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Violencia machista

El infierno de dormir con tu enemigo

“El día que llamé a mi mejor amigo para pedirle ayuda llevaba un año sin hablar con nadie que no fuera de mi trabajo”, afirma Esther Buela, víctima de violencia de género

Esther Buela, víctima de violencia de género. FDV

Durante buena parte de su vida, Esther Buela vivió sumida en la violencia, primero sexual –por parte de su padre–, después de género –que ejerció contra ella su primera pareja– y más tarde doméstica –de nuevo, por parte de su padre–. Sin embargo, puede decir que ha sobrevivido a las tres, aunque la sombra de cada una aún la acompañe. La acompañará siempre. Lo sabe.

Hasta que sus padres se separaron, cuando ella tenía cinco años, fue víctima de abusos sexuales, al igual que su madre, que tiene una enfermedad mental grave, y su hermana, mayor que ella y que tiene una discapacidad intelectual. Su madre nunca le denunció.

A sus treinta años, está segura de que su infancia repercutió en que después no supiera ver qué era violencia y a que normalizara falsos mitos como que el amor duele. Durante años se negó a reconocer los abusos porque le resultaba más sencillo que asumir la verdad y su mente ha bloqueado muchos de estos recuerdos, aunque tiene grabadas a fuego los abusos y las palizas que propinaba a su madre. “Una de las cosas que más me marcó y que hoy en día más pesadillas me provoca es el maltrato que ejercía sobre mi madre, más que el que ejerció directamente sobre mí”, afirma.

Luego, con 17 años, cayó en las garras de otro maltratador, un hombre de casi 40, que terminó anulándola por completo como persona. “Hoy en día tengo muy claro que lo que buscaba con esa relación era esa figura paterna que te cuide y también que una persona adulta nunca debería haber permitido eso”, comenta.

Al principio, eran actitudes de control que Esther interpretaba como muestras de amor, como que la acompañara siempre al instituto. “No veía que, en realidad, lo que quería era asegurarse de que no hablaba ni estaba con nadie más”, explica.

Pero la verdadera pesadilla se desató cuando, cumplidos los 18 años, se fueron a vivir juntos. Primero por con quién hablaba y con quién no en las redes sociales, después porque no le gustaba la ropa que se ponía cuando salían, y ella, para evitar los conflictos, cerró sus perfiles en las redes y cambió su forma de vestir. “Al principio, me cambiaba de ropa porque, además, me hacía sentir culpable, pero como, aunque me cambiara, el conflicto seguía, lo que hice fue terminar no saliendo de casa”, apunta.

Así, él terminó convirtiéndose en su único mundo, y más cuando unos meses después se fueron desde Padrón a vivir a Vigo. Lejos de su familia y de sus amigos, Esther quedó aislada. No tenía, además, transporte propio, por lo que si quería desplazarse dependía de él. Además, tuvo que dejar los estudios y buscar empleo para pagar el alquiler. “El día que llamé a mi mejor amigo para pedirle ayuda llevaba un año sin hablar con nadie que no fuera de mi trabajo”, recuerda.

Cuando se acercaban fechas señaladas como las Navidades, rompía con ella y cuando pasaban, volvía. Era la forma que tenía de que su familia no pudiese ver que algo malo pasaba en la pareja. “Además, como yo trabajaba en hostelería, me quedaba en Vigo trabajando, por lo que él se iba a casa de su familia y después volvía y no tenía que dar explicaciones de por qué yo no le acompañaba”, explica.

Pero no solo ejerció sobre ella violencia emocional; también económica, un tipo de maltrato bastante más común de lo que se piensa, pero que ni siquiera está penado en España. “Puso mi teléfono a su nombre porque decía que nos salía mejor. Él tenía una línea de crédito como autónomo y me hacía firmar cheques bajo amenazas y coacciones para poder acceder a ella. Yo cobraba 600 euros de camarera y él quería que aportase tanto como él al nivel de vida que quería”, afirma.

De esta manera, día a día, mes a mes, fue mermando su autoestima, hasta el punto de llegar a dormir en el suelo como castigo si él le decía que lo hiciera. Años después, descubriría que esto es algo muy común entre las mujeres víctimas de maltrato.

En los dos años y medio que duró la relación, su expareja nunca le puso la mano encima. “Gritaba, golpeaba las paredes y arrojaba cosas, pero nunca me agredió, hasta el día en que intentó tirarme por el balcón. Tuve mucha suerte porque la vecina de al lado salió y él se acobardó y me dejó en el suelo, y yo hui”, rememora. Con lo puesto, regresó a Padrón. Allí, el padre de su mejor amigo, policía, le explicó qué tenía que hacer y el proceso que seguiría a la denuncia. Dos días después, regresaba a Vigo para presentarla. Vino acompañada. “Tengo la suerte de tener unos amigos excelentes”, reconoce.

“Gritaba, golpeaba las paredes y arrojaba cosas, pero nunca me agredió, hasta el día en que intentó tirarme por el balcón"

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Fue en este momento cuando su padre reaparece en su vida. “Pensé que esa persona que se preocupaba por mí no podía haberme hecho lo que creía recordar. Me fui a vivir con él. Poco después me dio la paliza del siglo y me fui”, afirma. Su padre fue condenado por violencia doméstica a trabajos para la comunidad.

Esther ha podido rehacer su vida en Catoira. Tiene pareja y ahora se dedica a contar su historia a los alumnos para que conozcan de primera mano la pesadilla de la violencia sexual y de género. “Hay salida. Somos muchas las que estamos en el proceso y otras muchas que lo estarán”, remarca esta superviviente.

Del rechazo a los mensajes masivos

Esther Buela comienza relatando a los alumnos los abusos sexuales que sufrió siendo niña. Es una forma de empatizar con ellos. “Si comienzas directamente con la violencia de género se cierran”, afirma. Después, relata el infierno que vivió con su expareja cuando tenía prácticamente su edad. Decidió dar a conocer su experiencia hace dos años, después de una charla horrible sobre violencia de género en un instituto. “Los chavales reaccionaron fatal, como si los estuviéramos atacando, y se pusieron a la defensiva. Me di cuenta de que el mensaje no estaba llegando y pedí a la dirección volver otro día para explicar por qué yo hablaba de violencia de género”, comenta. Fue la primera vez que contó en voz alta su historia. Los mismos alumnos que un mes antes se habían cerrado en banda le enviaron 24 mensajes, muchos contando casos cercanos de violencia de género. “Ahí me di cuenta de que tenía que cambiar la forma de abordar el problema y que empatizamos con el dolor de otro”, explica. El año pasado comenzó a colaborar con el proyecto de la editorial Meraki. 'Calladita no eres más bonita', basado en el libro homónimo de Nuria Prieto que acerca el testimonio de diez víctimas jóvenes de violencia machista. Este verano decidió dejar la hostelería para dedicarse plenamente a esta iniciativa.

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