GEOPOLÍTICA

Carrera por la autonomía estratégica: de la guerra del microchip a las interconexiones de energía

La guerra de Ucrania, el covid y el aislamiento de China aceleran los planes para depender menos del exterior en suministros básicos

El comisario europeo de mercado interno, Thierry Breton, presenta la ley de microchips europea, que se adoptaría en agosto de este año.

El comisario europeo de mercado interno, Thierry Breton, presenta la ley de microchips europea, que se adoptaría en agosto de este año. / EFE

Mario Saavedra

El mensaje se repite como un mantra. Casi en cada ocasión en la que un líder europeo se pone a hablar de la situación geopolítica, esgrime un concepto misterioso: la "autonomía estratégica". En la Europa de 2022, significa, 'grosso modo', no volver a caer en la tentación de depender de un solo país (Rusia) como principal proveedor de gas, ni de otro (China) como principal proveedor de casi todo lo demás; y, al tiempo, estar preparados para defenderse en caso de ser necesario, sin tener que seguir los dictados de nadie. “Poder actuar y cooperar con socios internacionales y regionales siempre que sea posible”, según ha definido el Consejo de la UE, pero siendo capaces de “operar de forma autónoma cuando y donde sea necesario”.

La autonomía estratégica en el terreno militar está lejos de conseguirse. La defensa de los países de la UE es difícil de imaginar sin la OTAN, a pesar de que los funcionarios del viejo continente se afanan en decir que ambas pueden coexistir y que Berlín o París toman decisiones militares de forma independiente. 

Mucho más nítido es el camino a seguir en cuanto a independencia económica. La bofetada de realidad de la pandemia despertó a muchos del sueño de una globalización y una deslocalización empresarial sin límites. En los primeros momentos, hubo una competencia brusca entre todos los países por conseguir todo lo necesario para luchar contra el virus: respiradores, mascarillas, compuestos químicos… El mundo se despertó a la realidad de que todo se fabrica en China, o en India o Bangladesh. De pronto, Occidente era débil y exponía un gran talón de Aquiles. La carencia de los suministros más básicos amenazaba la vida de decenas de miles de personas. La misma historia se ha repetido varias veces en estos tres años de calvario. Primero, con el gran atasco en la cadena de suministros por el bloqueo del Canal de Suez (al quedar atravesado un barco por accidente) o el del puerto de Shanghái (por la política de Covid cero de China). Después, con la reducción gradual hasta el cierre definitivo del grifo del gas ruso por la guerra de Ucrania

“Si hay algo que hemos visto acelerarse en estos años es la sensación de que la hiperconectividad, que fue uno de los grandes avales de la globalización, nos hacía sentir más vulnerables”, analiza para El Periódico de España, del grupo Prensa Ibérica, Carme Colomina, investigadora principal de CIDOB. “Esa hiperconectividad ha facilitado a los grandes poderes internacionales un instrumento de competición tecnológica que pueden usar potencialmente para debilitar al otro”.

Ley europea de microchips

Uno de los ejemplos más palmarios de estas vulnerabilidades es la batalla geopolítica a cuenta de los microchips libran China y Estados Unidos, con Taiwán en el vértice. En agosto, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, firmó el histórico proyecto de ley CHIPS para subsidiar con más de 50.000 millones de dólares la producción de semiconductores (microprocesadores o microchips). Quería hacer frente a la pujanza china al respecto. Washington ha prohibido también la exportación al país asiático de ciertos tipos de microchips y sus patentes. Los microchips son dispositivos electrónicos diminutos fundamentales para la industria actual, porque se usan para aparatos electrónicos como móviles u ordenadores, y otros del futuro, como los sistemas de Inteligencia Artificial o los coches de conducción autónoma. 

Taiwán, un país independiente que la República Popular China reclama como propio, es uno de los principales fabricantes del mundo. En su disputa, Estados Unidos sostiene un apoyo soterrado militar a la isla, mientras Pekín trata de acogotarla, cercándola por mar y aire como advertencia. Si estallara una guerra, el suministro se interrumpiría de golpe y la economía global sufriría.

En este escenario, la UE lanzó este verano su propia Ley Europea de Chips. Del billón de microchips que se desarrollan en el mundo, los Veintisiete producen solo el 10%. Bruselas quiere doblar esa cifra antes de que acabe esta década. Para ello, promete “movilizar” (tanto del sector privado como público) unos 43.000 millones de euros, una cantidad similar a la estadounidense. 

Acuerdo del litio con Chile

“El desafío más inmediato es hacer viables las cadenas de valor estratégicas de la UE, garantizando la seguridad del suministro de energía -mediante una revolución en las energías renovables- y de los bienes e insumos para la transición ecológica (litio, cobre, cobalto, níquel, aluminio,...)”, escribe Eric Van Den Abeele, de la universidad belga de Mons-Hainaut en el anuario internacional del Barcelona Centre for International Affairs. “De ahí la necesidad de una gobernanza global para evitar una competición o carrera desenfrenada e ilimitada por los recursos escasos”.

El pasado viernes, la Unión Europea y Chile llegaron a un acuerdo de libre comercio por el que se eliminan los aranceles de importaciones y exportaciones, y que permitirá garantizar el suministro de litio y cobre para el viejo continente. Ambos metales son imprescindibles para los proyectos de energía verde, por ejemplo para la producción de baterías de vehículos eléctricos. Chile es el primer exportador de cobre y el segundo de litio.

Este acuerdo es uno más de los que Bruselas trata de cerrar para diversificar sus importaciones de materias primas, más allá de China o Rusia. La Comisión actual está también empeñada, por ejemplo, en sacar adelante otro con los países del Mercosur (Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay y Venezuela). 

“La gran competición estratégica está en las tierras raras (17 elementos químicos, como el lantano o el cerio) necesarios para la fabricación de componentes tecnológicos) y ganará centralidad en 2023”, apunta Colomina, que recuerda que entre los planes de Ursula von der Leyen está el hacer un plan comunitario específico sobre tierras raras, imprescindibles en el desarrollo tecnológico, precisamente para no depender de China, como gran productor y fuente de reserva de esas tierras raras. “Bruselas es consciente de que la Unión se construye también garantizando el acceso a las tierras raras, con el cableado o las interconexiones de gas, incluso con la captación de talento y mano de obra especializada como política industrial y de inversiones”.

La carrera por la diversificación se nota también a nivel de Estados concretos. Es el caso de Italia y Argelia. En plena disputa de España con el Gobierno argelino, los sucesivos primeros ministros italianos han ido desfilando por Argel para cerrar garantías de suministros de gas. Italia era uno de los países más dependientes del hidrocarburo ruso, con un 40% del total de su gas procedente del país. El sprint de Alemania ha sido aún más intenso, y ha acelerado para cerrar acuerdos de importación de gas licuado. Para Europa, en general, este hidrocarburo, importado a gran escala en barcos desde Estados Unidos, está siendo una de las soluciones temporales al problema de la dependencia estratégica de Rusia.

En el largo plazo, esa no puede ser una solución, entre otras cosas por el alto impacto energético. Así que, mientras con una mano la Unión Europea equipara al gas y a la energía nuclear con las renovables, con la otra planifica una transición verde de aquí a una década. En ese marco, España, Francia y Portugal han presentado un proyecto cercano a los 3.000 millones de euros para construir un hidroducto (el H2Med) que conecte a la Península con el resto del continente y transporte hidrógeno renovable, una energía que no emite CO2, gas responsable en parte del cambio climático.