El testimonio de superación y lucha contra la anorexia: "Llegué a pesar 28 kilos, mi corazón se paró"

El testimonio de superación y lucha contra la anorexia: "Llegué a pesar 28 kilos, mi corazón se paró"

Hace 12 años fui diagnosticada de anorexia nerviosa. Todo empezó con una simple dieta. Una dieta impuesta por el pediatra, en plena etapa de desarrollo. Conseguí bajar de los 60 kilos que pesaba, eliminando la bollería industrial, las grasas y la comida a deshoras.

A la par que perdía peso, mi autoestima crecía de una manera completamente falsa, envuelta en una oleada de reproches hacía mi misma y cargándome de una mochila llena de complejos.

Después de llegar a los 54 kilos y con una aceptación mayor por parte de mi entorno, el cual me rechazaba porque era "Eva, la gorda" consideré que no era suficiente y quise seguir. Nunca me cansaba. Todo empezó tirando un batido de chocolate por el baño, mientras oía la cisterna, notaba como mi vida había dejado de ser la que era.

Me perdí, dejé de ser yo para ser la enfermedad, para vivir por y para ella. Los kilos eran mi meta, adelgazar mi desafío y yo mi mayor enemiga.

Acabé jugando con mi vida hasta llegar a ingresar una primera vez en la Unidad de psiquiatría de Hospital del Niño Jesús, mi corazón estaba empezando a fallar y yo consideré que era la victoria a toda mi batalla. Pasé de ser "Eva, la gorda" a ser "Eva, la anoréxica".

Después de un mes y medio de ingreso, con miles de vivencias y aprendizajes de un mundo oscuro, como es el de los TCA, volví a mi vida normal. Recuperé mucho peso del que había perdido. Era entonces cuando comenzaba la guerra. Una batalla contra mi misma, contra mi identidad y mi dismorfia corporal. No me veía y sentía que estaba gorda, me rechazaba y todo volvió de nuevo.

Un año después volví a caer en las garras de la anorexia, de las que nunca escapé. La vida me estaba dado una oportunidad y yo no quería aprovecharla. Cada vez tenía mayores y peores comportamientos con la comida, pasé a odiarla, tanto o más que como me odiaba a mí.

Desarrollé una fuerte potomanía, una obsesión por el agua, llegaba a beber hasta 12 litros diarios. No quería comer y rechazaba todo tipo de alimentos. Le cogí pánico a comer enfrente de la gente y seguí jugando. Jugué hasta limitar mis pasos, mis estudios, mis amistades y volví a limitar a mi corazón. Una bradicardia determinó que no podía seguir huyendo de un ingreso, era enero de 2015.

Tres meses después, pasando por el hospital de día para conseguir no cambiar los comportamientos adaptados durante el ingreso, volví a la calle. Dentro del hospital me sentía en casa, era mi cobijo.

No pude controlarme, volví a caer, una tercera vez. Tenía diecisiete años y no podía dejar de lado mis estudios, logré aprobar selectividad y ponerme, una vez más en un último plano, me perdí. La báscula era mi condena diaria, cada día observaba cuando subía o bajaba. 400 gramos, era desmesurado para mí.