La Provincia - Diario de Las Palmas

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Venga, circule

No da de comer

No da de comer

¿Les gusta el fútbol? A mí sí. Diría que mucho, incluso. Soy del Real Madrid desde que tengo uso de razón, aunque no recuerdo el momento exacto en el que señalé el televisor de mi casa y proclamé «Hala Madrid». Crecí en los noventa y en los dos mil, vi jugar a Hierro, a Roberto Carlos, a Ronaldo, a Zidane. De nada que seguí un par de partidos supongo que ya no hubo marcha atrás. La primera vez que pisé un estadio fue en 1997, yo tenía seis años y el Wydad jugaba en el estadio Mohammed V en Casablanca. Vi ese partido con mis padres, los tres formando una piña diminuta en uno de esos veranos de la infancia que se le antojan a uno interminables, como si en vez de tres meses durasen tres años. Lo que me llamaba la atención era la estética de los regateos, la tensión de los penaltis decisivos, el estudio de la técnica y la táctica, las posesiones largas del balón. De vez en cuando aflora un chascarrillo: «No pienso perder el tiempo viendo a veintidós hombres corriendo tras un balón», y lo puedo entender, puedo comprender el desdén de los demás, pero lo achaco a la ignorancia o a un tipo de clasismo que tiene que ver con desdeñar la belleza del puro esfuerzo físico en favor de otras empresas quizá más «intelectuales».

De vez en cuando oigo o leo que las mujeres no entendemos de fútbol o algo así, bueno. Yo jugué mucho de niña y de adolescente hasta que una tarde se me rompieron las gafas por un cañonazo que me mandaron directo a la cara. Ahí decidí retirarme y abandonar mi carrera de portera. Yo lo que quería era pasármelo bien, pero había muchos chicos que no aceptaban jugar con nosotras, las niñas, y entre una cosa y otra fui perdiendo el interés porque sentía que tenía que demostrar en cada partidillo que podía ser igual de buena que ellos o más (esa es otra también, ¿cuántos de los críos que juegan al fútbol en el patio de un colegio terminan convirtiéndose en el nuevo Pelé? Se lo adelanto: ninguno). Me rendí. Luego comencé a crecer y a cuestionarme algunas cosas, aunque seguía viendo todos los partidos del Madrid cuando podía. Llega un momento en el que uno deja de comprender o de ver razonable que una persona cobre cien millones de euros o más por jugar al fútbol. Los fichajes «más caros de la Historia» se solapan y el concepto pierde sentido porque se va actualizando cada poco tiempo. Ya no sigo tanto el fútbol porque me abruma el desencanto, creo que no me pasa solo a mí. Creo que lo de la Superliga de Florentino sacó muchísimos problemas a la luz y hubo un sector que desconectó y pasó página. ¿Por qué un deporte que era para del pueblo para el pueblo se ha ido volviendo cada vez más inaccesible?.

Por eso no estoy siguiendo el mundial de Qatar. ¿Se puede señalar lo erróneo de participar en el mundial y aun así viajar a Qatar y jugar? En un estadio construido sobre los huesos de más de seis mil trabajadores que han muerto en condiciones indignas, ¿es ético tirar la pelota y salir a correr tras ella allí? Quizá los aficionados no tendríamos que esperar ética de los jugadores que seguimos con la mirada de una punta a otra de un campo de fútbol, quizá tengamos que conformarnos con verles jugar y callarnos, porque ese es su trabajo y para eso se les paga. No tengo ni idea, no lo tengo del todo claro. Solo sé que yo no estoy viendo el mundial porque el fútbol a mí no me da de comer, así que puedo ser fiel a mis principios y mis ideas. Me pregunto si no es una vida de absoluto privilegio el tenerle más miedo a una tarjeta amarilla que a la muerte. El fútbol se concibió como el juego de la gente, ahora no es más que un reflejo de las sociedades podridas en las que vivimos y de un capitalismo voraz y atroz, capaz de llevarse por delante a cuantos sean con tal de seguir haciendo que la rueda gire. Seis mil quinientas personas de países como Bangladesh o Pakistán murieron para que la selección de fútbol alemana haga un poco el paripé posando tapándose la boca para denunciar el qué, ¿que la FIFA no les dejó ponerse una cinta en el brazo? Para eso más les hubiese valido no participar. Algunos amigos los han defendido porque los jugadores tienen poco poder de decisión respecto a sus federaciones. No es que no lo sepa yo. Solo me pregunto si la decisión última de jugar o no jugar no la tienen ellos. Yo diría que sí. Pero bueno, como les decía antes, a mí el fútbol no me da de comer.

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