Crianza

El mito del instinto maternal: "Lo inventaron los hombres como forma de control"

Las nuevas investigaciones descartan que se trate de una intuición o conexión que solo tienen las mujeres

El mito del instinto maternal: "Lo inventaron los hombres como forma de control".

El mito del instinto maternal: "Lo inventaron los hombres como forma de control".

Núria Marrón

Raquel recuerda los días que siguieron al nacimiento de su primer hijo como una pesadilla de la que no podía despertar. No dormía, era incapaz de conectar con el bebé y los pezones, agrietados, le dolían en cada toma como si tuviera cristales bajo la piel. Nunca ha sido de dramatizar, pero en aquellos días de angustia insomne una idea la atormentaba. "¿Dónde está mi instinto maternal?", se repetía. ¿Acaso era ella la única mujer que no sentía esa especie de GPS interior que debía guiar sus pasos?¿Por qué se había quedado sola en casa, encomendada a algo que no tenía?

Precisamente el instinto maternal se ha convertido, de un tiempo a esta parte, en objeto de investigación científica y, sobre todo, en un mayúsculo pararrayos en el que descargan evidencias, opiniones y debates de todo signo. ¿De qué se trata exactamente? ¿Lo tienen todas las mujeres? ¿Es 'un algo', 'una ayuda' que se activa durante el embarazo o una llamada biológica que empuja a las mujeres a la procreación? Es más: ¿esa intuición para el cuidado solo la tienen las madres? ¿Y en qué medida todas estas ideas acaban circunscribiendo la crianza a "un asunto de mujeres"?

"Dispositivo barato"

Pues bien. La periodista Chelsea Conaboy, especializada en salud y ciencia, llega al debate con un ensayo -'Cerebro materno: cómo la neurociencia está reescribiendo la historia de la crianza'- y un puñado de respuestas. No, el instinto maternal no es un destino ineludible ni hace que las mujeres oigan violines cuando crían. "No me gusta la palabra 'instinto' -explica a este diario-. Un instinto es una idea rígida, un patrón fijo de comportamiento, y la crianza no es automática, es una agitación del cerebro y una transición agotadora. Puede estar llena de asombro y amor, pero en realidad no conozco a nadie que no haya llegado a la paternidad con algún tipo de angustia psicológica".

De hecho, apunta Conaboy, el concepto de "instinto maternal" fue un invento masculino que buscaba el "control de las mujeres". Explica que fue acuñado en la teoría científica a principios del siglo XX por señores religiosos que -con el mismo afán con el que escribían delirios sobre la supuesta histeria femenina- tenían un interés declarado en hacer que las mujeres blancas acomodadas tuvieran más bebés en aras al "engrandecimiento nacional".

Este mito tiene consecuencias nefastas como considerar "defectuosas" a las mujeres que no quieren ser madres hasta permitir una dejación de funciones en las parejas y el Estado

Sin embargo, siempre que se implanta un mito falso femenino, suele aparecer una mujer dispuesta a señalarlo. Y en este caso, el papel de aguafiestas corrió a cargo de la psicóloga pionera Leta Hollingworth, que en 1916 definió el instinto maternal como "un dispositivo barato" que sirve para que "las mujeres se vean obligadas" a tener niños por métodos parecidos a los que empujaban a los hombres a ir a la guerra: glorificando una parte de la experiencia y ensombreciendo la más dura. El hecho es que la tasa de mortalidad materna era 60 veces más alta a principios del siglo XX que a finales.

Ni automático ni innato

Entonces, ¿qué hay de cierto en el instinto maternal? "Sí existen procesos hormonales, experienciales y neurobiológicos que se activan en la gestación -afirma Conaboy- pero no son cosas automáticas, innatas que tienen las mujeres desde que nacen, y solo ellas".

En este sentido, la psicóloga Patricia Fernández, autora de 'Psicología del embarazo', llega a la conversación apuntando en una dirección interesante. La neurociencia, gracias a la aportación de las neuroimágenes, sí valida la existencia del instinto materno. Sin embargo, no lo entiende como un deseo universal e irrefrenable de ser madre -cuestión en la que pesa la cultura-, sino como "una conexión, una intuición para detectar y reaccionar ante las necesidades de la criatura".

