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Asturias

Nunca es tarde para ser madreñera

La casina Maximina Fernández, 'Abuela campesina 2022', realiza un oficio eminentemente masculino: "Siempre lo vi hacer en casa y me animé hace 4 años"

Maximina Fernández, trabajando en el banco de madreñero de su marido, en Bezanes (Caso). ANA PAZ PAREDES

Maximina Fernández Vega vive en la misma casa en la que nació hace 75 años en Bezanes (Caso), tierra esta, junto con Somiedo, popular por la gran cantidad de madreñeros que hubo en su día y de los que, actualmente, apenas queda ya alguno. "Solo Juan, el de Veneros", explica Fernández Vega, esposa, hija y nieta de madreñeros, que habla con pasión de su vida, de su pueblo y de su necesidad de mantenerse siempre activa y motivada donde vive.

Justo por eso, y además por toda una vida dedicada al campo, al servicio social, la defensa de las tradiciones y ser motor, al mismo tiempo, de actividades para las mujeres del campo, ha sido nombrada este año 'Abuela campesina' 2022 por parte de la Asociación de Mujeres Campesinas de Asturias (AMCA), cuyo comunicado reza que este es "un reconocimiento por su labor y trabajo desinteresado por la conservación de las tradiciones, así como por el esfuerzo en el desarrollo personal y mejora de las condiciones de vida de la comunidad".

Casada con Eloy Cabilla Fernández, madreñero de Bezanes, le vio trabajar toda su vida en este oficio hasta que enfermó y tuvo que retirarse. "Siempre vi hacer esto en casa. Mi padre ya era madreñero también con 12 años, y también mi abuelo paterno", señala Maximina, quien dice que la principal razón de ponerse a hacer madreñas hace unos cuatro años fue porque "tenía que hacer algo, yo es que nun puedo estar parada. Un día, de aburrida que estaba, me metí en la caseta y empecé haciendo unas madreñas piquiñinas para regalar a un recién nacido, como recuerdo. Luego fui haciendo más y al final empecé a hacer las grandes. El otro día llegaron unos turistas de Málaga y se llevaron unas cuantas encantaos", dice la mujer que, cuando habla, transmite la pasión que siente por lo que hace y explica, a quien se lo pida, todo el proceso, en su afán de mantener vivo un oficio que ha sido eminentemente masculino y que está en vías de desaparición, pues quedan ya muy pocos artesanos dedicados a ello.

Explica Maximina que ella no hace la madreña desde el principio. "Yo parto de la mitad del proceso, no corto el tronco, sino que trabajo ya con piezas de madera ya cortadas, y lo que hago es limpiar bien, ahuecar, darle forma, rasurar, hacer la talla, poner las gomas a los tacos y pintar y/o barnizar. Las últimas que hice son para Manuel. Para las madreñas se suele trabajar el abedul, el nogal o el castaño", explica.

Otra razón para retomar, hace cuatro años, este oficio, aunque sea para combatir el aburrimiento y mantenerse activa, es que no se olvide la importancia de una profesión que reinaba en el concejo.

"Antes la vida era muy dura, durísima. La mujer tenía que hacer todos los trabajos de fuera: sembrar, arar, ser madre, atender a los hijos y a los mayores, lavar en el río o en la fuente, atender los animales, hacer la casa, coser, tejer... Bueno, de todo, y eso nunca ha sido valorado. Aquí se vivía de la madreña, aquí llegó a cargarse un camión con mil pares de madreñas cada semana, porque igual había tres o cuatro madreñeros en una misma casa. Había que ir al monte por la madera a cortarla con el famoso tronzador, y si no había dos hombres, también tenía que ir la mujer a serrar", recuerda ella.

Maximina, que no pudo estudiar Matemáticas, que tanto le gustaban, "porque en casa no había suficientes medios", estudió Corte y Confección, emigró a Suiza, volvió, trabajó como empleada de hogar en Gijón y, cuando sus padres enfermaron, regresó a cuidarlos a la casa familiar, de la que ya no se fue excepto para viajar algunas temporadas, junto a su marido, cuando ella se jubiló y vendieron las vacas. También trabajó unos cuantos años como asistente social en dos pueblos.

"Siempre hice lo que se me venía a la mano. Ahora ando con las piernas un poco mal, pero hasta el año pasado traía la leña. Yo cojo el tractor, la segadora... todo, vaya. Tuve suerte porque mi padre me enseñó a todo. Después de que mi hermano marchase para Estados Unidos, yo segaba con mi padre a guadaña. Con la llegada de la segadora y el tractor, el trabajo mejoró", recuerda esta mujer incombustible que ahora ha decidido ser, también, madreñera. Está muy emocionada con el reconocimiento que le otorga la AMCA.

"Para mí es un orgullo ser la ‘Abuela campesina’, es un orgullo enorme", afirma. El 6 de noviembre, en el restaurante Palacio de las Nieves de Langreo será homenajeada con una distinción otorgada a una mujer que se hizo a sí misma con la misma maestría con la que ahora hace madreñas.

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