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Conflicto abierto

Pastores contra osos en el Pirineo: "Ellos o nosotros"

La marcha de un rebaño tras ser atacado por un plantígrado caldea la coexistencia con estas grandes bestias, que nunca ha sido pacífica en las montañas

Ramon Cornellana, en el corral de Puiggròs donde tiene encerrado a su rebaño tras los ataques del oso. Jordi V. Pou

El bisabuelo de Ramon Cornellana tenía 17 ovejas a principios del siglo pasado. Su abuelo amplió el pequeño rebaño hasta llegar a los 400 ejemplares y su padre lo volvió a ensanchar, alcanzando primero los 1.300 animales y después bajando a 430. El propio Cornellana los pastoreaba hasta el pasado 28 de junio, cuando un oso puso su mundo patas arriba. 

“Si queréis hacer experimentos, ponéis vosotros las ovejas”, les dijo ese día a los agentes forestales que habían subido hasta el Cap de Juverri, cerca de Farrera (Pallars Sobirà), donde el rebaño pastaba y dormía, sin cerca ni perro guardián, durante los meses de calor.

A sus pies había dos ovejas muertas, atacadas poco antes por un oso. El día anterior, el mismo plantígrado había matado a otras tres. Cinco más se encontraban desaparecidas. 

Cornellana, de 65 años, habló con sus hijas (una de ellas, llorando, le pidió: “deja de subir a la montaña, papá, que te va a pasar algo”) y decidió que hasta aquí había llegado. Sacaría a las ovejas del Pirineo, las pondría a la venta y abandonaría el pastoreo. “Los osos no son compatibles con la ganadería extensiva tal y como la he conocido yo”, asegura. 

Agresiones y veneno 

La convivencia entre osos y pastores nunca ha sido del todo pacífica en estas montañas. Aquí, a diferencia de lo que ocurre en la Cordillera Cantábrica, el animal llegó a desaparecer, víctima de los cazadores, y los al menos 70 ejemplares que habitan actualmente el Pirineo son de origen esloveno, gracias a cuatro sueltas distintas llevadas a cabo en las tres últimas décadas. Desde entonces, el conflicto con los pastores de ovejas, un animal que resulta mucho más cómodo de atacar para el oso que las vacas que protagonizan la ganadería en Asturias o Palencia, nunca ha estado demasiado lejos. 

En 2008, el ataque en el Vall d’Aran de una osa llamada ‘Hvala’ a un cazador, al que provocó 13 puntos de sutura entre la pierna izquierda y el brazo derecho, hizo que todos los grupos políticos en ese territorio se unieran para exigir que los plantígrados, del primero al último, se marcharan por donde habían venido. En 2020, apareció muerto el oso ‘Cachou’, al que se le atribuían cinco ataques a ganado. Había sido envenenado. La investigación, que continúa en curso, destapó una red formada por funcionarios y autoridades que presuntamente urdió un plan para que el plantígrado ingiriera líquido anticongelante.

El reciente ataque a las ovejas de Cornellana ha vuelto a caldear los ánimos, a pesar de que las agresiones se han reducido en los últimos tiempos. Según los datos proporcionados a este diario por la ‘conselleria’ de Acció Climàtica, Alimentació i Agenda Rural, los ataques de oso a ovejas y cabras en el Pirineo catalán ascendieron a 61 en 2018, pero desde entonces han bajado hasta llegar a los nueve del pasado año. Por eso, sin dejar de reconocer lo que para un pastor supone que su ganado aparezca despedazado, aunque reciba compensaciones económicas, la Generalitat llama a la calma. Los conservacionistas también argumentan que el debate se está “yendo de las manos”, poniendo el foco en la importancia de que un animal tan ligado al Pirineo como el oso vuelva a pisar sus montañas. 

Mucha altura, pocos frutos

Pero los pastores insisten en que los plantígrados se deben marchar, una posición que respalda la Unió de Pagesos. “Veo muy difícil la coexistencia entre el ganado extensivo y el oso. Es ellos o nosotros. Y la partida la está ganando el oso. No han puesto límites a la zona oso, cuántos osos tiene que haber, cuándo va a parar todo esto. Porque el Pirineo no es Asturias. Las montañas aquí son mucho más altas, con menos frutos secos y silvestres. Cuando el animal se despierta de hibernar, si no coge un jabalí, lo tiene difícil para comer. Esto es el principio del final de la ganadería”, sostiene Joan Guitart, coordinador de las comarcas de montaña en el sindicato agrario. El pasado domingo, Guitart y otros compañeros subieron al Pallars Sobirà a despedir a las ovejas de Cornellana, que ahora se encuentran en Puiggròs (Les Garrigues), lejos del Pirineo y sus osos. Allí estaba también un señor de 92 años llamado Josep Bringué, llorando por la desaparición del último rebaño en un pueblo que llegó a tener cuatro. Una idea comenzó a instalarse en el grupo como forma de protesta ante lo ocurrido: una “huelga de montaña”. Según Guitart, que aclara que la decisión aún no se ha tomado, consistiría en esto: “Dejar de sacar los animalesAbandonarlo todo. Que solo limpie el monte la Administración. Y si hay un incendio, ellos sabrán”. 

Vallas electrificadas

“Lamentamos esta situación. No es una buena noticia para el país, porque la ganadería extensiva es muy importante para la conservación de estos espacios abiertos”, dice Marc Vilahur, director general de Polítiques Ambientals i Medi Natural. Pero Vilahur también subraya que las ovejas de Cornellana no tenían un perro de guarda, y que el pastor tampoco había echado mano del dispositivo de la Generalitat para evitar los ataques de oso durante estos meses. Consiste en reagrupar varios rebaños y colocar una valla electrificada en el espacio donde pasan la noche.

“El reagrupamiento puede sonar bien. Te dicen que te cuidan las ovejas, pero no las ves en dos o tres meses –objeta Guitart, de la Unió de Pagesos-. Y los animales engordan menos. Se juntan dos o tres mil, así que los más débiles sufren, porque no encuentran comida. Al final es otro problema derivado del oso”. 

Puede ser. Pero la ganadería ovina extensiva tiene en el Pirineo problemas más importantes que el oso, según Guillermo Palomero, presidente de la Fundación Oso Pardo. “El sector tiene retos mucho mayores, como la falta de relevo generacional o su capacidad para competir con los precios del mercado”, explica Palomero, para quien el conflicto, en el fondo, tiene bastante que ver con “un sindicato que aprovecha la coyuntura para hacerse notar en los medios”, magnificando el impacto de ataques como los sufridos por el rebaño de Cornellana.

El antiguo pastor, mientras tanto, continúa cabizbajo, triste. Echa de menos levantarse a primera hora de la mañana, montarse en su todoterreno y subir al monte a pasar el día con sus ovejas. Cornellana pensaba jubilarse dentro de poco, pero no así. “No con esta angustia”, señala. “Desde entonces se me ha quedado algo entre el estómago y el corazón. Y no se me va. Mi vida es la familia y las ovejas –dice entre lágrimas-. Habrá quien diga que soy un sentimental por tomármelo así, pero cuanto más las cuidas, más te duele. Lo que yo siento ahora no se lo deseo a nadie”.

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