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Ayoze González | jefe de servicio de neurología y neurofisiología clínica del hospital doctor negrín

«Una vida plena permite al cerebro conservar la felicidad»

El facultativo Ayoze González en su despacho en el Hospital Doctor Negrín. LP / DLP

Esta quizás es la pregunta más difícil, ¿Cómo definiría la felicidad?

El concepto de la felicidad no ha sido fácil de definir desde una perspectiva científica. Si clásicamente, y debido a la influencia aristotélica en el pensamiento occidental, la felicidad se había considerado como un estado compuesto por dos aspectos, el placer (hedonia) y una vida bien vivida (eudaimonia), la influencia reciente de la psicología positiva ha añadido un tercer aspecto, que es el sentimiento de compromiso y participación en la vida. Por lo tanto, y más allá de la definición exacta propuesta por la literatura científica, parece claro que la felicidad, en el ser humano, implica una sensación de bienestar consigo mismo y con el entorno, así como la capacidad de disfrutar de estímulos tanto externos como internos.

¿Qué ocurre en nuestro cerebro cuando somos felices?

Aunque el cerebro humano funciona como una red de circuitos que interaccionan entre sí de forma global, se puede identificar el sistema límbico, una estructura funcional del cerebro situada en un lugar muy profundo, como el centro de procesamiento de las emociones, incluida la felicidad. En este sistema límbico se encuentran los circuitos de recompensa cerebral, que son áreas relacionadas con la repetición de conductas que se perciben como buenas para el ser humano. Estos circuitos de recompensa están conformados por varios ítems que toman una forma esquemática. En este entramado se encuentran las neuronas que liberan dopamina, una sustancia química neurotransmisora, y que se conectan con el núcleo accubens y con el lóbulo frontal.

¿Cómo funcionan estas conexiones?

El primero es una pieza muy importante de los circuitos de recompensa. El núcleo accubens es el responsable de la experimentación de placer y de aprender a través del refuerzo de los estímulos que se perciben como buenos. Por su parte, el lóbulo frontal es el que permite que llegue la información sobre la emoción y la motivación y, además, hace posible la integración de estos estímulos en los procesos de adecuación social, de manera que la búsqueda de la felicidad no sobrepase los límites de lo socialmente permitido.

¿Qué sentimos a nivel fisiológico?

Esta es una pregunta muy interesante, puesto que permite introducir una diferenciación importante entre emoción y sentimiento. El sentimiento es la representación mental del estado en el que se encuentra nuestro cuerpo, mientras que la emoción es la respuesta física al estímulo. Ya desde los trabajos de los años 90 de Antonio Damasio se propone que la emoción, es decir, el cambio físico, se genera como respuesta al estímulo antecede al sentimiento. De ahí que, en este contexto del que hablamos, la emoción sería la alegría, y el sentimiento, la felicidad. En concreto, la alegría genera un incremento de la frecuencia cardiaca, un aumento de la presión sanguínea y un cambio en la musculatura facial, entre otros.

¿Y qué pasa cuando no somos felices en nuestro cerebro?

Lo contrario a la alegría es la tristeza, que es otra emoción y que está asociada al sentimiento de pérdida. En estos casos, trabajos realizados con análisis de neuroimagen funcional han puesto de manifiesto que en las personas que sufren un episodio de tristeza hay una mayor activación de dos áreas cerebrales diferentes: la amígdala y el hipocampo. La amígdala es un área localizada en las zonas más profundas de nuestro cerebro y está relacionado con la integración emocional de los estímulos externos. Esto es lo que nos puede generar sentimientos como la ira o el miedo. El hipocampo es el área cerebral que sirve como sustrato a la memoria. Cuando estamos tristes, además, se produce un mayor consumo de glucosa y oxígeno, y por eso se producen esos habituales estados de agotamiento físico.

¿Tienen los dos hemisferios cerebrales, a menudo considerados diferentes, algo que ver con la felicidad?

Como te comentaba antes, el cerebro humano funciona como un circuito de redes neuronales interconectadas entre sí. No se puede decir que el sentimiento de felicidad esté localizado en un lóbulo cerebral concreto, sino que son diferentes estructuras las que se activan e interactúan para genera ese sentimiento. No obstante, los aspectos relativos a la personalidad sí que se han han relacionado tradicionalmente con la actividad del lóbulo frontal. Históricamente, además, se ha llegado a atribuir al hemisferio derecho un papel predominante en lo emocional y creativo y al izquierdo en lo analítico. Sin embargo, los avances en los últimos 25 años no han apoyado esta distribución de una manera tan clara y hoy se entiende, tal y como referíamos previamente, el funcionamiento del cerebro como un fenómeno más global e interconectado.

¿Qué sustancias emite el cerebro a nuestro organismo cuando siente felicidad?