Según la especialista, los cambios, que en las mujeres se ponen en marcha durante el embarazo, activan este "instinto que se pone a nuestro servicio y al de la supervivencia de la especie". No siempre, sin embargo, esta conexión es automática ni "está afinada", ya que pueden influir el estrés, la adaptación e incluso el historial de apego de la madre. ¿Quieren dos curiosidades? La neurociencia -que también detecta diferencias en el cerebro entre las ratas vírgenes y las que se han reproducido- registra igualmente alteraciones en el cerebro de los hombres tras un primer periodo de crianza corresponsable.

Tiempo y seguridad financiera

Sin embargo, una cosa es que se active este especie de radar intuitivo y otra muy diferente esa idea de que, gracias al instinto maternal, las mujeres vienen equipadas con cuanto requiere un bebé. "En realidad, los nuevos padres necesitan apoyo para hacer una transición saludable a esta nueva etapa vital en la que un bebé vulnerable depende de ellos", afirma Conaboy, quien añade que "ese sostén debe incluir tiempo, seguridad financiera básica y manos amigas".

Por supuesto, las madres siempre han sido importantes en el cuidado de los bebé, pero nunca suficientes. "Es una de las cosas que distinguen a los humanos de otros primates. Y aún es necesario hoy". De ahí, explica, que la falta de ayudas a la maternidad y la crianza es "un fracaso que en gran parte tiene sus raíces en la creencia de que las madres tienen adjudicado este papel de cuidadora y una capacidad biológica innata para cumplirlo".

Dejación de funciones

La periodista Begoña Gómez Urzaiz, autora del ensayo 'Las abandonadoras', en el que habla de mujeres que dejaron a sus hijos, se adentra en este boscaje con algunas suspicacias. "Ante una idea como la del instinto maternal, me haría una pregunta propia de una investigación criminal: ¿Cui bono?, ¿a quién le beneficia que perpetuemos esta idea de que solo las madres están mágica y ancestralmente dotadas para el cuidado? La respuesta está bastante clara". 

La periodista, además, entiende que el mito del instinto maternal tiene todo tipo de consecuencias nefastas: desde considerar "defectuosas" (porque algo les falta) a las mujeres que no quieren ser madres o a las que, siéndolo, creen que no poseen ese instinto del que tanto han oído hablar, hasta permitir una dejación de funciones. "Aplicado a gran escala, el Estado tiene una coartada perfecta para no aplicar políticas de bienestar puesto que por cada niño, se supone, ya hay una madre para ocuparse de él", coincide con Conaboy.

Guerras culturales

Más allá de eso, la maternidad también se ha convertido en terreno fértil para las guerras culturales. Conaboy, por ejemplo, recibe críticas por mantener que el instinto maternal es un mito creado como forma de control. "Se trata de una idea poderosa que desmantela ideas muy arraigadas", afirma la especialista, quien, controversias aparte, es optimista con el hecho de que la nueva ciencia esté brindando un nuevo lenguaje con el que describir la crianza y las necesidades de las familias.

Con ojo clínico para las batallas culturales de todo signo, Gómez Urzaiz también percibe que la idea del instinto materno ha pasado a ocupar un lugar central en el debate político. "Caricaturizando, se diría que el mundo se divide entre partidarios de la madre-mamífera (que no cree, por ejemplo, que las bajas de paternidad deban ser intransferibles ni que beneficien al conjunto de la sociedad) y los de la madre desapegada o independizadora".

Y aunque las "guerras maternas" a menudo solo interesan a las madres, en esos debates, añade, también se reproducen muchas batallas ideológicas actuales. "Por ejemplo, hay una fusión casi natural del feminismo trans-exclusionario con las posiciones más biologicistas y neotradicionales en torno a la maternidad. Y tiene todo el sentido: las dos posturas pasan por dar mucha importancia a la configuración biológica de las mujeres, al hecho de tener un útero". Según la periodista, una parte de la izquierda también mantiene que "el sistema nos quiere trabajando y no criando" para defender el natalismo y calificar de egoístas a quienes postergan o no ejercen la maternidad. Así que la batalla del instinto materno tiene cuerda para rato.

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