La Provincia - Diario de Las Palmas

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Un prototipo

Un prototipo

Hasta hace unos meses no veía la televisión. No porque me pareciera una pérdida de tiempo o porque creyera que el contenido no era interesante. No la veía simplemente porque no tenía un televisor en casa. Esto cambió en septiembre cuando me compré uno porque me cansé de ver series en el ordenador portátil. Desde entonces, un mastodonte de cincuenta y cinco pulgadas preside mi salón y aunque al principio no le daba mucho uso porque no sabía muy bien qué ver, sigo sin pensar que el contenido no sea interesante. El problema está en la oferta: es tan amplia que marea. Si no nos gustan los canales de la TDT cambiamos a servicios de streaming usando el mismo mando sin movernos del sofá. Lo considero progreso. Lo llamo lujo.

En ese lujo he descubierto un programa que me fascina y que se llama La isla de las tentaciones. Entiendo que pase de página y crea que estoy burlándome de usted, pero si llega al final de este texto verá que hablo muy en serio. Si no sabe en qué consiste o de qué trata La isla de las tentaciones, se lo explico. La isla de las tentaciones es un reality de Telecinco que ya va por su quinta edición y que consiste en separar en dos villas diferentes a cinco parejas que quieren poner a prueba su amor (palabras textuales de varios de los participantes), que están en crisis o que quieren ver hasta qué punto pueden confiar en sus compañeras y compañeros de vida. Las mujeres residen en una villa y los hombres en otra. Además, cada uno de estos grupos convive durante la duración del reality con diez mujeres y hombres solteros a los que el programa y los participantes se referirán como “tentadores” y “tentadoras”. La dinámica es sencilla, simple: ¿caerán los concursantes en la tentación? Es decir, ¿traicionarán a sus parejas? Una vez a la semana me siento en mi sofá y me dejo envolver por las paradisíacas playas y paisajes del programa, pero sobre todo por las frases dichas por los concursantes. Me horrorizan y me hacen mucha gracia a la vez. Mi frase favorita es: “Tú eres mi prototipo de mujer” o “Tú eres mi prototipo de hombre”. La primera vez que se emitió La isla de las tentaciones fue en enero de 2020. En dos años ha habido cinco ediciones y han pasado por el programa más de cien participantes: todos repiten la misma frase en algún momento. Todos. No lo entiendo.

Es decir, entiendo lo que quieren comunicar, que su interlocutor encarna el ideal de belleza que tienen en mente, pero me cuesta mucho comprender por qué en dos años nadie les ha corregido. Nadie, ni una sola de las personas detrás de la cámara les ha susurrado que “prototipo” no significa lo que creen que significa. ¿Se reirán esos trabajadores de los concursantes en las pausas para comer? Creo que yo lo haría. Con la mirada clavada en la pantalla trato de decidir si lo que estoy viendo es una crítica a la banalidad de las relaciones amorosas de hoy en día. Vínculos endebles basados en la pura atracción física por cuerpos perfectos a golpe de bisturí y sesiones inhumanas en el gimnasio, esteroides, bañadores diminutos y cantidades ingentes de alcohol. No resultaría difícil creer que los participantes se mueven por el programa de la forma en la que se mueven porque son críos y crías o bien impermeables a la realidad o bien extremadamente desconectados del mundo. La mayoría apenas superan los veinte años. Otra de las frases que se repiten mucho entre ellas y ellos: “Yo vengo aquí a ponerme a prueba”. ¿Qué clase de prueba ha de superar el amor entre dos personas para estimarlo digno? Soy de la vieja escuela, supongo, para mí el amor es un reconocimiento entre dos personas, dos iguales que se ven bajo las capas que construimos para esconder nuestras vulnerabilidades, nuestros defectos y nuestras miserias.

Participé esta semana en un ciclo de conversaciones organizado por el festival de pensamiento BIVAC en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona. El tema sobre el que giraron las conversaciones era la idea del refugio, ¿cómo protegernos de la intemperie en un mundo en emergencia? Planteé que las relaciones que tejemos con nuestro entorno son el principal refugio con el que contamos. Por eso tenemos que esforzarnos en emplear los mejores materiales: de su calidad depende nuestra supervivencia. Esas relaciones de calidad no surgen de la nada sino que se basan en vínculos sanos construidos sobre el respeto mutuo, la confianza y, sobre todo, los cuidados. Todos los jueves me siento por la noche a ver La isla de las tentaciones y lo comento con mis amigas. Un gran número de los participantes de las cinco ediciones de este programa son hombres y mujeres jóvenes canarios. No me parece mal, solo me llama la atención. Me gustaría decir que me preocupa porque no sé qué les estamos enseñando a los jóvenes, pero seguiré viendo el programa porque me entretiene más de lo que me espanta. Supongo que ninguna de estas personas es mi prototipo.

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