Me enseñó a pescar. Especialmente, a hacer los nudos que son tan socorridos en ese noble arte de coger resfriados, como le gustaba bromear a él. “¿Pescaron algo?”, nos preguntaban en casa a la vuelta de una jornada tirando a fondo en la Avenida Marítima de Las Palmas. “¡Nada! ¡Bueno, sí, un resfriado!”, respondía alegremente. Y lo acompañaba con la sonora risa suya característica, amplia y franca.

Se le paró el corazón el pasado 1 de agosto a los 57 años. Sin sufrimiento. Al parecer, nada más que le dejó de latir. A los que seguimos con un corazón que late, Fernando nos deja la enseñanza ilustrada de la fugacidad de la vida, la finísima tanza que separa el estar del no estar, con todo lo que eso significa.

Hijo de Saro Arencibia Toledo y de Óscar Guersi Fuentes, hermano primogénito de Pilar, Beatriz y Nacho, Nano, como se le conocía en su casa, fue muy buen futbolista. Espigado y veloz. Yo tuve la suerte de que, a pesar de nuestra diferencia de edad, cuatro años, en nuestra infancia y adolescencia hacíamos muchas cosas juntos. Entre ellas, jugar al fútbol. Y él, cuando jugaba en el Artesano, me recomendó al presidente Francisco del Pino para ingresar en el Huracán el año de su fundación. Me insistió, llevándome de la mano a mi partido de prueba. Confió en mí y no veas cómo se alegró del resultado, aunque perdiéramos 13 a 2. Gracias a Fernando, por tanto, ingresé yo en el Huracán y, detrás mía, grandes promesas del Colegio Alemán como Pedro Bernal, Víctor Bordallo y Gonzalo Piernavieja.

Fernando nos deja la enseñanza ilustrada de la fugacidad de la vida, la finísima tanza que separa el estar del no estar, con todo lo que eso significa.

En los muy calurosos veranos de Firgas, Fernando “el de Saro”, como le llamábamos en la familia para distinguirlo de Fernando “el de Mary”, primo de su misma quinta, me venía a buscar para que lo acompañara a hacer perrerías por fincas y acequias con su recién estrenada escopeta de balines. También íbamos con otros primos a practicar el tiro a puerta al campo de fútbol del pueblo, que entonces estaba permanentemente abierto y en ocasiones hasta con las redes aún puestas en las porterías.

Vivió con pocas ataduras e intensamente, creo, y haciendo siempre algo a medio camino entre lo que quería y lo que le dejaban. Últimamente lo veía de vez en cuando cerca de la oficina donde trabajo. Su casa estaba cerca, en Las Canteras. Vivía desde hacía ya unos cuantos años con Saro, su madre. La última vez que nos encontramos había empezado a trabajar hacía poco en una empresa de transporte y ese día estaba agotado, pero optimista y contento, como siempre.

De los primos que crecimos en torno al numero 20 de la calle Primero de Mayo de Las Palmas -una prole de entre 20 y 30, descendientes todos de los cuatro hermanos Arencibia de la tienda de Triana (Luis, Pedro, Manolo y Adolfo)-, Fernando es el primero que dice adiós. Antes fue primero en muchas cosas. En ser el más rápido, por ejemplo, y el más cariñoso. También, de los más divertidos. El corazón que se le paró el otro día era alegre y noble como él. Se fue diciéndonos que exprimamos sin miedos la vida.