Las neuronas se comunican entre sí por sustancias químicas denominadas neurotransmisores. Son diversos los neurotransmisores que participan en las respuestas afectivas, como la felicidad. Entre ellas, la dopamina y la serotonina son las más clásicamente relacionadas con la felicidad, aunque otras como la noradrenalina o la oxitocina son también importantes en estos estados.

¿La difusión continua de estas sustancias en nuestro organismo, pueden jugar un papel en nuestra contra?

Si la regulación interna de estas sustancias no se realiza adecuadamente puede producirse un exceso de ellas en el cerebro, lo que conduce a un mal funcionamiento del mismo. Por ejemplo, algunas drogas recreativas, como la cocaína, impiden que se reabsorban estos neurotransmisores, con lo que el cerebro «se inunda» de ellos. Eso acarrea que seamos menos capaces de poner límite a la búsqueda de placer, sin tener en cuenta las consecuencias o la adecuación social.

¿La felicidad es duradera o un estímulo finito?

La felicidad es un sentimiento, que se genera como respuesta al estado del organismo con respecto a sí mismo y al entorno. Por lo que, si las circunstancias cambian, también lo hará ese sentimiento. En ese sentido es finita. Pero si una persona consigue una situación vital en la que vive una vida que le llena y plena, el cerebro será capaz de mantener la respuesta neurológica que permite conservar el sentimiento de la felicidad.

¿Tiene que ver esa sensación de bienestar con nuestra salud física?

La relación entre salud física y felicidad es bidireccional. Por una parte, la salud física mejora la sensación de la persona con respecto a sí mismo y al entorno, pero es que, además, hay estudios que relacionan la felicidad con una menor proporción de problemas cardiacos, vasculares y con una menor actividad inflamatoria en el organismo y un mejor funcionamiento del sistema inmunológico. Por lo tanto, sí, existe una estrecha relación entre ambos factores.

En pacientes con enfermedades crónicas, ¿sus cerebros funcionan de forma diferente en cuanto a estas sensaciones?

En los pacientes con enfermedades crónicas se rompe ese equilibrio mental que existe en cuanto a la relación de la persona con sí mismo y con el entorno, además de generarse una sensación de pérdida (de salud, de calidad de vida, de autonomía…) que influye negativamente en el estado cerebral. Esto lleva, como se explicaba anteriormente, a una activación de áreas cerebrales relacionadas con la tristeza. En ese contexto, la respuesta cerebral a los estímulos es diferente.

¿Hay alguna enfermedad que pueda limitarnos a la hora de sentir bienestar?

Hay diversos trastornos cerebrales que pueden llevar a la aparición de anhedonia. Quizás la más típica es la depresión, que es un trastorno en la esfera de la psiquiatría que se caracteriza por una serie de síntomas en los que predominan el bajo estado de ánimo y la tristeza. Pero solo cuando se asocian estos síntomas con otras alteraciones suponen un estado patológico.

¿Las conductas poco saludables, como fumar, comer mal o no hacer ejercicio, afectan a nuestra búsqueda de la felicidad?

Si, porque la felicidad se genera como respuesta a un equilibrio entre la persona, el entorno y la capacidad para sentir placer. En este aspecto, las conductas poco saludables, como los hábitos nocivos, la dieta poco sana o el sedentarismo, no generan esa sensación de bienestar relacionada con la vida gozosa o el disfrute, es decir, no generan un marco en el que el organismo pueda sentirse en equilibrio.

¿Hay diferencias entre hombres y mujeres a la hora de llegar a esa ansiado estado de goce y plenitud?

Una de las principales diferencias entre hombres y mujeres tiene que ver con las hormonas propias de cada género. La exposición cerebral a una mayor concentración de estrógenos durante el neurodesarrollo en el caso de las mujeres y de testosterona en los casos de los hombres, lo que puede inducir cambios neurofuncionales en el cerebro. Pero estas diferencias suelen ser residuales, porque el comportamiento humano tiene una influencia muy elevada del entorno social y del aprendizaje. Esto quiere decir que, aunque la base de la conducta es la biología cerebral, esta está altamente modulada por el entorno. Por eso, las principales diferencias entre hombres y mujeres vienen determinadas por los procesos de educación y socialización. Esa es una rama de conocimiento más próxima a la psicología, como ciencia que estudia el comportamiento humano.

El 50% de la felicidad tiene base genética, ¿Qué genes son los que «memorizan» la felicidad?

No se puede identificar un gen concreto con el gen de la felicidad. Sí hay estudios que han relacionado algunos genes relacionados con la serotonina como factores que determinan una mayor predisposición a sentirse felices. Sin embargo, el ambiente influye en el funcionamiento neurobioquímico del cerebro, modificando las conexiones cerebrales. Por lo tanto, y como final de la entrevista, me gustaría darle la vuelta a esta afirmación, y si solo un 50% de la felicidad tiene base genética, eso significa que tenemos un gran margen de maniobra, como seres humanos, para trabajar en nuestra felicidad.

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