Nanda Santana Cruz tiene ahora 53 años. Por fin, después de ocho años, siente que ha vuelto a reencontrarse tras sufrir el horror de la violencia machista de la manera más perversa posible: la silenciosa. Cuando decidió separarse de su marido, descubrió que los golpes no solo podían ser físicos, sino que las vejaciones, ridiculizaciones o burlas pasaron a través de sus tres hijos también. "El maltratador utilizó a los niños, los maltrató con cachetones, pellizcones, cosas que no se ven, y les habla mal de ti, les dice que no quería separarse y que la culpa la tienes tú. De ahí, logró que mis hijos odiaran, tanto a mí, por ser la causante, como entre ellos". Lo contó a sus abogados de oficio, a los servicios sociales, a su médico de cabecera, al psiquiatra infantil y no hubo forma. De repente, todo cambio cuando se mudó de municipio y encontró a una nueva médico de familia una salvación gracias a que la derivó rápidamente a Salud Mental.
Por fin, su psicólogo acertó con el cuadro traumático y, conforme avanzaba la terapia, evolucionó su sanación. "Falta mucho por hacer y ahora que la pandemia está dando hueco a la salud mental que le corresponde, hay que mejorar mucho en el caso de la atención a la violencia psicológica y, también, a los menores que sufren sus consecuencias". Como periodista y profesora universitaria, hizo lo que sabía: escribir. Esas páginas se convirtieron en su refugio como método de desahogo y, con la Editorial Mercurio, publicó el libro Te haré la vida imposible. Cómo sobreviví a la violencia machista psicológica y vicaria, donde relata este caso que pretende que sea una señal de aviso para quienes la estén sufriendo. "Cuando un niño vive violencia vicaria el maltratador le está robando su infancia y le quita el derecho a crecer en un entorno libre de violencia". Respira, solo espera que sus hijos lo consigan pronto junto a ella.