personas en comunidad». El contexto en el que se desarrolla la vida de una persona es tan importante que, cuando es inapropiado, o incluso hostil, este tiende a «rebajar su nivel de felicidad o a verla, cuanto menos, obstaculizada», destaca Zapata.

«Esto viene a decir que nuestra población es muy resiliente y que, incluso en la precaridad, nos podemos considerar personas felices», relata la psicóloga. La resiliencia es el paso que engloba todo el bienestar y es la capacidad de poder ordenar todas las técnicas para entrenar la serenidad del cerebro en un solo compartimento. «Cuando mejor lo hagamos, más autoestima tendremos», explica Marín, que considera que esta actividad, sin duda, «repercutirá en la felicidad».

El marco geográfico de Canarias cumple los requisitos para convertirse en un idilio, pero no por eso está ajeno a la extinción. El individualismo, que va de la mano con la soledad, es lo que lastra la felicidad en muchas regiones de nuestro entorno. También su salud. No en vano, aunque Dinamarca se consolida como el segundo país con mejor índice de bienestar según la Organización para la Cooperación y Desarrollos Económicos (OCDE) –conocido como Regional well-being index, en inglés–, el índice de suicidios es mucho mayor que en España. «La soledad resulta en un gasto para la salud, porque deriva en estados anímicos bajos», explica Marín. Según el Instituto Nacional de Salud Mental (NIH, por sus siglas en inglés) , aunque no se sabe muy bien por qué, las personas con depresión tienen tienen un mayor tendencia a desarrollar enfermedades cardiovasculares, diabetes, ictus, distintos tipos de dolor e, incluso, Alzheimer. Diversas investigaciones también sugieren que las personas con depresión pueden tener un mayor riesgo de sufrir osteoporosis.

Ante el creciente número de personas que están optando por unirse individualismo, Zapata considera que es importante «apostar por la creación de entornos favorables al encuentro, la interacción social y convivencia». El estudio más completo en relación a esta tendencia, publicado en la revista científica Psychological Science, analizó diversos indicadores culturales, como el vocabulario que se emplea en los libros, las modas cambiantes en los nombres que se ponen a los recién nacidos o la forma y tamaño de las familias. Según el grupo de investigadores estadounidenses, las personas prefieren ser solitarias en base a factores socioeconómicos, pero no a otros condicionantes culturales y medioambientales. Por tanto, concluye que estas tendencias indivualistas que cada vez son más comunes en la sociedad moderna están directamente asociadas al auge de los trabajos de oficina.

Fernández recuerda que la sociedad «influye en la personalidad» de las personas que viven dentro de ella. Los canarios han forjado una personalidad extrovertida incluso en aquellas personas que puedan considerarse más introvertidas. Por eso, «si la sociedad se hace más individualista y egoísta, es posible que todos los que vengan detrás, pierdan esta forma de ser característica». De ahí que insista en la necesidad de mantener «los hábitos y tradiciones».

Pero la ciencias que estudian el intrincado laberinto de nuestro cerebro no han sido, ni de lejos, las primeras en intentar desentrañar cuáles eran los factores necesarios para sentir bienestar. La Filosofía llegó mucho antes.

Siglos de búsqueda

Fueron los sabios de la Antigua Grecia como Epicuro y Aristóteles los primeros en intentar resolver un misterio tan subjetivo y deseado como la felicidad. Epicuro consideraba que la felicidad es el fin último de la vida y que consiste en vivir en continuo placer, es decir, en ausencia del dolor. En otras palabras, el bienestar se concibe en esta corriente filosófica –el hedonismo–como la presencia de un afecto positivo en detrimento de uno negativo. Bajo esta concepción, la felicidad sería una suma de momentos placenteros. En la psicología moderna esta rama filosófica se ha relacionado con dos elementos: el balance afectivo y la satisfacción vital percibida.

Por su parte, Aristóteles, padre de la llamada eduaimonia, consideraba que la felicidad consistía en lograr, a lo largo de toda la vida, todos los bienes –salud, riqueza, conocimiento y amigos– que conducen a la perfección de la naturaleza humana y al enriquecimiento de la vida humana. La transformación de esta corriente filosófica con el paso de los años ha quedado resumida en «vivir de forma plena o dar realización a los potenciales humanos más valiosos». Esta concepción establece que el bienestar se encuentra en la realización de actividades que sean congruentes con unos valores profundos y que requieren un compromiso pleno, siendo esta la única forma de que las personas se puedan sentir «vivas y auténticas».

Pese a los intentos, durante todo este tiempo ha sido difícil llegar a una conclusión clara sobre lo que significa ser feliz. Pero eso no ha impedido a los más ávidos autores a plasmar su concepción (subjetiva) del bienestar. El arte se ha convertido en la ventana para acercar al mundo una interpretración abstracta del Santo Grial de los sentimientos. La felicidad ha tratado de buscar un hueco en el arte a través de todo tipo de formatos artísticos (cuadros, libros o filmes). Sin embargo, la expresión «más pura» de la felicidad, como explica la historiadora del arte de la ULL, Yolanda Peralta, se traduce en una corriente artística que tuvo su inicio con los impactantes trazos del pintor francés Henri Matisse. En los contrastes cromáticos que caracterizan sus obras se esconde lo que se conoce en el arte como la representación más honesta de la felicidad: La Joie de vibre.

«La alegría del vivir surge como parte de una expresión hedonista de la felicidad», explica Peralta. Esto quiere decir que en las obras que componen esta corriente artística se busca la felicidad en el sentido del goce y el placer. Aunque cada autor tiene una forma diferente de representar esta concepción del bienestar, todas las creaciones que pertenecen a esta producción destaca un factor común: el arraigo a la naturaleza. «Es una constante que muchos artistas utilizan en sus obras, porque vinculan la naturaleza una forma de reconectar con el disfrute», resalta la historiadora del arte.

El vínculo con el medioambiente es, a su vez, la apariencia poética del malestar o la desidia que a menudo provoca la compleja y ajetreada vida que impera en las urbes o ciudades más industrializadas. Pero incluso cuando coinciden en un elemento común de disfrute y de acercamiento a la belleza, hombres y mujeres discrepan en la manera de representar el bienestar.

Para los varones, es fundamental que en esa representación de la naturaleza aparezca la figura de una mujer desnuda. «Las obras de Matisse, Picasso y Dalí expresan la alegría del vivir con un corro de mujeres desnudas que bailan gozosas al haber establecido un vínculo estrecho con la naturaleza», relata la especialista. En cambio, la visión femenina elimina de raíz la desnudez. «Ellas son más proclives a mostrar ese vínculo de la naturaleza a través de imágenes de otras mujeres vestidas en un paraíso diseñado solo para ellas», explica Peralta, que también incluye en esta fórmula femenina de la felicidad la representación de la maternidad. Uno de los ejemplos característicos de esta forma feminista de ver el mundo está en la obra de la fotógrafa canaria Carmela García que, para representar su idilio feliz, muestra mujeres vestidas, solas o acompañadas, disfrutando de escenarios idílicos vinculados con la naturaleza.

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